Simil amor




El psicólogo argentino José Luis Juresa escribió un pequeño ensayo sobre amor, inmunidad y capitalismo. En él articula la idea por demás interesante de que un "similar del amor" habita entre nosotros. Tal como el simil cuero, forma parte del temido entramado capitalista.

Hoy la vida se vacía de erotismo y los sujetos se aplastan por la idealización de la tenencia de los bienes, materiales o no, y de las cualidades sociales. 

Vale decir, en las redes somos la pareja ideal, buenos padres, buenos amigos, hijos ejemplares, hermanos devotos, trabajadores incansables y personas de bien: no hay poema.

También existe una exacerbación de la relación con el propio cuerpo, pero desenganchado del otro; una suerte de abrazo de sí mismo, una especie de autismo social. Sin embargo, todo se trata de tomar aquello del sí mismo que, antes que aislarlo, lo acerca al otro y a la comunidad en la que vive y con la que construye un sentido real para su existencia.

Juresa afirma que en este sistema, en el que estamos metidos todos hasta las narices, el poder se construye por fuera del amor, con lo cual, una debilidad de tipo amoroso es interpretada siempre como una debilidad en el poder que cada sujeto construye, así que al reducirlo al error, se convierte al "fenómeno fallido" en un elemento que se puede manipular, es cierto, pero también corregir. 

"No pierdas tiempo en cosas del amor", nos aconsejan. "El amor debilita la razón", se lee todos los días. Mientras tanto, en este mar de acciones, el dinero sería un objeto a poseer. Parecería que es así, pero la pregunta que deberíamos hacernos es si ese es verdaderamente un deseo propio o ha sido implantado en el individuo que somos. El capitalismo implanta en el individuo muchas de las ideas acerca de lo que debe desear, lo que está bien y lo que está mal desear, a tal punto que lo llevamos normalizado.

El libro de Madame Chatterley, una de las pocas mujeres literarias de principios del siglo XX que se atrevió a desear y a vivir (no solo a imaginar) lo que sentía, fue publicado en 1928 y censurado hasta 1960. D.H Lawrence muestra en principio una mujer recatada y "correcta", a la altura de los ideales de la sociedad, hasta que irrumpe en escena la mítica figura de Pan, el guardián de la vida salvaje; las malas lenguas han dicho que es el propio autor hecho carne (más bien papel y tinta) en el Guardabosques que se convierte en su amante. 

Lawrence tiene un gran mérito por haber escrito esa novela, pero necesitó ajustarse de algún modo a su época y, quizá agobiado por el puritanismo social, justificar las decisiones de la protagonista otorgándole en la ficción un marido lisiado por la guerra, un marido conservador que solo entregaría a su mujer a cambio de un heredero. Razón de fuerza mayor, si las hay. En síntesis: Connie es una heroína, pero Lawrence necesitó obligarla con algunas circunstancias adversas. Sin embargo, para el deseo no hay excusas.

Retomando el asunto del simil amor de Juresa, frente al elemento disruptivo del amor (el amor es caos) el aparato de disciplinamiento, el aparato rectificador, actúa de inmediato como lo harían los anticuerpos, que avanzan sobre todo aquello que es extraño a su naturaleza, o al menos, a su funcionamiento. Idea que ya desarrollara con gran habilidad el filósofo sur-coreano Byung Chul Han. 

El amor, dentro de este marco, es un acontecimiento cada vez más raro, un fenómeno anormal, que si ocurre se corrige, a menos que sus condiciones estén dadas para servir al sistema; y para que el sistema logre digerirlo, para que logre aceptarlo, deberá ser tratado como un objeto de consumo más, para que se entienda: deberá cumplir "ciertas reglas". Vale decir que, como estamos en una época de "dueñidad", el amor deberá tenerse en propiedad, como se tiene un auto, una casa, o un lindo par de zandalias. Un souvenir más en la mesa de luz de la pareja moderna. Eso sí: blanca, heterosexual y clase media. 




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