La máscara que porto


Y si de felicidad hablamos, la antropóloga feminista Rita Segato un día se preguntó por qué las mujeres somos más felices que los hombres. Partiendo de ese supuesto, pensó que la situación se expresa globalmente en el hecho de que en todo latinoamérica no hay un solo país donde los hombres mueran a edades más avanzadas que las mujeres. Es decir, que en la mayoría de los países los hombres mueren más jóvenes. Llegó a una conclusión interesante en la que sostiene que, acorde al mandato de masculinidad que se les ha impuesto desde pequeños, en su entorno familiar, en el entorno social, hay en los hombres una disminución en la capacidad para crear vínculos. Según Segato, que tiene mucha experiencia en estudios de campo con poblaciones masculinas, ellos carecen de esa actitud tan propia de las mujeres de ver a una persona una o dos veces en la vida y establecer con ella un vínculo sinérgico y empático que no solo funciona sino que se sostiene en el tiempo. Lo que sí hay en los hombres es el establecimiento de una especie de "sociedad" que ella denomina "cofradía masculina", pero que tiene más que ver con pertenecer a un grupo determinado, con ser parte de algo. Hoy un hombre, nos dice, para gozar de prestigio masculino frente a su entorno, es obligado a hacer cosas que no quiere hacer y muchas veces no hace lo que tiene ganas, con el agravante de que no siempre es consciente de todo esto.

La psicóloga jungueana Marie Louis Von Franz escribió:

 En el Hombre hay algo estructural heredado que le hace actuar y pensar de cierta manera, y por eso es que a veces no nos aclaramos acerca del origen de un contenido mental determinado. Es cierto que hay una psique que se manifiesta en los sueños de un modo involuntario, no controlado. Nos puede guiar hacia los deseos propios, mostrar lo que insistimos en negar.

Más allá de toda especulación sobre el inconsciente, es definitivo que las mujeres generamos formas vinculares crónicas; establecemos y mantenemos esos vínculos de afecto y de contención sin importar sexo, edad, raza o especie. Los hombres en cambio se comportan con mucha mayor prudencia y arrogancia en sus relaciones vinculares, sobre todo al inicio, como si un ojo omnipotente vigilara esas acciones o una voz interior les dijera cómo deben comportarse; muchas veces adjudicamos esas actitudes al "comportamiento natural del hombre", y muchas otras utilizamos el lema no por prejuicioso menos estúpido de que "los hombres son así" cuando en realidad son, al igual que nosotras, víctimas pasivizadas del mandato. Aquí sería necesario articular el concepto que desarrollara en algunos de sus ensayos el psicólogo José Luis Juresa, sobre la importancia psíquica que tiene la simbología del "padre clavado al madero" en la masculinidad. Metáfora ineludible del deber que tal vez, solo tal vez, nos ayude de aquí en más a pensar, a dicernir algunas viscosidades, algunos empecinamientos imposibles. Mientras tanto, y a pesar de todo, las mujeres seguimos construyendo relaciones.

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