En el cuerpo civilización y barbarie


Los críticos aseguran que todo escritor se erige en torno a su propio mito, parece que solemos construir una ficción con respecto al origen. Esta construcción, por supuesto, no es ni verdadera ni falsa, no se inscribe en el orden de la información personal sino justamente en el de la ficción; simplemente porque si no ficcionáramos esa experiencia vital estaríamos haciendo un diario íntimo.

En el caso de Jorge Luis Borges, los críticos aseguran que claramente se constituyó como un heredero que ha recibido toda su propiedad y riqueza de dos linajes: el materno, inscripto en la memoria de su madre, por ese lado soldados y estancieros, y el paterno, ubicado en la biblioteca, inscripto en la cultura y la lectura de sus antepasados eruditos. 

Tal vez saboreando el gusto por la poligamia que prodigaba su abuela, Borges nos enseña que la barbarie es el coraje, el cuerpo, la sexualidad, la capacidad de afrontar la muerte; aunque por otro lado encuentre la pureza de la reflexión, la castidad de la letra, la capacidad de pensar despojado del cuerpo físico. Si la obra de Borges no tuviera esa oscilación, si no siguiera ese movimiento serpenteante, no podría haber sido el escritor que fue. El camino en Borges es luz y oscuridad. Si hubiera entendido lo que él mismo escribió probablemente hubiera enloquecido. 

Quizá deberíamos pensar más seguido en el consejo vital de su obra, unir la civilización con la barbarie, porque esa y no otra es la única manera de existir. Me gustaría poder pensar un Borges viviendo como escribió, con esa tensión infinita entre la carne y el alma, esa desesperación constante por obtener un balance, pero no puedo. Me pregunto si realmente habrá mirado las cosas como por dentro, si hubo gritos de impotencia, si ensayó. 


Monólogo de un padre a su hijo de meses
(Enrique Lihn)

Nada se pierde con vivir, ensaya; 
Enrique Lihn

aquí tienes un cuerpo a tu medida. 
Lo hemos hecho en la sombra 
por amor a las artes de la carne 
pero también en serio, pensando en tu visita 
como en un nuevo juego gozoso y doloroso; 
por amor a la vida, por temor a la muerte 
y a la vida, por amor a la muerte 
para ti o para nadie. 

Eres tu cuerpo, tómalo, haznos ver que te gusta 
como a nosotros ese doble regalo 
que te hemos hecho y que nos hemos hecho. 
Cierto, tan sólo un poco 
del vergonzante barro original, la angustia 
y el placer en un grito de impotencia. 
Ni de lejos un pájaro que se abre en la belleza 
del huevo, a plena luz, ligero y jubiloso, 
sólo un hombre: la fiera 
vieja de nacimiento, vencida por las moscas, 
babeante y resoplante. 

Pero vive y verás 
el monstruo que eres con gran benevolencia 
abrir un ojo y otro así de grandes; 
encasquetarse el cielo, 
mirarlo todo como por adentro, 
preguntarle a las cosas por sus nombres 
reír con lo que ríe, llorar con lo que llora, 
tiranizar a gatos y conejos. 

Nada se pierde con vivir, tenemos 
todo el tiempo del tiempo por delante 
para ser el vacío que somos en el fondo. 
Y la niñez, escucha: 
no hay loco más feliz que un niño cuerdo 
ni acierta el sabio como un niño loco. 
Todo lo que vivimos lo vivimos 
ya a los diez años más intensamente; 
los deseos entonces 
se dormían los unos en los otros. 
Venía el sueño a cada instante, el sueño 
que restablece en todo el perfecto desorden 
a rescatarte de tu cuerpo y tu alma; 
allí en ese castillo movedizo 
eras el rey, la reina, tus secuaces, 
el bufón que se ríe de sí mismo, 
los pájaros, las fieras melodiosas. 
Para hacer el amor, allí estaba tu madre 
y el amor era el beso de otro mundo en la frente, 
con que se reanima a los enfermos, 
una lectura a media voz, la nostalgia 
de nadie y nada que nos da la música. 

Pero pasan los años por los años 
y he aquí que eres ya un adolescente. 
Bajas del monte como Zaratustra 
a luchar por el hombre contra el hombre: 
grave misión que nadie te encomienda; 
en tu familia inspiras desconfianza, 
hablas de Dios en un tono sarcástico, 
llegas a casa al otro día, muerto. 
Se dice que enamoras a una vieja, 
te han visto dando saltos en el aire, 
prolongas tus estudios con estudios 
de los que se resiente tu cabeza. 
No hay alegría que te alegre tanto 
como caer de golpe en la tristeza 
ni dolor que te duela tan a fondo 
como el placer de vivir sin objeto. 
Grave edad, hay algunos que se matan 
porque no pueden soportar la muerte, 
quienes se entregan a una causa injusta 
en su sed sanguinaria de justicia. 
Los que más bajo caen son los grandes, 
a los pequeños les perdemos el rumbo. 
En el amor se traicionan todos: 
el amor es el padre de sus vicios. 
Si una mujer se enternece contigo 
le exigirás te siga hasta la tumba, 
que abandone en el acto a sus parientes, 
que instale en otra parte su negocio. 

Pero llega el momento fatalmente 
en que tu juventud te da la espalda 
y por primera vez su rostro inolvidable en tanto huye de ti que la persigues 
a salto de ojo, inmóvil, en una silla negra. 
Ha llegado el momento de hacer algo 
parece que te dice todo el mundo 
y tú dices que sí con la cabeza. 
En plena decadencia metafísica 
caminas ahora con una libretita de direcciones en la mano, 
impecablemente vestido, con la modestia de un hombre joven que se abre paso en la vida 
dispuesto a todo. 
El esquema que te hiciste de las cosas hace aire y se hunde en el cielo dejándolas a todas en su sitio. 
De un tiempo a esta parte te mueves entre ellas como un pez en el agua. 
Vives de lo que ganas, ganas lo que mereces, mereces lo que vives; 
has entrado en vereda con tu cruz a la espalda. 
Hay que felicitarte: 
eres, por fin, un hombre entre los hombres. 

Y así llegas a viejo 
como quien vuelve a su país de origen 
después de un breve viaje interminable 
corto de revivir, largo de relatar 
te espera en ti la muerte, tu esqueleto 
con los brazos abiertos, pero tú la rechazas 
por un instante, quieres 
mirarte larga y sucesivamente 
en el espejo que se pone opaco. 
Apoyado en lejanos transeúntes 
vas y vienes de negro, al trote, conversando 
contigo mismo a gritos, como un pájaro. 
No hay tiempo que perder, eres el último 
de tu generación en apagar el sol 
y convertirte en polvo. 

No hay tiempo que perder en este mundo 
embellecido por su fin tan próximo. 
Se te ve en todas partes dando vueltas 
en torno a cualquier cosa como en éxtasis. 
De tus salidas a la calle vuelves 
con los bolsillos llenos de tesoros absurdos: 
guijarros, florecillas. 
Hasta que un día ya no puedes luchar 
a muerte con la muerte y te entregas a ella 
a un sueño sin salida, más blanco cada vez 
sonriendo, sollozando como un niño de pecho. 

Nada se pierde con vivir, ensaya: 
aquí tienes un cuerpo a tu medida, 
lo hemos hecho en la sombra 
por amor a las artes de la carne 
pero también en serio, pensando en tu visita 
para ti o para nadie. 

Enrique Lihn de La pieza oscura. 1963. Ed. Universitaria S.A (Chile)

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