luna negra
Venus
madre de mis sombras
engendradora de vampiros
reina de la noche
danos la paz
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Hay un sitio extraño, al margen de las palabras, pero no sin ellas, que resulta ser el Otro, tanto para la mujer como para el varón, y que podemos llamar la Mujer, con mayúscula. La Mujer deviene el Otro sexo, como un espacio, una dimensión distinta, en donde habita un goce diferente al del hombre. El goce de la Mujer es lo imposible, imposible en el sentido de lo que no termina de hacer registro, que no se inscribe en el discurso común y que sin embargo, resulta determinante para la conducta, el pensamiento y los afectos. Este lugar, el de la Mujer, indica un vacío, es por eso que es difícil representarlo.
José Vidal
El goce femenino es capaz de conducirnos a la aniquilación. Va sin rumbo establecido, por territorios misteriosos, asociado al secreto, a lo sagrado, existe en el ámbito de la intuición pura, no está localizado, no tiene amarras. Es una entidad compleja, desordenada, que habita en nosotros con su poder devastador.
La psicología a esto aporta que existe la certeza del peligro. El goce no es una inocencia, hay la intuición de que al pasar los límites de la sujeción y el control algo terrible se libera, y son enormes las precauciones, las prohibiciones y prescripciones destinadas a ponerle freno, a limitarlo, a defenderse de su influjo y a impedir su emergencia, con la convicción de que su desencadenamiento no conduce más que a la perdición.
Aunque es cierto que el franqueamiento de los diques que contienen el goce puede atravesarse en forma voluntaria o accidental, las pasiones (al igual que la mujer) todavía guardan un borde común con aquello que es preciso dominar, doblegar, reducir, en fin, educar, por lo menos según el discurso dominante, es decir, falocéntrico.
La religión cristiana, al contrario del budismo y de otras religiones orientales, intentó fundar un mundo libre de contradicciones, integrado en un todo. Es lo que Lacan describe como la lógica del todo, fundada en el padre. Pero, afortunadamente, más allá del padre, resta este territorio todavía inexplorado.
Ahí está, fuera de toda transparencia. Aunque no sea transitado de la misma forma por todos los individuos de la especie.
Así, aunque en este tema las mujeres guardamos silencio, son inabarcables los mundos, las experiencias y formas de vida que se abren paso, y que construimos a partir de este principio aniquilador, con el único propósito de intentar contener el descarrilamiento. En definitiva, con el propósito de evitar que nos engulla.
No perdamos de vista que el goce solo es posible porque tenemos cuerpo, de hecho ocurre en esa dimensión. También la fantasía, el deseo, el ideal, intervienen, pero el soporte, la sede y el lugar del goce, es el cuerpo. Y la relación con el cuerpo es casi siempre complicada.
Según la psicología, la anorexia, la obesidad mórbida, la locura en todas sus formas, la prostitución, el alcoholismo, el asesinato, la drogadicción y toda forma de destrucción física, son algunos de los nombres que toma este territorio prohibido que va más allá de las fronteras. Lacan, por ejemplo, daba cuenta de esta situación afirmando que el goce femenino no regulado indefectiblemente devolverá estrago y devastación.
Sin embargo, hay otro camino posible. Porque si bien temida, la existencia intuida de ese más allá, que se hace palpable en la contingencia y en lo incalculable, genera a su vez infinitas posibilidades de las que el arte se ha servido y de las que aún podemos esperar formas inéditas.
Todo buen análisis aspira a poner en evidencia el goce femenino. Con su método de llevar al sujeto más allá de los significantes del padre, es ejemplo de ese avance hacia los confines de la ley, es la búsqueda de una manera de hacer con el goce formas que no desemboquen en la aniquilación sino que, por el contrario, abran todas las dimensiones posibles y las dejen al servicio del propio sujeto.
Miller dice que algunas mujeres dan testimonio constante de ser no-todas, que en muchos lugares encontramos indicios de que existen esas fuerzas, pero que no siempre son negativas, sino que resultan facilitadoras de una libertad y de una creación también ilimitadas.
Hay un sitio extraño, puede intuirse en el palpitar en la garganta ante la proximidad de otro cuerpo, en el temblor de la piel durante el nado nocturno, en la humedad de la mirada al contemplar el ocaso, un sitio imposible de describir.
y a veces se convierte en poesía.
(Emilia Pequeño Roessler)
sinuosos los caminos
por los que es arrastrado en el deseo
de sus labios
solo oscuridad
una sonrisa más siniestra que la piedad de Dios
entre todas las palabras que no dijo
estaba la palabra amor
contenida entre los dientes
solo para mí
la soberana del amurallado de su voluntad
la que habita su hambre
como una leona amarrada
él es un hombre que se viste de silencio
aspira sobre mi ombligo
la decadencia de su matonaje
la sombra de todos mis contornos en interminables rayas
blancas fulgurantes
y se va
dejándome sedienta de sus manos
las caderas como manillas claveteadas
este miedo es solo parte del delirio de su amor
en un beso doloroso
saluda cada esquina de mi pellejo curtido
jalándose
mi vida con su boca
dime padre me decía
pero mi lengua no sabía qué era eso
desconocía todas las palabras
que se me iban descubriendo en ese instante
como torrentes bajando por sus garras sucias
perdóname
yo gritaba
perdóname
yo gemía
entre arañazos salvajes
había un mar de besos muertos
boca abajo
dime padre
me decías
Emilia P. Roessler (Santiago de Chile, 1997). Del poemario: La ronda del hambre.
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