El mono en el remolino de agua


Death by Dave Mckean

Toda amargura esconde una venganza
y se traduce en un sistema: el pesimismo, 
esa crueldad de los vencidos que no pueden 
perdonar al mundo el haber
traicionado su espera.

(Emil Cioran)


Hay en la espera una incomunicable sensación de aislamiento. Un sosegado decir que no se duerme. Como un rumor, surge cuando el cuerpo se agota, cuando viene la calma; cuando el polvo, antes suspendido en el aire, se deposita sobre todas las superficies; cuando la casa calla pero cruje en destellos la madera de los techos, cuando la noche se hace silencio y se anuncia interminable. Entonces hay que atrapar el rumor y convertirlo en palabras, para que no se estanque, para seguir esperando, porque todos esperamos algo alguna vez.


Salí de la ciudad, ribera abajo, al encuentro solitario del barco que aguardaba, sin saber cuándo vendría. 
    Llegué hasta el muelle viejo, esa construcción inexplicable, puesto que la ciudad y su puerto siempre estuvieron dónde están, un cuarto de legua arriba. 
    Entreverada entre sus palos, se manea la porción de agua del río que entre ellos recae.
    Con su pequeña ola y sus remolinos, sin salida, iba y venía, con precisión, un mono muerto, todavía completo y no descompuesto. El agua, ante el bosque, fue siempre una invitación al viaje, que él no hizo hasta no ser mono, sino cadáver de mono. El agua quería llevárselo y lo llevaba, pero se le enredó entre los palos del muelle decrépito y ahí estaba él, por irse y no, y ahí estábamos.
    Ahí estábamos, por irnos y no.

Antonio Di Benedetto. Zama (fragmento)


La espera

El tiempo se ha trabado en la herrumbre de mi espera.
La vertical del sol sin una sola sombra.
Las ansias en el toro que no embiste:
las cuatro patas negras
clavadas en la arena.
Los siglos que ya lleva
sin parpadear la esfinge.
El David sepultado en la cantera
esperando que llegue Miguel Ángel. 
Calma chicha en un lago de la puna,
el indio masca coca allí en la proa, 
la vela desmayada cuelga inerte, 
el agua como un vidrio.
Los soldados aqueos respirando
en lo oscuro del vientre del caballo. 
El áspero silencio que da el disco
cuando va a comenzar la sinfonía.
Sombreros en el aire.
Un picaporte inmóvil.
El invierno goteando en el pasillo. 
El tiempo de las grutas y los zapatos huecos.
Los gestos detenidos en los cuadros.
Y esperarte en esta mesa yerma,
esperar a que se abra aquella puerta 
para que entres y gire el engranaje 
y entonces sople el viento, embista el toro,
recobren el aliento las estatuas, 
y en los cuadros la vida continúe
y caigan los sombreros
y la lluvia,
y el tiempo se destrabe con su música.

Pedro Mairal de: Tigre como los pájaros. Editora Botella de mar

Aguas oscuras



No me justifico, mi Dios.
Escribo como el terror manda, 
aprendo como de paso, 
sufro como si fuera para siempre. 
Y no sé. Nunca sabré.

(Leda Valladares)


La negación es una entidad peligrosa y autárquica, pero la falsedad, la envidia, el egoísmo son -por lejos- los sentimientos que albergamos con mayor frecuencia. Pagamos un precio muy alto por simular la conducta aceptada socialmente, por la transparencia, por el halo de santidad que, como una corona de espinas, nos clavamos en la cabeza día tras día. Eso es estar en el mundo social. Hijos de hijos perfectos, padres ejemplares, esposos devotos, buenos ciudadanos. Y esa es la cara que mostramos, agotadora y falsa. Criaturas de un cristal muy, muy fino. 

Diferente es lo que ocurre cuando estamos solos. 

Para aproximarse a esta idea basta mirar en las redes sociales: dinero, viajes, autos, cenas estupendas, diplomas, reconocimientos, trabajos fascinantes, familias colmadas de felicidad: perfección, perfección, más perfección. Una matrix donde todo, información, imágenes, eventos, emociones fluyen sobre la superficie, donde solo lo bello, lo sano, lo pulido son lo correcto

Sin embargo el mundo nos devuelve otra mirada. De hecho, se diría que va mal. En él crecen la intolerancia, la violencia, la discriminación, la pobreza. El recelo, la estupidez, la corrupción son hoy moneda corriente. Y qué decir del ensañamiento contra aquellos considerados minorías, qué decir del daño contra todo lo observado como débil, cerrado, distinto, o que se aparta. 

Así, el virus del egoísmo permanece durmiendo en sus esporas, no está muerto, está escondido. Su pequeño ADN de organismo acelular, simple, específico y sosegado aguarda las condiciones óptimas para proyectarse. En un mundo en constante actitud de regateo, desconfianza y pobreza emocional, un mundo que se siente como nadar en el barro, en la primera de cambio todos descubriremos nuestras esvásticas tatuadas para poner manos a la obra. Y sin siquiera notarlo, nos volveremos por completo intratables, y será poco lo que podremos hacer sin reflexión. 
 

Bajan de una bitácora todas las instrucciones
para ser feliz y descubrir verdades
que hagan avanzar a la raza,
que la hagan salir del pantano espiritual
y le devuelvan el sentido por el camino primitivo
que llevó al hombre a construir ciudades colgantes
y países de animales de carne.

 No, suéltenme, y si ahora digo la verdad?
Y si ahora digo que son todos unos hijos de puta
mentirosos caretas mediocres ganabecas,
punks subvencionados, hijos de lameguitas,
dotados hedonistas, creyentes en la farsa milenaria
                                          impostores incansables                                    

 (Daniel Durand. En Cabeza de buey)


Sí, el mundo es una mierda. Y lo único que podemos hacer es -parafraseo a mi querido Sebastián- extraer algo del caos, algo que valga la pena amar. Eso hace que nuestras vidas se encuentren encerradas en pequeñas burbujas, frágiles burbujas. 

No hay inocentes en esto que le pasa al mundo, somos culpables y la figurita difícil es la humildad. Los pobres quieren ser ricos, los ricos quieren serlo aún más, pero los más, más ricos quieren ser dueños del mundo. Poco se salva en este mar de aguas oscuras.


ahí les dejo eso

ahí les dejo eso, porque hay que soltar, dicen
el oscuro trapo de la dicha

ir hacia dónde, mirar, perder,
ser perdido, olvidado,
traicionado, a veces
también

morder la pena

esta casa, verás, estuvo llena de fe

la llenaron de ruido las palomas 
sentó sus manos la virgencita celeste
a veces
me dijo cosas o yo
le dije, pidiéndole, no sé
naderías

me fue dado, a veces, sí, también, 
el mendrugo del alma, y todo
pareció estar bien
sonreír
ser fresco
pero después, ah, el después

no viene con constancia la dicha

es un pez pequeñísimo de mil ojos, la dicha,
y nada el mar
lo nada, y sabe, y mira mira mira
tu sola mano ansiosa y pobrecita
buscándolo y buscándolo
en la azul eternidad del tiempo

verás al pececito una vez, dos veces,
su iridiscente reflejo, su ser pez entre
los peces, lo verás ir
aquí para allá, comer las mariposas,
llenarse los mil ojos
de sol, romper
el duro y salado oleaje

muy a veces, en sueños, su rosada carne
su pacífica carne
aleteará cerca de tu corazón
pero luego llegará la fiebre 
la podredumbre de la fiebre
y el después del después
y tendrás la sed, la sed que no sacia el agüita salada
del mar interminable
tendrás la gran sed
la fiebre

Elena Annibali de: Curva de remanso. Caballo negro editora 2017



Circe


Cómete la noche y avanza
(Miguel Ángel Bustos)




El sol, a través de mis párpados, como alas de gaviotas 
que echan cal sobre mi vida;
    el sol como una zona que me había olvidado; el sol como un golpe
    de espuma en mis confines; el sol como dos jóvenes vigías 
en una tempestad de luz que se ha tragado 
al mar, a las velas y al cielo.
 
(Héctor Viel Temperley)


No hay demasiado énfasis en la forma previa de Escila. Es decir, su forma humana; una ninfa de quien no se conocen mayores detalles. Tampoco se sabe demasiado sobre su forma monstruosa, pero su monstruosidad es múltiple, en apariencia, o al menos controversial. En ella reverberan ladridos de perros, monstruos que vociferan en su parte inferior, en su entrepierna. Hay quienes incluso se aventuraron a hablar de múltiples cabezas dentadas devoradoras de marineros.

En cambio en el relato del mito suele haber mayor énfasis, sobre todo en tono acusatorio, en los conocimientos y en la mirada perversa y celosa de Circe, la hechicera; la gran maga de la épica grecolatina, famosa dominatrix, avezada también en las artes de la brujería, la herboristería y la medicina, fue conocida como domadora de fieras, y también por exitosas transformaciones, como la de Escila. 

Sobre esto escribe Ovidio:

Pequeño había un abismo, ensenado en curvos arcos, grato descanso de Escila, adonde ella se retiraba del hervor del mar y del cielo, cuando muchísimo en mitad de su orbe el sol era y mínimas desde su vértice hiciera las sombras. Éste la diosa previamente lo malogra, y con venenos hacedores de portentos lo inquina. Aquí, exprimidos líquidos de una raíz dañosa asperja, y, oscuro, del rodeo de sus palabras nuevas, en tres novenas la canción largamente murmura con su mágica boca. Escila llegó y hasta el vientre en su mitad había descendido, cuando desfigurarse sus ingles merced a monstruos que ladraban contempló y, al principio, creyendo que no aquellas de su cuerpo eran partes, rehúye y espanta y teme las bocas protervas de los perros, pero a los que huye consigo arrastra a una, y el cuerpo buscando de sus muslos, y piernas, y pies, cerbéreos belfos en vez de las partes aquellas encuentra.

Metamorfosis (Ovidio)

Así, el mito describe a Circe como una engañera, dueña de un gran poder, una mujer recelosa de su propia autoridad, con habilidades múltiples, capaz de transmutar un animal en otros, capaz incluso de generar un gran daño por celos amorosos. Es una idea humana de fácil comprensión: desde la noche de los tiempos hay algo temido y considerado monstruoso en una mujer sola (si es hermosa, por supuesto). Algo que no puede ser del todo moral, algo que funciona a la perfección, incluso como castigo.



Permanencia

El cielo es curvo y cierto de humedad 
cielo de confesiones incumplidas. 

Es en vano llenar de gestos nuevos los huecos de la tarde, 
adorar cada día un reflejo distinto, andar cazando vida muy lejos de la orilla del corazón. 

Mi soledad saqueada por amigos sonrientes ahoga por momentos su eterno descubrir. Y de mí triunfa siempre la nostalgia, esa ardiente insegura. 

Esto eres tú todavía, todavía tu intento insostenible, 
todavía tu rostro, la gran dulzura desesperada. 

El amor envejece y tu voz precipita el desasosegado atardecer. 

En el colmo del tiempo volveré a dedicarme a tu mirada. 

El amor rozará muchas veces el borde de las noches. 

No te destruirá. 

Elizabeth Azcona Cranwell (1933-2004)

Labyrinthus hic habitat Minotaurus

 


Y todo es tan lejano y puro
que una nueva inocencia nos consuela.

(Jacobo Fijman. El molino rojo)



Hablar es hablarse.
(Julio Cortázar. Los reyes)

Dudar como manera de existir. Elegir la historia que nos fue contada, o atreverse a una historia otra, sutil, no dicha, vuelta al revés. Una historia sobre otra, armada 
sobre otra, armada sobre otra, armada sobre otra; como en las cajas chinas. Lo cierto es que en cada trama, en cada sucesión de eventos entrelazados habita la duda, esa intemperie caprichosa. Dudar es la única opción, la única manera de elegir.



[...]
Míralo irse apremiado por la gloria que lo espera.
Se va ovillando el hilo que fue tendiendo al entrar.
Él no es de los audaces que se echan al camino ignoto
sin la certeza de volver.
No quiso la incertidumbre.
El hilo que lo guía hacia la salida
hace mediocre su brillante aventura.

Tú te quedas como un derrumbe de piedras
y una debilidad infinita, casi placentera.

Tu mirada, ya casi transparente, descubre
en el polvo
las huellas inequívocas
de las sandalias atenienses de Teseo.
Entre tantas antiguas pisadas confusas,
ellas van claras y decididas hacia la salida.

De pronto el sol se enciende sobre tu cabeza
y su luz reemplaza a tu sangre en tus venas
y circula
como una gracia postrera.
Anda tras las pisadas de Teseo, Asterión,
y muere mirando el paisaje de los hombres.

¿Puedes ver los campos que se extienden respirando
                                                             [cansinamente
como si una conciencia subterránea
aun deseara que el mundo fuese acogedor y eterno?
Mira sobre la superficie, en el camino cercano,
la estatua degollada de un dios olvidado,
un anciano que sube penosamente por un sendero de
                                                                        [cabras,
un asno que agoniza o duerme bajo un olivo,
un labriego que cosecha el trigo
que comerá mañana caviloso y cansado.
Aunque no esperabas otra cosa, Asterión,
estas desencantado.
Pero ya cae la tarde y bajo el último sol
solo brilla tu cuerpo que ya no existe.

José Watanabe (1945-2007) El otro Asterión (fragmento final)

C6-C7


[...] encontrarse, de golpe, una mañana,
con la vida y la muerte tiradas sobre la mesa
como los restos de una comida que nadie, después de una noche larga, levantó.

(Juan José Saer)

Ricardo Zelarayán no creía en los géneros literarios. Ninguna forma impuesta pudo con la convicción de que cada uno de nosotros lleva consigo un río, perenne y subterráneo, que es la poesía. Es decir, para Zelarayán el propio discurso permanente la contiene y todo el tiempo está amenazando con desbordarse; está escondida, agazapada en ese rumor constante, al que domeñamos colocando diques, aunque igual se escuche.

[...]Las fuentes de la poesía están en la infracción constante de la convención que nos vendieron como realidad. En todo lo gratuito, en el amor, en el lenguaje de los chicos, en las conversaciones sin límite de tiempo (¡tómese otro mate!), en las situaciones límite en que los discursos de los otros movilizan enérgicamente el discurso de uno y viceversa.

Tal vez por eso Zelarayán tampoco creía en los poetas, ni en los temas considerados "propios" de la poesía. Nos pensaba vectores, médiums, apenas instrumentos capaces de nombrar recién después de ser hablados por la poesía, observadores seriales, transformadores. Parafraseando a Henry James: por ser consciencias humanas, ya somos portadores de realidades propias. Eso es lo que captura, lo que preserva el arte.

No hay temas, no hay dueños, no hay iluminación, hay la escucha de un rumor detrás del cual algunos corremos como posesos para conocer, para aprehender, para captar, aunque más no sea unos instantes, eso que se nos quiere decir.


llévame de la mano, papá,
a través del tiempo,
que mi necesidad de ser libre
no quede totalmente fuera
del círculo sagrado de la casa
y de la sangre.

Fernando Callero

Entre nosotros hay puntos en común, puntos de fuga. Coincidencias que logran emocionarnos, que se deslizan a través del recuerdo, alcanzan los extremos, excavan el corazón hasta llegar a la sangre, hasta inundar el cuerpo. 

Fernando Callero fue un poeta argentino, nació en Concordia en 1971. Una noche salió con su bicicleta y, de regreso tranquilo hacia su casa, se cayó en un pozo. Estuvo horas allí, sumergido en la oscuridad, con la columna quebrada en dos de sus vértebras cervicales, esperó pacientemente que los primeros rayos de sol trajeran el milagro del rescate. 

El milagro llegó, pero Fernando no volvió a caminar nunca más.

Su historia es la historia de siempre. La experimentación de una felicidad intermitente y superficial que, una vez salpicada de sabiduría, permanece en contraste permanente con un profundo dolor de existir.

No estará en los abultados volúmenes de poesía académica, no será parte del canon. Su voz fue de los márgenes, pequeña, imperfecta, simple. Contra el sistema, contra el egoísmo, contra la estupidez implacable que avanza. Contra el miedo, contra la inercia, contra la época, contra la rutina, contra la manada, contra el poder, suficiente. 

La zona más difícil de dominar es la espalda. A pesar de estar pegada a la columna, el cerebro del hombre está proyectado hacia adelante. Los oídos y la vista apuntan hacia el frente. Esta configuración, más el conocimiento de la muerte, hizo que el hombre se diera vuelta y se enfrentara al mundo como su objeto. Por eso dice Rilke que el animal cuando encuentra la muerte cae hacia atrás, porque su conciencia desconoce el futuro y la degradación final.
[...]
Ayer, el kine me sugirió que me tirara al piso, sobre unas colchonetas. Trajo una pelota fucsia, como de aquaerobic, y comencé por treparme a ella, meciéndome hacia atrás y hacia adelante. Jugué como un gato hasta aflojar la espasticidad y conseguir una pose relajada.  Me erguí y caminé hacia un espejo de piso llevando la pelota delante de mí. La pierna izquierda activó el arrastre desde el psoas de la cadera y comencé a marchar con las manos apoyadas sobre el globo, como una foca amaestrada con su pelota. Luego lo solté y continué hacia el espejo en cuatro patas, gateando con buenos trancos. La cabeza alzada controlaba la evolución en el espejo, viendo cómo funcionaba el frente e imaginando el atrás.


Perfeito

Mi viejo decía perfeito, no perfecto,
y a mí me agarraba un sopor nervioso
y me quería morir. O que se muera.
Después de todo era preferible ser muerto
o huérfano
antes que tener un padre que diga perfeito.
Encima lo decía a cada rato
porque el término había ingresado
a la jerga comercial de la época.
Si lo acompañaba a vender bombachas
a Basavilbaso, prefería quedarme en el auto
escuchando casets, leyendo un Emecé sin tapas
de Niko Kazanzakis
antes que pasar calor en los negocios
escuchando a mi viejo cada dos por tres
decir "perfeito".
Me sonaba brasilero y algo porno,
además de la descalificación que le acarreaba
ese error de dicción
a un hablante correcto de su lengua.
Él no había terminado sexto grado.
A mí me apretaba el cuello una corbata
de bachiller
y a los 12 era un neurótico de la gramática
y de las oraciones.
Entiendo que mi viejo también soportaba
andar con Fray Mamerto Esquiú de acompañante,
pero así son las cosas. Mi historia.
Un viaje en break con el mate estrellándose
contra los vidrios del Renó.
Mamá que saca cuentas, papá en su paraíso
de lycra y notas de pedido.
Los hermanitos atrás
rogando que los dejen juntar de ese campito
un cachorro con sarna.
¿Cuánto suman las facturas, Susana?
  257.000 pesos.
  Perfeito.

Fernando Callero (1971-2020). De Una destrucción muy fina