El látigo y la serpiente

Ph Leslie Ann O´Dell

[...]

Como una mano que en el instante de la muerte y del naufragio 
se levanta al modo de los rayos de sol poniente, así surge 
por todas partes tu mirada. 

Quizá ya no haya tiempo, ya no haya tiempo para verme, 
pero la hoja que cae y la rueda que gira te dirán 
que nada perdura en la tierra, 
salvo el amor.

Y de esto quiero convencerme.

(Robert Desnos)



Tal vez por eso la desesperación es un pozo sin luz y sin acuerdo. Igual es el amor a veces. O más bien siempre, siempre que reconozca al otro como una nueva voz, como una alteridad. Un otro que desafía, amedrenta y destruye todo lo que de lógicos y racionales tenemos.
 
[...] No hay amor por la vida sin desesperación por la vida. Lo escribí, no sin énfasis, en estas páginas. No sabía, a la sazón, cuán cierto era; aún no había cruzado por los tiempos de la auténtica desesperación. Esos tiempos llegaron y consiguieron destruirlo todo en mí menos, precisamente, el apetito desordenado de vivir.

Albert Camus

Ahora bien: no es novedad que Eros sufre, que lucha, pero agoniza; y que quizá incluso muera, circunscripto como está a los implacables embates de la sociedad del rendimiento y el consumo. El poder de Eros es una impotencia hacia el otro.


[...]

A la sociedad le encantan las relaciones humanas estables, las que puedan ser reconocidas con algún nombre fijo y perdurable como noviazgo o matrimonio y cuyas funciones sean claras en el contexto de la dinámica colectiva. Así es como se aborrece y condena cualquier pasión que escape al control y que rompa los cánones de lo establecido. 

Sin embargo, el amor es expresivo y dialogante por naturaleza, no entiende de títulos ni de etiquetas; aún cuando no sea correspondido, no existe si no es en referencia a un objeto, es decir, a alquien que lo recibe como ofrenda y, por ese acto, quien lo recibe a fuerza de humanizarse se deifica y se torna inalcanzable; al haber donación hay necesariamente pérdida de quien se ofrece al amor, se consume y se pierde a sí mismo. 

Esa es la raíz del dolor. 

Por su parte, el dolor es incomunicable y no puede transmitirse. Se padece en la más absoluta soledad pero el que se entrega se pierde para sí, aun cuando ese amor sea correspondido; en cuanto a ello, del mutuo amor y de la pasión entre ambos, sobre el dolor, acontece el rarísimo fenómeno del goce, del que el placer es apenas un tímido reflejo. 

El hombre teme a la fuerza inusitada del amor, que puede llevarlo a adoptar conductas que en otras condiciones no adoptaría. 

Sobre todo le tenemos miedo a su potencia transgresora, que irrumpe para convertir al prudente en un perpetrador capaz de romper las reglas de la convivencia de maneras inimaginables y hasta puede llevarnos a cuestionar los valores que la mayoría, durante siglos, ha llamado absolutos, universales porque no hay nexo de amor más profundo que la complicidad.

El amante de Duras/La literatura como dolor: ensayo de César Callejas (fragmento)

Entonces, que un amante no sea un objeto. Que nos queme su veneno, que conmueva, que disocie, que cambie nuestra vida para siempre, pero que nunca sea consumible. Nunca nunca.


Destino

Matamos lo que amamos. Lo demás
no ha estado vivo nunca.
Ninguno está tan cerca. A ningún otro hiere
un olvido, una ausencia, a veces menos.

Matamos lo que amamos. ¡Que cese esta asfixia
de respirar con un pulmón ajeno!
El aire no es bastante 
para los dos. Y no basta la tierra
para los cuerpos juntos 
y la ración de la esperanza es poca 
y el dolor no se puede compartir.

El hombre es anima de soledades, 
ciervo con una flecha en el ijar 
que huye y se desangra.

Ah, pero el odio, su fijeza insomne
de pupilas de vidrio; su actitud 
que es a la vez reposo y amenaza.

El ciervo va a beber y en el agua aparece
el reflejo del tigre. 
El ciervo bebe el agua y la imagen se vuelve 
-antes que lo devoren- (cómplice, fascinado) 
igual a su enemigo.

Damos la vida sólo a lo que odiamos.

Rosario Castellanos (1925-1974)