El mito en el lenguaje

                                                                                                       

El mito se encuentra en la derecha, ahí es esencial, sentencia una revista mexicana de crítica contemporánea. En la nota se hace un análisis sobre el libro Mitologías, del filósofo francés Roland Barthes. 

Urge aclarar que en el libro Barthes no se refiere a las historias relacionadas con las antiguas religiones, con la mitología clásica. Barthes va más allá, habla del mito que creamos a diario en el lenguaje. El mito como un habla, inmerso en el sistema de comunicación cotidiana; el mito como mensaje, sujeto a unas condiciones lingüísticas que lo caracterizan; el mito como repetición incansable, que se expande en un sector social determinado, y que llega a ser un eco gigantesco que se ubica en las antípodas de la realidad. 

Viene a mí una expresión muy popular de nuestros días: 


Los empresarios no roban porque no lo necesitan

El mito se inventa sin cesar. Vivimos haciendo conjeturas de este tipo, que ni siquiera son tales, ya que apenas repetimos un verso escuchado de otros; porque en realidad, el mito siempre tiende al proverbio. No es novedad que controlar lo que pase, incluso en el lenguaje, nos da seguridad. La ideología burguesa invierte ahí sus intereses esenciales: la universalidad de los principios, el rechazo de la explicación. Hay en ello un deseo de ordenar, de darle al mundo una jerarquía inalterable, un deseo de que las cosas "sean como deben ser". Pero lo que hay, sobre todo, es una pérdida de la singularidad del hombre. En el mito hay un querer decir que "las cosas son así porque sí". 

De este modo, Barthes nos asegura que todos los días y en todas partes el Hombre es detenido por los mitos y arrojado a ese prototipo inmóvil que vive en su lugar, que lo asfixia como un inmenso parásito interno y que le traza estrechos límites a su actividad; límites donde le está permitido sufrir un poquito, pero sin agitar el mundo. Esta falsa naturaleza constituye para el hombre una prohibición absoluta de inventarse a sí mismo. Los mitos son una demanda incesante, infatigable, la exigencia insidiosa e inflexible de que todos los hombres se reconozcan en una imagen eterna y situada en el tiempo en que se formó, como si debiera durar para siempre. 

No es necesario decir que estos mitos no son hechos naturales, sino situaciones creadas por el hombre con una intención, con el objetivo concreto de transmitir un mensaje. De ese modo, cualquier objeto, concepto o idea será susceptible de convertirse en mito, siempre que se den las condiciones adecuadas. Y el ejemplo más claro que encontré en la red para echar luz a la afirmación de que el mito de Barthes responde a la idiología pequeñoburguesa, es el caso de una publicación de la Revista francesa Match. Aquí la Doctora Cristina Sánchez Arroyo explica el concepto completo del mito según Barthes:

Bichín entre los negros

La revista Match ofrece la historia de un matrimonio joven de profesores que marcha a África a pintar cuadros llevando consigo a su hijo de meses, Bichín. Esta historia conmovió a la gente cuando la leyó, impresionada por la “valentía” de los padres y del niño, pues está arraigada en el “mito pequeñoburgués del negro”.

El sentido está claro de nuevo, la historia del matrimonio que va con su bebé a África a pintar cuadros. Pero la forma se llena de nuevo con otro concepto, a saber, la valentía del blanco al viajar a tierras hostiles pobladas de negros salvajes y caníbales. ¿Quién se para a pensar en la estupidez de tal empresa teniendo delante una suculenta historia sobre el contraste entre la civilización blanca occidental y la barbarie negra africana? Esta historia satisface las ansias (conscientes o inconscientes) de cuentos sobre el salvajismo de los diferentes, en este caso los negros incivilizados (que se oponen a la imagen del bárbaro domesticado, el otro lugar común de las historias de África). El heroísmo de Bichín está en el constante peligro de ser comido por los negros caníbales, algo que nunca sucede, como si el pequeño niño blanco fuera más poderoso per se que toda la crueldad y el desenfreno del negro tribal. Personifica la lucha entre lo blanco y lo negro, lo puro y lo impuro, el alma y el instinto.

El hecho de que el protagonista de la nota sea este niño inocente hace que la inocencia se traslade al lector, como si pudiera ver la historia a través de los ojos infantiles: África se vuelve un espectáculo, un teatrillo, los negros no son personas sino personajes reducidos a la función de entretener al blanco occidental civilizado con sus extravagantes costumbres, que aparecen como imágenes de una película. El peligro que representan en esta historia es también un peligro teatral, sirve sólo para hablar de ello, para convertir la historia en algo más interesante y asequible a la mentalidad que concibe al negro como inferior al blanco, tanto en su sometimiento como en su libertad salvaje.


Este mito pone de manifiesto la distancia entre el conocimiento y la mitología, entre la ciencia y las representaciones colectivas, que marchan dispares a conveniencia del poder, a quien no le interesa que el conocimiento llegue a la gran masa y por ello alimenta las imágenes estereotipadas y adormecedoras de la conciencia crítica.


El pequeñoburgués -dice Barthes- es un hombre impotente para imaginar lo otro. No puede. Si lo otro se presenta en su vida, el pequeñoburgués se enceguece, lo ignora y lo niega, o bien lo transforma en él mismo, con este mecanismo lo desotra. Sólo asimila lo otro cuando es irreductible y ¿cómo lo hace? Haciendo aparecer una figura de auxilio: lo exótico. Así, lo otro deviene objeto, espectáculo, rareza: relegado a los confines de la humanidad, ya no atenta contra la propia seguridad. 

Es que lo otro es un escándalo que acomete contra la esencia, y no alcanza con fingir tolerancia en las redes, no alcanza con autodefinirse como una persona tolerante y abierta; aunque sea cool decirlo, no alcanza. 

Aceptar la otredad es diluirse en la incertidumbre, demoler la seguridad que este mundo nos exige todos los días, dejar de ser lo que los demás desean para dudar de lo que somos. 

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