Nosotros dos: La obsesión de vivir


...
Los dos poseemos lo mismo: promesas incumplidas. 
Ausencias inaguantables, anhelos no concretados y una
antigua e inmensa acumulación de soledad.
Y los dos necesitamos exactamente lo contrario. 
Por eso al cruzarnos en este absurdo derrotero, 
flotando como corchos, sólo atinamos al sarcasmo, 
esa terrible arma de doble filo 
que acaba por herir más profundamente 
al que la empuña que al que recibe la estocada.
Los dos sangrando por algún costado, 
la diferencia es despreciable. Y a la larga, 
la tristeza nos domina con la dañina voracidad de un cáncer
a los dos por igual.
Los dos altruistas y capaces de la mayor bajeza al mismo tiempo.
Los dos juntos, pero separados por esa ineludible condición de dolor.
Los dos con nuestra sensibilidad golpeada 
contra las paredes de la vida cotidiana.
Los dos predestinados al error, a equivocar siempre el camino
y a encontrar lo ansiado a destiempo.
Los dos incapaces de construir una torre que nos salve.
Los dos obligados a representar una farsa sin autor.
Los dos, en definitiva, sin saber por qué.

José Sbarra. Fragmento de La obsesión de vivir. Editorial José Sbarra.

Ser escritor




Mi hija arriesga una frase: que se me van a freir los ojos. Y es verdad. Eso me dice que le enseño algo: no el discurso vacío, formulado para agradar, sino una actitud. Una forma de vida que se aleja de la zona de confort, esa que tanto nos gusta. Decir esfuerzo no significa esforzarse.
Los verdaderos escritores no piensan en vivir de la escritura, piensan en escribir. Porque a lo mejor ser escritor se trata más de pasar horas y horas en casa enfrentado a la palabra con los puños arriba, con el culo fundido a la silla, con la cabeza en el cielo, orbitando por ahí, y los ojos como dos globos deformes. Leyendo autores muertos sí, o vivos que no fueron masivos, o que sí lo fueron, pero que entendieron que el lenguaje se pelea día a día, con esfuerzo; leyendo, leyendo, leyendo, escribiendo, reescribiendo, rompiendo; emocionándose con textos, con ensayos, con poesía de otros; recitando poemas en voz alta, investigando, conociendo; más que de pasar el tiempo haciendo relaciones públicas, fotos miserables, arañando migajas, chupándole el caracú de los huesos al que se preste a eso y armando talleres de literatura pedorros a distancia, incluso antes de saber escribir.  Según Walsh, la verdadera literatura no es más que un avance laborioso a través de la propia estupidez.


¿Ser exitoso? Eso, eso ya es otra historia.

Karina Rodríguez.

Partida de nacimiento. Fragmento




Partida de nacimiento
(fragmento)
Virginia Cosin

Escribo con la luz apagada. No veo las teclas. Un instrumento sin melodía.

El moscardón entró cuando abrí la ventana. Zumba.
Trepa imparable por la pared blanca. No lo veo, pero lo escucho.
Él sí me ve. En seis dimensiones.
Ve mi pasado.
Mi futuro.
Mis anhelos.
Mis fracasos.
Ahora.
Y más allá.
Las patas pegajosas y oscuras, cubiertas por filamentos invisibles, se adhieren a la piel de la casa.
Late.
Algo, en la oscuridad, late.
Yo.
O el insecto.
O la pantalla.
O la espera.
O los pasos, afuera, de alguien que está por llegar.
Viene.
Arrastra sangre.
Me sueno los dedos de las manos.
Desenredo los huesos.
Una voz.
Llama.
Se apaga, como el fuego. 
La cama a mis espaldas.
La almohada.
El re-vol-ver.
Late.
La máquina del tiempo: tener hijos. Amar.
Me volví estéril.
Oscura y sucia como una casa del siglo XIX.
Como una boca cariada.
Como una concha.
Como un jabalí.
Prendo la luz.
El moscardón se calla.
Victoria´s Secret está tirada en el piso.
Un charco negro y lustroso, de seda y poliéster, cayendo sobre sí.
Soy la rubia de King kong.
Siempre hay alguien que me rescata


Virginia Cosin. (Fragmento de su primer novela: Partida de Nacimiento. Ed. Entropía 2011)