Mala mía




Sos el lobo feroz de la palabra y yo 
caperucita
mala para el rencor mala para la estrategia
para las distancias: mala
mala para la tregua y la mentira. Mala
Y malo el corazón contaminado de esperanza
Vos estatua de sal y yo 
trapo viejo arrojado al fuego devorada
caperucita rota
loba
loca
acorde disonante 
de una canción que no para de girar en los oídos de un sordo
y hace un replay infinito 
y vos lobo acobardado perdido adentro tuyo         
¿Dónde nos encontraremos las noches que no logremos escondernos?

Ser instante



a veces
lo poco que existe
lo hace como un niño

expone su cuerpo prematuro y tenso
se empeña en seguir
grita

cobija un futuro de puños cerrados
de párpados débiles
de pupilas ciegas

hay en él abismo
y una oscura y férrea pasión por vivir



La acción subversiva de la poesía







un texto de Aldo Pellegrini

Hay una fuerza en el hombre, proveniente del simple hecho de vivir, que condiciona su destino de modo fatal. Esta fuerza se vuelve visible a cada momento a través de las manifestaciones del Amor, que tiende a trascender del individuo en una comunión con el todo y tiene sus propias leyes irreductibles a los esquemas racionales. La poesía aparece como expresión de ese impulso hacia el cumplimiento de un destino vital, y la fatalidad de ese destino se revela en la poesía como un hecho indiscutible. La poesía no es, por consiguiente, un lujo o un divertimiento, sino una necesidad, del mismo modo que lo es el Amor. Todas las otras necesidades, aun las más perentorias, están subordinadas a esos dos, que en definitiva son los dos aspectos de una misma energía primordial que le confiere su verdadero sentido a la vida. Si penetramos profundamente en el significado del viejo refrán "No sólo de pan vive el hombre" comprobaremos que la lúcida sabiduría popular llega a una convicción análoga. 

Prescindir de la poesía equivaldría a renunciar a la vida.

Considerado así, lo poético no reside sólo en la palabra; es una manera de actuar, una manera de estar en el mundo y convivir con los seres y las cosas. El lenguaje poético en sus distintas formas (forma plástica, forma verbal, forma musical) no hace más que objetar de un modo comunicable, mediante los signos propios de cada lenguaje particular, esa fuerza expansiva de lo vital. Como consecuencia, el mundo poético está en todos, en la medida en que cada hombre es un ser integral. La clara consigna de Lautréamont, "La poesía debe ser hecha por todos", no tiene otro sentido. Aquel que ignora la poesía es un mutilado, tal como lo es aquel que ignora el amor.


La última afirmación podría sugerirnos la idea de que vivimos en un mundo de mutilados, pero no es así: lo que habitualmente encontramos no es la falta de impulso poético sino su represión. Y está reprimido porque vivir hacia lo ilimitado, como exige la poesía, es decir, vivir en la dimensión total, no resulta conveniente para las fuerzas opresoras que dominan el mundo. Aceptar ese modo de vivir significaría prestarle al hombre un carácter casi divino, lo que no interesa a los detentadores del poder, que prefieren considerar al hombre como un objeto, como algo inmóvil y sin dimensión. Para anular a la poesía se ha creado toda una organización de falso pudor, parecida a la que existe para limitar la extensión del amor. Por el crimen de pornografía se condena al amor sin trabas. Parecida condena de pornografía amenaza a la poesía auténtica, sin trabas. Los dos procesos que abren el camino de la libertad, de la aventura, de lo imprevisto y de la exaltación, se ven constreñidos a la categoría de parias sociales.

Abierto el camino de la libertad por la poesía, se establece automáticamente su acción subversiva. La poesía se convierte entonces en instrumento de lucha en pro de una condición humana en consonancia con las aspiraciones totales del hombre. Ceder a la exigencia de la poesía significa romper las ataduras creadas por el mundo cerrado de lo convencional.

Esta función de ruptura no pasa inadvertida para quienes aspiran a una convivencia basada en la sumisión. Tampoco pasa inadvertida la importancia, la verdadera necesidad de la poesía como factor de expresión vital. La solución contemporánea de estos dos problemas la logran los detentadores del poder domesticando a los poetas, volviéndolos inofensivos, para que ofrezcan un producto falsificado o desnaturalizado que con el título de poesía reciba los honores oficiales, las prebendas. Así se logra un alimento sustitutivo de la pasión poética, que puede designarse con el nombre de poesía "oficial" y que es la negación total de la poesía. Así se alcanza el ideal de los carceleros: lanzar a los poetas contra la poesía.

Por este mecanismo de sustitución, el verdadero poeta queda fuera de la ley, y para darle a su engañifa características de consenso, los carceleros someten a los poetas a la repulsa de la opinión pública. Los detentadores del poder fabrican la llamada opinión pública, y ésta actúa dócilmente en defensa de los intereses que propician la sumisión. La opinión pública es la opinión de los hombres sin opinión, y éstos condenan la poesía. En el momento en que la poesía es colocada fuera de la ley aparece como consecuencia ineludible la figura del poeta repudiado: la poesía se vuelve
maldita.

No todos los poetas ceden a la presión del poder y de la opinión pública. Dante, Villon, Blake, Rimbaud, Lautréamont, Artaud, agitaron en una u otra forma el látigo liberador. Pero hay poetas que se rinden, que claudican, y esta claudicación se obtiene a veces por los medios más indirectos. Uno de los medios indirectos de sumisión, en el que caen a menudo verdaderos poetas es el esteticismo. El arte por el arte significa siempre un arte sometido, que rehuye el peligro y busca el calor de los aplausos.


Pero esto no quiere decir que la acción subversiva de la poesía se realice mediante el tratamiento directo de los temas de subversión. No necesita por ejemplo, cantar a la libertad (palabra degradada por los falsarios de todos los colores) pues cantar a la libertad ha demostrado ser uno de los recursos de los propiciadores de la esclavitud. La libertad vive en la poesía misma, en su manera de expandirse sin trabas, en su poder explosivo. Está implícita en el acto de la creación, en ese modo de surgir de las zonas del espíritu donde reina la insumisión, donde es libre en todas las dimensiones: libre de los esquemas de la razón, libre de las normas sociales, libre de las prohibiciones, libre de los prejuicios, libre de los cánones, libre del miedo, libre de las rigideces morales, libre de los dogmas, libre de sí misma. En esa zona del espíritu vive la experiencia milenaria de la especie, vive el sentido del hombre, se forman los deseos y las formas impulsoras de la dinámica vital. Allí se establece el vínculo real con el mundo a través de la única vía libre que lleva al universo todo. 

En esa zona se gesta el milagro, nace la excepción. La poesía tiene allí su imperio, y allí están las fuentes de la imaginación creadora que participa con las potencias del amor en la construcción del ser auténtico, que cuando se lo percibe dentro de sí determina la aparición de un orgullo silencioso y secreto, un orgullo que toma frecuentemente la apariencia de la humildad, y que es patrimonio casi exclusivo, en su monstruosa magnitud, de los santos y de los poetas.

La acción subversiva se manifiesta al ofrecernos la poesía la imagen de un universo en metamorfosis en oposición al universo rígido que nos imponen las conversaciones. La imagen poética en todas sus formas actúa como desintegradora de ese mundo convencional, nos muestra su fragilidad y su artificio, lo sustituye por otro palpitante y viviente que responde al deseo del hombre. Por eso la poesía auténtica degrada a quienes aspiran a existir en un medio dominado por la quietud, un medio pasivo, sin riesgos y sin imprevistos. Ese medio es un esquema irreal, abstracto, desvitalizado; es el falso mundo de la seguridad, que se parece más a un mundo de fantasmas que las más desaforadas creaciones de la imaginación poética. Para completar la paradoja, los defensores de ese mundo irreal se llaman a sí mismos, realistas.

Una actitud disconformista señala el paso inicial que dirige al hombre hacia el centro de acción de la poesía. El poeta se coloca frente a la sociedad aceptada y manejada por los conformistas. La maquinaria social al servicio de una organización deshumanizada reduce a los hombres a números, y cierra todos los caminos. Los que sueñan con el poder, cualquiera que fuere el mecanismo de éste (el dinero, la fuerza, el soborno, el chantaje, la política, el terror) tienden a reducir la conciencia de los hombres a cero. El mundo se convierte así en un reducto sin puertas ni ventanas, domine el patrón oro, o domine la burocracia. 

La poesía abre puertas y ventanas tanto hacia afuera, hacia el mundo, como hacia adentro, hacia el hombre.

Pero indudablemente la poesía, al introducirnos en el misterio de lo real, nos descubre una vasta zona de peligro, una región inquietante y turbadora. Muchas veces lo poético toma la forma de un acto de violenta provocación y aparece como antipoético, como negador de la creación. Cuando Marcel Duchamp expuso una rueda de bicicleta o un portabotellas con la pretensión de que constituyesen obras de arte, realizó un acto poético del más alto valor subversivo. Lo mismo Rimbaud, al renunciar a la poesía, lleva a su extremo límite la actitud subversiva del poeta. La insumisión alcanza ese límite extremo en el momento en que proclama la negación de la poesía, y ese momento aparece cuando la poesía está seriamente amenazada de domesticidad. Así, lo antipoético se convierte en el valor supremo de subversión y en el mecanismo utilizado por los verdaderos poetas en defensa de la poesía en peligro, para reconquistar su fuerza liberadora. Mediante lo antipoético, se retorna al punto cero, en contacto con la fuente originaria, con el fuego central.

En el proceso utilizado para domesticar a los poetas, el aplauso, el consenso elogioso, la popularidad, son los factores más peligrosos. El poeta que sucumbe a la tormenta de los aplausos debe pensar que los imbéciles, que forman la gran masa de los llamados entendidos, no se equivocan nunca: sólo aclaman lo inofensivo. El poeta debe desconfiar de ese aplauso, de ese elogio unánime, con el que fabrican las rejas de su prisión. Por eso Bretón lanzó un alerta lúcido a los poetas al decir: "La aprobación del público debe rehuirse por encima de todo". Pues un poeta domesticado por el elogio tiene más valor para los predicadores de la sumisión que los inocentes versificadores que ellos presentan como sustituto. El poeta domesticado se convierte en ejemplo de la inutilidad de ser libre. Como el león domesticado, es una caricatura grotesca de un gran señor de la libertad, y sus rugidos adquieren entonces acentos de canto de ruiseñor. No es la confortable y estéril placidez de los parques artificiales la que conviene al poeta; su poder combativo y creador se exalta en la sorda lucha de la selva, y para el poeta de hoy la selva ha encontrado residencia en las grandes metrópolis, donde brotan del suelo gigantescos rascacielos, donde la vida se ve vuelta en la mañana inextricable y despiadada de un mundo mecanizado, y hombres-serpientes y hombres-chacales pululan por las calles.

El humor es el elemento que provee a la poesía de su mayor virulencia. Acerado como la luz, el humor se constituye en la vanguardia combativa en pro de la autenticidad del ser. Con su filo luminoso corta la oscuridad, y aporta el fuego que consume lo muerto y reanima lo vivo. Contiene el feroz deseo del hombre en su virtualidad renovadora, que corroe el mundo de lo inmóvil y lo opaco.

Latente o concreta, la subversión contenida en la poesía auténtica no ofrece dudas; pero la poesía no se reduce a un acto negativo puro: contemporáneamente a su acción provocadora afirma su fe en un mundo mejor que responda a la íntima realidad del hombre. Por eso sostiene una posición de recuperación de todos los antiguos mitos que ofrecen salida al desamparo: el mito del paraíso terrenal, el mito de la edad de oro. La poesía cree en esos mitos así como cree en la fuerza todopoderosa del amor. En esa común pasión coinciden los poetas con los fundadores de religiones. Esa es la causa por la que El sermón de la montaña se reúne con Así hablaba Zaratustra en la misma defensa del hombre. 

También los poetas hacen suya la memoria de los mártires que buscaron cambiar la condición humana, pues las torturas infligidas a los santos, a los revolucionarios y a los poetas, tienen todas el mismo significado de persecución del espíritu poético, de aniquilación del hombre que no se resigna a un destino sórdido. En una misma veneración se engloba a Jesucristo, Giordano Bruno, el obrero-poeta Bartolomeo Vanzetti y Antonin Artaud. 

En una época como la actual, en la que la poesía tiende a la domesticación por los más variados mecanismos en los más variados regímenes sociales, los poetas auténticos se encuentran siempre alertas, aunque estén reducidos a la soledad o compelidos por la fuerza y el terror. De pronto aparecen los Vosnesensky, los Evtuchenko para recordar los derechos inalienables del hombre. Estamos próximos al momento en que la revolución en defensa del hombre se desarrollará en el plano de lo poético.


Aldo Pellegrini.

Este texto pertenece al libro Para contribuir a la confusión general es de 1965.

No nos une el amor


No nos une el amor sino el espanto
(Jorge Luis Borges)
...
No, no nos une el amor
ni la esperanza de alguna vez amarnos
Nos une nuestro empecinamiento
contra las insalvables distancias que nos separan.
Nos une la inercia de dos esculturas
que comparten una plaza:
cada una sobre su piedra sin poder alejarse un solo paso
pero también sin poder acercarse un solo paso.
Nos une ese acercamiento incompleto
ese mirarnos cada uno desde su altura
cada uno desde su miseria,
Nos une un largo silencio cargado de palabras
que pesan demasiado para decirlas así porque sí,
sin garantías de que nos estallen en los labios al pronunciarlas.

No, no nos une el amor que es un puente
lo que nos une es un abismo.
Nos une este lamento que trazamos las tardes de lluvia
como dos gatos arrinconados por niños armados con piedras.
Nos une este lamento
como una esperanza involuntaria, inconsciente,
de que él nos salve.

No, no nos une el amor
quizá sea el infortunio el que nos obliga
a aferramos con tanta vehemencia,
quizá sea este viento por el que nos dejamos arrastrar
o quizá sea esta penumbra que nos desdibuja.

No, no nos une el amor
nos une el acicate de una soledad idéntica y diferente
y no es únicamente el temor a la soledad presente
es también la premonición de encontrarnos solos en el futuro,
Cuando ya nuestros físicos
no despierten atracción ninguna.
Esa desolación futura
que sabemos nos espera con su ávida crueldad,
en algún punto del camino,
nos hace temblar más que la desnudez de este instante.

No, no nos une el amor
nos une el no saber vivir
Nos une este salvaje empecinamiento
de sumarle a la desdicha actual
el pavoroso temor a la incertidumbre
(o a la certidumbre de tragedia inevitable)del porvenir.

No, no nos une el amor
nos une la necesidad de duplicar nuestra voz
para intentar el derrumbe
de los oídos que son murallas contra la sinceridad.
Nos une la evidencia de que al mundo le estorba nuestra aflicción.
Nos une este sobrevivir por un anhelo insensato
que quizás sea el germen deforme de una fe
desarrollándose sin nuestra colaboración,
sin nuestro consentimiento.

No, naturalmente, no nos une el amor
nos une este lamento que lanzamos como una flor y un insulto 
como un reproche
y una súplica a todos y a nadie.
Nos une este lamento
porque el hecho mismo de haber podido construirlo
se asemeja a la esperanza.
Pero no nos engañemos,
al final de cuentas,
lo que nos une
no es el puente sino el abismo.

José Sbarra (1950 - 1996) Fragmento de La obsesión de vivir. Editorial José Sbarra.



Rosa Negra en Revista Cronopio



Lo que el patriarcado nos dejó: El desprecio.



El desprecio es un gato asustado: traiciona. A menudo tiene que ver con los golpes, las agresiones físicas o verbales, pero siempre tiene que ver con poner al otro en un espacio deshumanizado y frío, rebajándolo a la condición de cosa. Entonces se relega su humanidad a un sitio oscuro, donde no moleste y a la vez sea funcional. Como un objeto, como un mueble. Tiene que ver con no tener que escuchar sus problemas. Lo que dice, lo que opina, lo que piensa o lo que siente simplemente se considera absurdo, básico, anecdótico o se desdeña.

El desprecio tiene que ver también con ignorar cualquiera de esas expresiones de humanidad. Tiene que ver con la no realización del otro, con que no sea, con el bloqueo de su libertad, porque la forma más efectiva de coartar la libertad de otro es rebajándolo a la condición de objeto, donde no tenga voz, donde no tenga derecho a decir y a decidir. Tiene que ver, en definitiva, con no involucrarse con él. Es una acción paradojal, que deshumaniza a la vez a quien recibe y a quien ejerce.Tiene que ver con el egoísmo y el egoísmo es un lugar cómodo para el egoísta, un lugar donde no se dan explicaciones, donde no se corren riesgos.
El gran riesgo de amar, sobre todo.
Por más que nos afanamos en ejercer la libertad individual, por más que tengamos siempre, por lo menos en la carne, su anhelo (lo llevemos o no a la práctica) siempre vamos a encontrar en el vasto camino de la vida a otros individuos con intenciones, conscientes o inconscientes, de coartar esa libertad. Otros seres, que nos van a ubicar sin dilación en ese espacio de cosa, en esa nada funcional a todo, que tanto miedo da.

Una mente machista desprecia la condición femenina, y buscará siempre llevar a la mujer a ese lugar de no exigencia, de objeto inanimado. Son ellos los que quieren jugar a las muñecas. Pero hablo de cualquier ser humano que reduzca a otro a la condición utilitaria. ¿Las acciones inconscientes los justifican? No. Son culpables de egoísmo y desamor. No hay que ser cómplices de esto. Todos tenemos que insistir en ser vistos y considerados como lo que somos: seres sintientes.

El amor y la amistad de nuestros pares no se mendigan, no se negocian.

Cuando otro nos desprecia lo más sabio es dejarlo ir.


Karina Rodríguez

La casita


volver a la inocencia queremos
anidar la casita
creer en ella, como en un vientre materno
era el propósito de construcción y resulta que no alcanza

Ella se fue
(qué lugar seguro es el pasado)
No volverá
(otro espacio de confort: el abandono)

vamos creando refugios con felpudo y perro
pero refugio también es cárcel
y no somos tan cobardes
todo lo ideal huele a carne podrida
nada de eso se parece a la sed
deberíamos elegir la ingratitud del infierno



Karina Rodríguez