La pedagogía de la masculinidad



Sobre observarse a sí mismo

El hombre posee defensas muy buenas contra sí mismo, contra los espionajes y asedios por parte de sí, y normalmente no capta de sí mismo más que las obras externas. La verdadera fortaleza le resulta inaccesible, incluso invisible, a menos que los amigos y enemigos no actúen como unos traidores y consigan que entre en ella por un pasadizo secreto.


Frederick Nietzsche
Humano demasiado humano (491)
en el blog de Elevi Maublanch
(http://elevimaublanch.blogspot.com/)


Y el que esté libre de cobardías, ya saben, que arroje la primera piedra. 
La antropóloga argentina Rita Segato escribió un libro que se llama La guerra contra las mujeres, donde nos propone poner la violencia contra las mujeres como eje central para entender el presente. Allí desmenuzó el concepto de pedagogía de la masculinidad:

...mientras no causemos una grieta definitiva en el cristal duro que ha estabilizado desde el principio de los tiempos la prehistoria patriarcal de la humanidad, ningún cambio relevante en la estructura de la sociedad será posible. Siempre, la "pedagogía masculina" y su "mandato" se transforman en una pedagogía de la crueldad. Porque el pacto y el mandato de masculinidad, si no legitima, definitivamente ampara y encubre todas las formas de dominación y abuso contra las mujeres...

Es que para lograr cualquier cambio primero será necesario aceptar que toda relación de un hombre con una mujer será una conquista y, como toda conquista, será violadora y expropiante: la relación hombre-mujer no es una relación igualitaria, por lo menos al principio; así, en cada relación, más allá de la índole, por supuesto, las mujeres tendremos que hacernos del espacio propio y el respeto, merecerlos, luchar por ellos como si no fueran derechos, porque el machismo se ha impuesto en el sentido común. 

Es algo difícil de aceptar, es cierto, ya que tenemos la costumbre de ser blandos al juzgarnos, queremos creernos progres, pensarnos buenos y tolerantes, pero eso también es una máscara, y en esta regla general de la humanidad, los hombres no son la excepción. 

La antropología y la psicología social aseguran que el machismo sigue grabado en el sentido común. Desde las maniobras sutiles y las estrategias imperceptibles de ejercicio del poder en lo cotidiano, hábiles manipulaciones con las que intentan imponer sus razones, deseos o intereses, de uso reiterado aun en varones considerados“normales”, es decir, aquellos que desde el discurso social no podrían ser llamados violentos, abusadores o especialmente controladores o machistas, hasta los femicidios masivos perpetrados ya no como daño colateral de la guerra sino como eje principal de la misma.

Como en los tiempos que corren el machismo tiene ya muy mala prensa, los más negadores esgrimen argumentos (temibles) a su favor; cosas tales como "si fuera machista no lavaría los platos, no cocinaría o no lavaría la ropa" están en boca de la mayoría de los hombres, discurso de una autocomplacencia pocas veces vista. 

Todos entendemos que es un tiempo de persecución y condena bastante incómodo; quizá por eso los más sagaces deciden intentar ser parte; escuchan, logran reproducir los argumentos feministas con bastante precisión, aunque después los borren con las acciones. Eliminar los espacios de intimidad con la mujer, no tener tiempo para hablar y eludir temas personales de relevancia son acciones normalizadoras, formas de intento de control de las reglas de una relación a través de la distancia, para lograr que la mujer se acomode a sus deseos.

Estas actitudes son las que generan en la psicología analítica y en activistas feministas de la talla de Rita Segato, sino una absoluta certeza de falsedad, por lo menos una seria sospecha. Así, el feminismo masculino (valga el oxímoron) sigue siendo una utopía y suele presentarse como una más de las máscaras del machismo, la peor de ellas.

Cuando le preguntaron a Rita Segato qué debería hacerse para detener esta guerra entre los géneros, ella respondió que la única solución sería desmontar el mandato de la masculinidad, con la colaboración de los hombres, porque es la pedagogía de la masculinidad lo que hace posible esta guerra y sin una paz de género no podrá haber paz de ninguna índole. 

Y no habrá paz mientras todo lo que digan sea borrado con actitudes normalizadoras sobre el cuerpo femenino; acciones que difícilmente se hablan, porque forman parte del código interno de cada relación, un lenguaje intersticial y cobarde, que se impone con una indiferencia demoledora, porque la cobardía nunca habla claro y directo

Siempre me pregunto por qué no logramos hablar con los hombres de la misma manera que hablamos con nuestras amigas, por qué no intentamos juntos ese nuevo lenguaje necesario, un lenguaje que debería estar basado en la cortesía resultante del reconocimiento del otro como legítimo otro. 

¿Por qué cuando decimos algo que les disgusta optan por retraerse, mirarnos de reojo, atacarnos o simplemente se alejan? 

Porque, como advirtiera Virginia Woolf en su ensayo, hay una cólera, un rencor subterráneo: en la vida real no nos consideran un otro legítimo, un otro que opina y siente, capaz de discutir de igual a igual.

Todos entendemos que la modernidad es una gran máquina de producir anomalías en la comunicación, pero ¿porqué esa supremacía? ¿por qué hace generaciones y generaciones que se repiten en ellos los mismos mecanismos de regulación y control? 

Segato asegura que es porque desde el colonialismo, hay en toda nuestra estructura relacional, una pedagogía de la crueldad que fue imponiéndose a sí misma a la vez que fue imponiendo otra estructura: la psicopática, dueña de una pulsión que no es vincular sino instrumental, que llama cosa a la naturaleza, al cuerpo y a las personas. Así, en este tipo de comunicación los mensajes, aunque sean mudos, se vuelven inteligibles solamente para quien se adentró previamente en el código: elegirnos una falda, destruir los espacios de intimidad, ignorar un mensaje u optar por el silencio como método de control.

La sociología nos dice que la historia de las mujeres, sin embargo, no es así; ha puesto su acento en el arraigo y en las relaciones de cercanía. Según Luciano Lutereau, los varones siempre son endogámicos, la exogamia sólo es femenina.  Por eso Segato nos invita en su libro a recuperar ese estilo femenino de hacer política en el espacio vincular, de contacto corporal estrecho, menos protocolar, arrinconado y abandonado cuando se impone el imperio de la esfera pública:

Lo de las mujeres se trata definitivamente de otra manera de hacer política, una política de los vínculos, una "gestión vincular", de cercanías, y no de distancias protocolares y de abstracción burocrática.

porque toda cercanía física implica un movimiento, y es un llamado a regresar al cuerpo; en cambio, la neurosis masculina por el control es todo lo contrario. La pedagogía masculina es, en definitiva, un coto al cuerpo, al movimiento, a la acción de las mujeres. 

¿y por qué en una relación, sea o no de amor, soportamos las normas o el ajuste que nos hacen? 

Porque no es cierto que estas relaciones se construyan de a dos, los hombres han moldeado desde el principio, a gusto y según lo dicta su propio deseo, las normas vigentes. Ellos son los normalizadores, nos quieren decir qué sentir y cómo sentir.

¿por qué soportamos, entonces, sin hablar, ese morbo, esa violencia que contiene la puesta "en orden" de lo que sentimos? 

No hablamos por miedo. Miedo al silencio, miedo porque no nos estaba permitido hablar, y porque la falta se castigaba con más silencio, aún más silencio. Así que aceptamos los límites, sin más.

Y aún así, tarde o temprano, aunque hiciéramos todo bien, nuestras relaciones llegaron al abuso. 

Mientras el feminismo poco a poco logra colocar su bandera en cada parte de la esfera pública social, en la captura privada de nuestras relaciones sigue cometiéndose el mismo atropello, la misma desvalorización sistemática y muda contra nosotras. 

Por eso es necesario reconocer la herida por la cual cada una de nosotras decidió acercarse al feminismo.

La psicología dice que los hombres niegan, pero que de tantas balas, alguna que otra logra entrar y es entonces cuando, aunque nieguen, reflexionan y cambian. Ahora, lo que nosotras tenemos que cambiar con urgencia es esa vocación ancestral, siempre quemante en las entrañas, de estar al servicio de los tiempos, las normas y el amor de los hombres.


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