Ruleta Rusa


Muchas veces los escritores logramos mirar el mundo desde nuestro margen del río. Después de algunos intentos, eso sí. Esto es, generalmente, aunque no siempre, a contrapelo de los hábitos y del consenso del sentido común, fuera del pensamiento hegemónico. 

Evitamos por eso la mirada social contagiosa y masivizante que adocena, porque sostiene y procura individuos mentalmente sedados, algo así como zombies; intentamos evitar el lugar común en la escritura, pero también en la vida. 

Salir de un comportamiento que ha sido heredado generación tras generación no es tarea fácil, pero su práctica suele hacer un ruido que incomoda adentro. Si no es así, significa que estamos dormidos. Nos quedamos dormidos viendo la película que nos mostraron. 

Que vivamos en armonía quieren, en armonía y sin pathos. Anestesiados, el deseo normalizado en "cosas buenas", en una supuesta "tolerancia". Transparentes a nosotros mismos, individualistas, dueños de una vida plena, sin síntomas, sin angustia, sorteando la opacidad; en definitiva: quieren que vivamos sin inconsciente. Nos quieren completos, tranquilos, callados, para poder seguir produciendo. 

Pero una sociedad sin angustia es un lugar peligroso para vivir.

Sólo se puede pensar mirando alrededor, desentramando el misterio que habitamos. De otro modo, el pensamiento se tornará individualista, yoico; va a proponer un goce autista, que excluirá al otro propagando indefinidamente la ilusión neurótica de tenerlo todo claro. La idea de comunidad es mirarnos siempre a nosotros entre nosotros, como una práctica identitaria pura, más relacionada con tener los dos pies sobre la tierra que con el deseo de criticar.

Así, muchas veces nos veremos las caras con los "dueños de la verdad", esos fundamentalistas que no levantan el culo de la silla del bar, los moralistas, los que cooperan concienzuda y dócilmente con el status quo; por pensamiento heredado, por temor al des-orden, por conformismo, por conveniencia, quién sabe y a quién puede importarle sus motivos de mierda si lo que promueven es un pensamiento socialmente correcto. 

Nadie pensó nunca la revolución siendo funcional al sistema. 

Por eso, desde la escritura lo que intentamos es hacer ver. En definitiva, proponemos meter siempre el dedo en la llaga.


Fragmento 180

El Gordo vuelve de un viaje de trabajo, es verano. Después de dormir un día completo se despierta con renovadas fuerzas. Es un fin de semana, se levanta y va a hacer compras, trae dinero, así que llena la casa de provisiones: alimentos caros que Elizabeth no puede comprar cuando él no está. Después del almuerzo Elizabeth trae la frutera. Los niños miran sorprendidos, está repleta de unos frutos desconocidos parecidos al tomate pero de color naranja. El Gordo pela los caquis y los coloca en los platos de los hijos. El mayor lo prueba primero, esconde su asco y hace un gesto de estar disfrutando su sabor. Sus hermanas lo imitan, apenas tragan un bocado muestran su desagrado y miran al hermano mayor con bronca mientras que éste se ríe y las señala. Ninguno de los tres tolera ese sabor. Nadia piensa que parecen podridos, madurados excesivamente y que además dejan en la boca una sensación áspera y molesta, como su familia. 

El Gordo les insiste para que los coman pero ellos se niegan. Le brillan los ojos cuando les propone que si se comen dos caquis cada uno les va a comprar un helado de los grandes. Nadia
recuerda la cara de asco de los tres, el desagrado de complacer a su padre a costa de tragarse algo que parece podrido. Por más que intenta, el premio se le diluye en la memoria. Pero los caquis no, por eso los busca en el mercado, como si fuera de vida o muerte conseguirlos. Llega a la cocina, los pone sobre la mesa y los observa por un buen rato. Cuando se levanta va directo a la alacena, saca una lata de leche condensada, harina, azúcar negra. Abre la heladera, busca los huevos, la manteca y algo más. Una hora después la tarta de caqui y mango se enfría en la mesada. Nadia la observa preguntándose si pudo transformar el material en algo diferente. Si, a pesar de tanto trabajo, será capaz de probar un bocado.

Alejandra Adissi. De Ruleta Rusa (novela inédita).

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