Hestia reencarnada




   Ahí está otra vez el pelafustán de enfrente, parado al sol como una iguana vieja. Le gusta mostrarse en la puerta. Estira un poco los brazos, mira para arriba, se abre, hace gestos; exhibe su cara de piedra. Espera el choripán. “estilo gourmet”, le oiré decir más tarde. Lo sé sin levantarme de la cama. Lo sé, ya está ahí. Lo sé porque cada mañana sube el olor nauseabundo del chorizo primordial chamuscándose en el fuego. El del puesto de chorizos viene silbando bajito y después, cantando a voz viva, se instalará aquí abajo, justo al pie de mi ventana, para encender el carbón. Así se irá llenando mi departamento primero de olor a humo después, a chorizo chamuscado. Entonces se cruzará la iguana macho a hacer el pedido, jactándose del privilegio que brinda poder ser el primero en elegir. Discutirán de tamaños, siempre elegirá el más grande. Volverá a cruzar, e impaciente, esperará a que lo llamen con un silbido o un grito. 
Devorará temprano, apenas pasada la media mañana, cuidando de no ser visto, vigilando agazapado detrás de las vidrieras que no llegue su esposa: mezcla de gata flora y perro de policía, todo en la misma mujer. Cuando el fuego empiece a crepitar y el aroma suba furioso, me levantaré de la cama. Recién amanecida, desterrada y mustia, como una piltrafa inmunda inducida por el humo y el canto de amor desafinado, cerraré las ventanas. Así será. Entonces veré la instantánea abrumadora: el choricero cantando mientras aviva el fuego con un cartón despanzurrado y sucio sobre la parrilla improvisada y el viejo corriendo a esconder su chorizo a vistas de la esposa-perro. Encenderé un cigarrillo para poder aguantar tanta miseria humana y pensaré en Zeus, mi padre. Padre de todos los hombres y los dioses y me preguntaré, una vez más, cuándo podré por fin mandarme a mudar de este Olimpo de mierda.


Karina Rodríguez



Hacia dónde vamos


Hay formas de amor que no están basadas en la evaluación de las cualidades del ser amado. Tampoco en su modificación. En ellas se admira y se acepta al otro en toda su extensión de ser humano, aún en la imperfección. Esas formas de amor no se ven limitadas por la reciprocidad ni se vuelcan hacia el resentimiento en caso de rechazo. Sin estar por eso exentas de dolor, esas formas de amor son la forma más pura de dar. Ese, y no otro es el amor libre: libre de la ley de reciprocidad, libre del apetito propio, libre del control mental y físico sobre el otro, libre del condicionamiento social. Ese amor es un amor con luz natural, que considera que la alegría y la seguridad del ser amado son tan significativas como las propias, e incluso más, aunque esa felicidad nos excluya. Por ende, no necesita poseer, aferrarse físicamente o dominar. Es libre. Aprende y evoluciona de las formas más primitivas y aberrantes del amor inculcado como "correcto". Signados como estamos por el amor pre-diseñado por los dueños de la moral, para la mayoría, estas formas de amor resultarán sino imposibles, inaceptables.

Pero hay que decirlo: ese Amor existe, aunque no abunde.



Karina Rodríguez (Black Rose)



Fotografía



Tiempo atrás,
en la visión celestial de una sonrisa,
todo vuelve a girar, continúa.
Lo natural, más bien sutil
de un tiempo joven
se desliza hacia hoy.
Una mueca suave, a penas insinuada,
con las comisuras tensas
y una curva en los labios 
que se niega a ser.
Pero los ojos son otra cosa:
no hay sutilezas
en la profundidad del bosque,
en la voracidad del mar.

Karina Rodríguez

El mal tiempo



Crecemos con el tiempo, con el mal tiempo. Los vientos huracanados nos ayudan, siempre y cuando, no los tomemos muy en serio ni se nos ocurra cubrirnos previamente con abrigos de piel. No, eso no. Hay que saber estar a la intemperie. Y si es posible, desnudos, para poder sentir mejor lo que se viene. Antes de subirse a un barco verificar el mal tiempo, cómo vendrá la tormenta, cómo los vientos y si habrá posibilidades de que se convierta en tempestad y naufraguemos. Sino no sirve.

Luzmala

Rosafango,
Dragonprincesa,
Niña-murciélago:
Luzmala

Madre de sombras,
en el teatro del absurdo la risa comienza.
Enérgica y sonora se desliza
en cuanto se abre el telón.
Después se convierte en mueca,
siniestra aventura sin más mérito que la simulación.
Una contorsión final
y la boca ya se vuelve inaceptable.
Es ese el instante.
Y los actores de la vida comprenden:
se ríen de sí mismos.
Es ese el instante.
Y un dolor inasible se apodera de tu cuerpo.
No hay manera de escapar a tus tinieblas,
aunque se disfracen de luz.


Karina Rodríguez