Alexandre Cabanel. El ángel caído (detalle) |
Esta crítica contiene spoilers sobre Las crónicas vampíricas y el Universo Inmortal de Anne Rice.
If I am an angel, paint me with black wings!
Anne Rice (The vampire Armand)
[...] Había algo grotesco en él, acentuado por su gracia y la serenidad imperturbable de su rostro blanco [...]
Anne Rice (Interview with the vampire)
Algunas consideraciones sobre Marius de Romanus:
Dame un senador romano y una esclava celta y te daré un hijo ilegítimo, erudito y políglota (el verdadero malcriado de esta historia) que, pensando que iba a ser un sacerdote druida, se le torció el destino: fue convertido en vampiro adentro de un roble hueco, y cargó con la cruz de la especie sobre sus hombros durante toda la eternidad.
Marius es el responsable de que Armand sea un jodido. No es que antes de él su corta vida humana hubiera sido más fácil, claro que no, no estoy diciendo eso. Lo que digo es que podría haberle ahorrado al adolescente la continuidad del trauma.
Esclavizarlo en un Palazzo veneciano de pisos caldeados para obligarlo a pintar, no ayudó. Entregarlo a los ocasionales amigos viciosos que llegaban a la ciudad en busca de diversión, no ayudó. Azotarlo hasta sangrar, cambiarlo por piezas de arte no es precisamente la idea que tenemos sobre ayudar a sanar.
En Venecia, Marius era un mercader de arte. La moneda de cambio era Amadeo.
Eso explica la distancia infranqueable. Eso explica el hecho de que, después del ataque de Santino y su pandilla de oscuros, Marius y Amadeo jamás hayan vuelto a intentar siquiera saber el uno del otro. Se creyeron mutuamente perdidos. Sin más.
El destino fue duro con los dos. La noche del fuego, Marius sufrió quemaduras tan severas que lo incapacitaron durante meses; fue desfigurado, su piel sin poros, marmórea, tan propia de un hijo del milenio se chamuscó, sus órganos se comprimieron, los pulmones fallaron incontables noches. Rascó el borde de la muerte, lloró, gritó, alucinó, maldijo su propia cobardía por no decidirse a matar a Santino.
Y hubiera sido cenizas si no fuera porque atinó a arrojarse al canal. Marius nadó hasta El Santuario, el refugio de los Padres Sagrados, en una isla del Mar Egeo. Un espacio de culto subterráneo, excavado en la piedra de un castillo que él mismo había comprado y acondicionado para darles refugio, después de que el Dios del Roble del bosque de los druidas le pasara la custodia.
En los días posteriores el amo blanco ni siquiera podría cazar por sí mismo. Se debilitaba, la telepatía no le funcionaba, y el dolor de la carne se volvía insoportable. Después de varios intentos, finalmente pudo dar con el pensamiento esquivo de Bianca Solderini, una mortal veneciana con la que él y Amadeo se habían vinculado antes, sin revelar sus verdaderas intenciones.
Bianca acudió en ayuda, aunque no entendía bien de qué iba la cosa. A regañadientes participó de su secreto, lo dejó entrar en su mente, hasta que a causa de sus propias limitaciones humanas, también ella fue convertida en una bebedora de sangre. Marius era un tipo muy pragmático cuando se trataba del cuerpo de los otros.
La noche del fuego Amadeo fue secuestrado por Los hijos de la oscuridad, el grupo de vampiros de Santino con fundación en Roma. Todavía no eran cirujas, pero ya veneraban al diablo y empezaba a gestarse entre ellos una especie de delirio colectivo de reclusión y penitencia. Desde Venecia se los transportó en barco durante días, y el destino final del grupo fue Paris.
Ya iniciado en los rituales absurdos y bestiales del aquelarre, recién nacido a la oscuridad, sediento, humillado, con el corazón roto y el cerebro frito, se lo imbuyó de poder: Armand se convirtió así en el líder de la asamblea romana de Santino. Poder que cultivó celosamente hasta que llegó Lestat a la ciudad de Paris, y fue convertido por Magnus. Entonces todo cambió:
Antes de él solo éramos animales asustados, escondidos detrás de las piedras.
Lestat venía a decirles que no existía tal cosa como dios o como el diablo, que los verdaderos Dioses de la creación eran ellos, los bebedores de sangre, que todos eran iguales y que para ser buenos vampiros no era necesario estar tan sucios. En definitiva, Lestat dijo a viva voz las verdades que Armand se repetía en silencio desde hacía siglos.
Por eso la asamblea de París se rompió con tanta facilidad. Por eso, en un principio Armand quedó prendado de Lestat en una relación de poder tan pegajosa como insostenible. Por eso el vínculo posterior de respeto y complicidad. Más allá de las chicanas mutuas, más allá de Louis y de Claudia, ellos siempre supieron quién era el otro.
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