Esbozo de algunas serpientes





En su ensayo El otro sexo José Vidal nos describe que allá por su florecimiento el teatro inglés hizo del travestismo una necesidad, porque por esos días a las mujeres no les estaba permitido trabajar en los elencos, con lo cual, el oficio se restringía únicamente a los varones, quienes debían encarnar todos los roles. Lo mismo pasaba en otros países europeos en los que a la mujer, recluida siempre en el hogar, no se le permitía participar de la vida pública y las actividades sociales. 

Fue recién cerca de 1629 que comenzó a incluirse actrices en los escenarios. Parece absurdo el hecho de que se aceptara el personaje femenino pero no a la mujer misma, pero esta restricción, presente en todos los ámbitos de la vida, obedecía a la creencia de que una maldición pesaba sobre la mujer, situación que se extiende a lo largo de la historia y llega hasta nuestros tiempos. En definitiva, otra creencia absurda que se ha normalizado, como tantas.

Sin embargo, esta superstición parece haber estado inicialmente más fundada en el temor que en la crueldad. El miedo se basó siempre en la creencia, por cierto muy extendida en el mundo, de que las mujeres somos vehículo propicio para todo tipo de demonios

Tanto la Eva del Génesis como la legendaria Lilith de las leyendas mesopotámicas muestran con claridad la concepción judeocristiana, ya que pintan a la mujer como una conspiradora y aliada del diablo, encontramos esto en muchas otras tradiciones y cultos. No es caprichoso que la mirada de la hermosa y terrorífica Medusa petrifique, que su sangre porte la ambigüedad farmacológica del veneno que cura, que la serpientes estén ubicadas justamente en su cabeza.

El horror que esta idea provoca sienta la bases para toda crueldad y para las infinitas formas de control, persecución y supresión de las libertades femeninas que hemos encontrado a lo largo del tiempo, en todas partes del mundo. 

Desde la noche de los tiempos, la feminidad estuvo asociada a los instintos, a la oscuridad, a la sexualidad ignota. En definitiva, a lo no dicho, eso capaz de introducirnos en el misterio; y si de simbología del diablo hablamos, hablaremos también de serpientes. Sería imposible que el arte fuera ajeno a todo esto ya que, como podemos intuir, sus motivos difícilmente sean caprichosos. 

Por esas cosas de la extraña lógica masculina, en 1862 el escritor francés Gustave Flaubert dejó atrás el tema de Madame Bovary que lo tenía atormentado y comenzó a trazar los lineamientos de una historia compleja de sangre y acción, una novela histórica a la que decidió llamar por el nombre de su heroína y protagonistaSalammbó, encarnación de la Astarté fenicia.


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Cuando ella apareció palidecieron todas las antorchas. Entre los diamantes de su collar resplandecía la piel de su pecho en los sitios que lo llevaba desnudo; dejaba, al pasar, como el olor de un templo, y de su ser emanaba algo que era más suave que el vino, más terrible que la muerte.
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Y entonces Salammbó se configuró de forma inmediata en la sociedad francesa de mediados de siglo XIX como un ejemplo paradigmático de la fuerza femenina, destructora y sanadora, la oscura convergencia de Eros y Thánatos que subyace en todas las pasiones humanas.

Los críticos dicen que los grandes poetas mantienen un tono vital a lo largo de toda su obra, también a lo largo del tiempo. Alcanza con que un demonio guíe sus pasos para que corran seducidos detrás de él sin poder alcanzarlo jamás. De eso se trata la poesía, de eso se trata la literatura.

Feminidad sagrada, o simple combinación de mujeres hermosas, lo cierto es que Flaubert y muchos otros escribieron sobre ello. Tal vez por el arte mismo, tal vez como una manera de conjurar el temor reverencial al misterio de la feminidad o simplemente por el gusto de escandalizar a todo burgués amodorrado en la comodidad de su esposa y su sillón favorito.

Consagrada hechicera, heredera de Lilith, de la mítica Eva, de la poderosa reina Cleopatra y de las pitonisas de Delfos, Salammbó también desarrollará una relación empática con una primorosa serpiente de anillos negros atigrados:

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Salammbó la enroscó en su cintura, bajo sus brazos, entre sus rodillas; entonces, tomándola por las mandíbulas acercó la pequeña cabeza triangular al borde de sus dientes y, con ojos entrecerrados, se inclinó bajo los rayos de luna. La blanca luz parecía envolverla en una niebla de plata, la huella de sus pasos húmedos brillaba en las losas, las estrellas palpitaban en la profundidad del agua. La serpiente apretó a su alrededor sus anillos jaspeados con parches negros y dorados. Salammbó jadeaba bajo este peso, demasiado para ella, su espalda se inclinó, se sintió morir; la serpiente daba unos golpecitos amables en uno de sus muslos con la punta de la cola. Entonces, cuando terminó la música, se dejó caer.
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Gustave Flaubert

Quizá los egipcios no estuvieron tan errados en sus apreciaciones y la asociación mujer-serpiente no sea completamente caprichosa. Después de todo, hay algo cierto en pensar que estamos aquí para romper el orden cósmico. 

Esbozo de una serpiente (fragmento)
(Paul Válery)

Sorprendí a Eva cierto día

en el alba del pensamiento.
Paul Valéry

Su boca entreabierta bebía
polen de ideas en el viento.
Se ofrecía perfecta y pura
la desnudez de su cintura
al hombre, al Sol, como un trofeo,
y su alma recién creada
vacilaba desorientada
en los umbrales del deseo.

¡Al verte por primera vez

cómo admiré tu forma nueva!
¡Qué plenitud de placidez
de toda ti fluía, Eva!
Todo hacia ti se convertía,
toda alma se enternecía
al aire suave de tus suspiros.
¡Hasta yo misma me enternecí!
¡Sentimiento indigno de mí,
la engendradora de vampiros!

Paul Válery (1871-1945) Del libro El cementerio marino


3 comentarios:

  1. Me encanta Flaubert y su Bovary. La he leído un par de veces. Curiosamente, no me he aventurado en Salambó pese a tenerla en casa. Voy a animarme.

    Me encantó, Karina.

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