Perder la cabeza



Voy a perder la cabeza por tu amor
porque tu eres aire 
porque yo soy fuego
y no nos comprendemos.


Sigmund Freud escribió sobre la cabeza de Medusa como símbolo de castración. Aquí conviene tener presente que fue él quien nos inscribió en los complejos, fue él quien los nominó, quien le dio un marco teórico al "problema sexual", él quien nos ubicó en "la falta". Digo: no olvidar el relato.

Deberíamos considerar que la heterosexualidad, establecida inicialmente como la sexualidad normal, además de ser una práctica es un régimen político que, de la misma manera que la monogamia, forma parte de la administración de los cuerpos, de la gestión calculada de la vida. 

Hace muchos años que el sexo no es tabú, es cierto, pero está bien establecido y normalizado el cómo y con quien.

Y creemos que somos libres...

Un cuerpo pasivo, un cuerpo pacífico, es un cuerpo dócil. Acepta las normas, no transita ni género ni deseo. 

La teoría psicoanalítica, a pesar de su potencia, a pesar de su probada eficacia y de su profundidad se concibió en función de todo esto. A esa normativización de los cuerpos Michael Foucaul la llamó biopolítica, fue él quien introdujo su concepto y su idea en el lenguaje de la filosofía contemporánea. Hoy es una palabra clave. 

                             Y resistir implica ser tomados cada uno como una obra de arte.

Foucault estuvo en guerra perpetua con todo aquello que fuera propuesto como "natural". Desnaturalizó incluso la enfermedad mental, considerándola producto de la alienación social del individuo. Con esto incomodó a todos. 

Pero volviendo a la decapitación, hay consenso en que para Freud decapitar es castrar. Así que ese terror ancestral que el hombre experimenta para con la bella monstruosidad ctónica es un miedo a la castración. Un temor relacionado con la mirada que pone en evidencia que el ser castrado existe. 

La psicología describe que las serpientes en la cabeza de Medusa mitigan ese horror, porque la repetición del símbolo lo reafirma haciéndolo presente. Por otro lado, esa repetición del elemento fálico confirma que el asunto se trata de una castración. 

Medusa es hoy un arquetipo, una representación de la mujer no-toda inscripta en ese goce femenino y supremo, difícil de digerir, difícil de controlar. Peligrosa, vengativa, arriesgada y bella, puede intuírsela dispuesta a todo. Incluso tiene colmillos.

Las múltiples versiones del mito consignan además que su sangre era capaz de causar envenenamiento o sanación, en concordancia con el principio fundamental de la alquimia, la ciencia precursora de la química y de farmacología clínica actual. 

Es decir que Medusa es la representación de una mujer ambivalente, desacatada, poderosa y temida. Fálica, es cierto. Protectora y destructora, igual que la naturaleza. Es por excelencia la mujer imposible, más allá de la muerte y de la castración Medusa sobrevive, regresa con todo su poder intacto, perfilándose eterna. 

Según el mitólogo estadounidense Joseph Campbell, cuando meditamos sobre determinada deidad estamos meditando sobre los poderes de nuestro propio espíritu y  nuestra psique, así como también sobre los poderes que se sitúan por fuera de nosotros mismos. 

Los mitos nos atraviesan, sin dudas. Se proyectan en el interior de nuestra psiquis y nos conducen por caminos que si usáramos el pensamiento racional decidiríamos evitar. Sin embargo, fuera de ellos la vida es una condición etérea, frágil, y nuestras posibilidades de eternidad son realmente limitadas. 

Simplemente la muerte nos acecha día tras día. Aún así, en esa vida diaria manejamos un orden de prioridades tan rígido como absurdo, tan arbitrario y volátil que se desbarata, desaparece frente a lo inminente, frente a lo excesivo que tiene la vida. 

En concordancia relativa con la línea de pensamiento de Sigmund Freud, también la filósofa feminista Julia Kristeva escribe sobre la visión de la decapitación como representación simbólica. Pero para Kristeva la cabeza decapitada, separada del cuerpo que habita, es un icono definitivo y, como tal, produce fascinación y temor; además apunta a una visión que se prolonga después de que la cabeza ha sido separada de su cuerpo. Es decir, Kristeva encuentra en el símbolo nuevos matices.

Con su agudeza característica refiere que una cabeza sin cuerpo es un símbolo en sí mismo. En la visión que nos proporciona la decapitación, el hombre escapa de su cabeza como un prisionero escapa de la cárcel. Por eso nos fascina; nos deja absortos porque otorga una visión sagrada de las cosas:

Sin cabeza, ese sujeto vidente se convierte en un ser que desconoce las prohibiciones; existirá un ego inundado de inconsciente, se entregará por completo al otro, y rebasará todos los límites y restricciones con gozo y con éxtasis.

Es que perder la cabeza da miedo, porque es romper con la tiranía de la razón y porque la única posibilidad que tiene un individuo de convertirse en algo diferente es aniquilarse. 

Bueno, algunos no pueden. Normalmente huimos de la aniquilación como vampiros que huyen de la luz del sol.

En la decapitación el hombre encuentra esa última visión, la visión capital; el último resplandor antes de que se extinga la vida. Es una experiencia horrorosa que, como toda visión de lo sagrado, tiene también su lado positivo: libera la mirada de la racionalidad.

Kristeva sostiene que desde el principio de su evolución, el hombre insiste en colocar la cabeza por encima de los demás órganos, así es que el eje horizontal de nuestros ancestros se convirtió en un eje vertical que logra imponer la supremacía de la mente sobre el cuerpo inferior. 

Este orden vertical y antinatural es muy frágil, se derrumba cada vez que el hombre se rinde a sus instintos, cada vez que deja de pensar, cada vez que "pierde la cabeza", cada vez que se entrega y por lo tanto se aniquila. En los momentos de intenso dolor o placer -como por ejemplo durante el orgasmo- la cabeza se echa hacia atrás en un gesto instintivo, es decir, no calculado, mediante el cual se intenta regresar a la alineación horizontal de la boca y los órganos inferiores.

Desde hace mucho tiempo la decapitación nos remite a esta reina de cabellera vigorosa que, transmutada en símbolo, nos persigue. Silenciosa atraviesa la historia de los hombres. En palabras de Campbell, el  mito nunca es algo proyectado por nuestro cerebro, se experimenta en el corazón, mediante emociones, aunque se forme en la cabeza. Surge del reconocimiento de identidades ubicadas en las sombras, detrás de un velo, en el interior de la apariencia de las cosas: es la percepción amorosa de un donde normalmente hubiéramos percibido objetos inanimados. El mito entonces es un dotar de vida. 

No hay comentarios.:

Publicar un comentario