El lado feliz de la isla




Hace casi cien años, Virginia Woolf escribió un ensayo al que decidió llamar Un cuarto propio. El corpus del texto es extenso y tiene miles de matices perfectamente diferenciados, cabría una crítica mucho más profunda de la que hay disponible para, todavía hoy, terminar de analizar todas sus aristas.

En presencia de Woolf, se rasga el velo de la realidad, un velo atemporal, discreto; y ella está ahí con su pluma para ver y decir sobre este mundo, como si fuera apenas ayer. Su escritura tiene noventa años de actualidad.

En ese texto, Woolf se preguntó (entre muchas otras cosas) por qué a los hombres los desestabiliza tanto la crítica femenina.  Con la misma pericia sacó conclusiones. Concluye, por ejemplo, que los hombres son dueños del poder, es cierto, y todavía hoy lo son en muchos aspectos, pero que sin embargo, llevan en su seno un águila, un buitre que eternamente les muerde el hígado y  les picotea los pulmones. En el ensayo nos pregunta con una sutileza inalcanzable:

¿Por qué, frente a la crítica, los hombres se retiran a odiarnos en silencio?

¿Por qué las mujeres no pueden decir "este libro es malo, este cuadro es flojo" o lo que sea, sin causar mucho más dolor y provocar mucha más cólera de lo que causaría otro hombre si hiciera la misma crítica?

Porque si las mujeres nos pusiéramos a decir verdades, la imagen del espejo se les encogería; la robustez del hombre ante la vida disminuiría. ¿Cómo van a emitir juicios, civilizar indígenas, hacer leyes, escribir libros, vestirse de etiqueta y hacer discursos en los banquetes si a la hora del desayuno y de la cena no pueden verse a sí mismos por lo menos de tamaño doble de lo que son?

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Es que la imagen del espejo tiene una importancia suprema, porque carga de vitalidad, estimula el sistema nervioso. Suprimirla puede hacer que el Hombre muera, como lo haría un adicto a las drogas privado de cocaína. La mitad de las personas que pasan por la acera, pienso mirando por la ventana, se va a trabajar bajo el hechizo de esta ilusión. Se ponen el sombrero y el abrigo por la mañana bajo sus agradables rayos. Empiezan el día llenos de confianza, fortalecidos, creyendo que su presencia es deseada; se dicen a sí mismos al entrar en una habitación: «Soy superior a la mitad de la gente que está aquí.» «Soy mejor» Y así se explica sin duda que hablen con tanta confianza, con tanta seguridad en todas partes, seguridad que ha tenido consecuencias tan profundas en la vida pública y ha dado origen a tantas curiosas notas en el margen de la mente privada.
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Virginia Woolf

Yo diría que en principio se vinieran para el lado feliz de la isla.



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