La voz de lo absoluto


El Ser hubiera terminado por estallar
de no haber podido fluir hacia la palabra.
(Max Picard)

Quiero morder el tallo de su rosa
aunque me clave sus uñas-espinas
(Beilinson-Solari-Bucciarelli)

De acuerdo, es una metáfora aceptable. La psicología moderna nos propone a todos escribir, como una búsqueda de identidad, como una forma de salir de la ley del padre, una ley jerárquica, normalizadora y dogmática, que a las mujeres nos lleva siglos de ventaja. Es histórico y cotidiano. Desde Sigmund Freud, escribir es -según afirman los doctos- una manera de escapar de ahí. Cada uno encontrará su forma de hacerlo, aunque no escriba.

La realidad es que algunos de nosotros solo logramos existir del todo cuando escribimos; esto es literal: cada uno somos muchos, tan humanos como contradictorios. Si hay búsqueda será indefinible en términos prácticos, propia, única, y será un asunto cotidiano. 

Pero ¿de cuántas formas deberíamos preguntar eso que solamente se intuye en el silencio? ¿Cuál será, de todas las posibles, la construcción que nos hará finalmente libres, ajenos a tanta incertidumbre? ¿Existe tal cosa? ¿o la verdadera forma de caminar es soportar la ambivalencia y aceptar la incertidumbre? 

Nunca vemos con demasiada claridad, eso es cierto, y quien afirme hacerlo normalmente no verá más allá de su nariz. Pero también es cierto que en la contradicción el corazón se oscurece, duda, y que la duda es, como mínimo, incómoda. Porque es en el centro mismo de esas tinieblas, que poco entienden de resplandecientes soles, donde aparece el enigma ensordecedor, el misterio puro. 

Es agotador esconder la sombra, vivir lleno de excusas, dramatizar la completitud.

Horacio Castillo, enorme poeta platense, escribió que el mundo griego, contra todo pronóstico occidental, se ocupaba de escarbar la luz, de buscar debajo de las apariencias; porque la sombra nos acompaña siempre, en su peregrinar se nos pega, nos pisa los talones y algunas veces nos da un empujoncito. En esa primera seguridad se sostiene la certeza de que somos más de uno, criaturas multialadas, porque en el corazón humano también habitan todos los dioses. 


Instrucciones

Primero, mirar la sombra: ese rinoceronte
que se levanta sobre los restos de los edificios, de los
                        árboles, de los planetas,
tocar su cuero calloso, impenetrable,
sentir su olor a muerto de ocho días.

Después, estudiar su alimento,
-ojos intactos, miembros todavía en tensión-
y la forma como se reproduce:
su llamado nupcial que resuena en la lejanía,
la sustancia que segrega su cuerpo en celo,
su éxtasis sobre las hojas secas del amanecer.

Entonces nace de la tierra una fuerza nueva
cede el miedo, cesa la degradación,
y el alma se yergue sobre los escombros de la noche,
deja sus pisadas en el fuego, en las tumbas,
en el corazón inmune de los amantes.

Horacio Castillo (1934-2010) de Tuerto rey (1982)



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