Animus



Los surcos de la razón rellenos con la sustancia viscosa del amor. Un amor vivo el hombre que te okupa, como una maldición. Un ser múltiple, oculto entre las sombras. Lleno de rostros diferentes. Los mil nombres del diablo y uno más, que te condena en silencio por las dudas. Está tallado a cuchillo en el revés de tu pecho. Viene en largo viaje, desde el fondo de la inconsciencia misma. Cupido y sus vagas nociones de artesano. El hombre que se oculta adentro tuyo se arrastra entre los días. Vuela contra el eje de rotación de la tierra, como Superman. Pero tiene algo de monstruo y un poco de villano. Lo sabés. Boca de fuego, ojos de rayo láser. Poderes exquisitos, no se le pueden negar. Ensimismado mora a kilómetros de la superficie de sí mismo, lejos de todas las cosas. Es que la invisibilidad es un don, señores. Y es que en esta casa del árbol en la que habitan hay mil trazas concretas de ingenuidad, y en su tronco leñoso palpita un corazón dibujado con dos nombres. Es el refugio de un niño dormido. Y es que el amor derriba a golpes todo escenario posible. Es el residuo pegado en la base del frasco, cuando ya no queda nada. Es la mueca que habita escondida debajo de la máscara, está en cada cicatriz. Es el rugido del mar. El amor es postcrucifixión.

Vuelo


A veces carreteás desesperada, das mil pasos agitados. Caminás sobre las piedras, el suelo escarpado imprimió sus accidentes en tu piel. Te asomás a un abismo inminente. Sin gritar te acordás de las alas. Se activa el botón de retroceso. Unos pasos hacia atrás. Lentos, asi lo querés. Pisás firme, con toda la fuerza de tus pies heridos. Los hombros se vuelven poderosos, tus piernas te sostienen. Sentís la brisa en la espalda, se agita el pelo que enmarca la cara. Tus alas se extienden más y más todavía. Se agitan también. El vuelo rasante requiere control, una precisión de relojero. Pero el otro no, contiene libertad pura. Te elevás en el aire. Tus muñecas y tus sienes laten con pulsos graves. Lo sentís también en la garganta, porque el corazón se acelera convencido y te ahoga, te quedás sin aliento pero seguís. El verdadero vuelo requiere sangre.

Mi vampiro


A esta hora todo empieza a agitarse. Todavía es hora de brujas y vampiros. Hoy llueve. Laten las venas más fuerte que lo previsto. La madera cruje por la casa en estallidos diminutos, y eso te eriza la piel. No dormís. No te acostumbrás al silencio absoluto de la noche, ni siquiera el viento puede con eso. Los ojos casi ven la oscuridad. Un fantasma que habita en los abismos del tiempo te mira desde el techo de tu cuarto. No lo traigas. No te atrevas. Ella no sabe que existe, no sabe dónde está. Pasó su tiempo, no es. Cerrá los ojos y la vas a ver caer. Como nunca antes. Estrellarse contra el piso, como una manzana podrida, como un sol avejentado. Alcanza con sentirlo. 
Tu vampiro en cambio sabe la fecha exacta de su muerte, también la de cada resurrección. Porque los cobardes podemos resucitar muchas veces, pero no nos decidimos a morir para siempre. Volvemos mucho. Él guarda con vos una meticulosidad rigurosa. Sin embargo, en otras cosas no se parecen. Vos, fuego, que sin control destruye violento lo que toca. No te sigue la razón, pero tus propias vértebras no se queman, resisten. Te sostienen como un pilar. Cada pensamiento, cada sensación, cada respuesta emocional grabada ahí, en tu eje de equilibrio. Amar al monstruo como a sí mismo, como si fuera uno mismo. Aceptar su voz interior. La que te dice lo que ya sabés. Las palabras toman dimensión de profecía. Resignifican. Una vez más.

Lo imposible



La carne está inundada de vida, el dolor abre la boca y se come la cola. La que sos y la otra se miran, cara a cara. Fuiste vos la que gateó cuesta arriba la escalera del patio. Escalón por escalón, con las manos y los pies, cuando todavía no sabías hablar. Eso hiciste. Es que nunca te detienen las palabras, mucho menos el silencio. Es un buen principio el principio suicida, a criterio propio. Un recuerdo muy lejano de la infancia que define la acción. Recordás la cima, la distancia enorme. Y los gritos. Sin embargo, también vos a veces te contaminás. Y, como los privados de la libertad de la palabra, dejás de hablar. Pero dejar de amar no se puede, eso no. No hay recetas. El hombre que encontró la fórmula se tragó el papelito donde lo había apuntado. Después se murió de indigestión en un asilo. Si el amor es peligroso, no importa. Dejar de amar es, desde entonces, lo que no se puede hacer. 

Ella


Ves la muerte. Te acerca una mano silenciosa. Sentís la suavidad premeditada. Ahora se te ocurre, tanto tiempo después. Entonces no pensaste en la muerte. No tenías miedo de morir. Sin túneles y en la inconsciencia las voces se oyen lejanas. Es un irse y volver, como de olas. Inconsciencia y los años de por medio. Para contar lo que pasó, tiempo. Ella te agarra de la mano, no sospechás quien es. No te aterroriza, no hay un sexto sentido que te alerte como en el cine. 
La muerte no es fría, no es vieja, no se viste de negro, quién dijo.
Te acuna con su propia voz oscura y suave, como de madre que canta a un niño que va a dormir. Está oscura la voz porque el tono se suaviza para cantar así, se baja. Se rehuye la estridencia, cualquier madre lo sabe. Después lo hiciste tantas veces, tantas que perdiste la cuenta.
Muchas horas te sostuvo así, con su amor de madre muerta. Y vos te dejaste. Te acompañó y entonces no sabías. Si hubieras sabido, quizás, no te hubieras quedado tan muda y tan dormida. Es que así funciona a veces, sin anuncios la muerte. Viene, se va, y no se lleva nada. Puede parecer que esto se trata de muerte, pero se trata de vida. Aunque ya nada te ponga a salvo de su voz. Su voz de madre que todavía te dice al oído que el verdadero poder está en las emociones.

Castigo



Omisión también es mentir. Hacés mentalmente la cuenta, sentís tener una existencia irreal. Pero estás, sos. Te mirás las manos, blancas y delgadas. Querés compartir, no obedecer. Las cosas te atraviesan. No sos un fantasma. Es que la vida debe tratarse de eso: verdades y mentiras en cantidades iguales. A medias. La palabra escrita, este lenguaje indirecto genérico impreciso. Este no decir, que dice todo. Todo lo que guarda tu boca. Tu boca, que se calla mientras tus dedos se mueven al mismo ritmo que el de tu corazón. Y vos equilibrista, en tu soga deshilachada y vieja, estás loca y decís. Decís todo, como una tejedora compulsiva dice todo en el paisaje que imprime en la tela. Y vos castigo, como el amor, difícil de amordazar. 
Es que amar y seguir no son opciones. No se puede elegir

Cosas vivas


La naturaleza ejerce en vos una seducción imprescindible. Es un pertenecer, sentirse en casa. Te acercás a la pared buscando entre las hojas, todavía verdes, un vestigio. Una señal que te indique que sigue viva alguna rama principal, de esas que hacen las cosas simplemente funcionar. Esas que se adhieren con obstinación al muro. Una que te muestre que no todo está muerto, que no todo está perdido. Que siga con la farsa de la vida adherida a la pared. Aunque sea. 
Y ahí está. Sí, tiene que ser. Porque todo está demasiado verde por ahí. La seguís con la mirada. Verde como vivo. Vivo como la pareja de mariposas que hoy en su cortejo se olvida que estás en el patio, baja y te regala una danza frenética que te deja boquiabierta. Porque el mundo entero puede entonces sintetizarse en ellas bailando a tu alrededor. Mientras vos, como una estatua, las mirás moverse ajenas a todo. Moverse al compás de una canción que les es propia.
Porque todas las cosas se mueven y se mueren a su ritmo.