Los sitios imposibles


Lutereau y Esborraz piensan juntos, se confabulan, escriben con mordaz empirismo acerca de la intelectualización, un padecimiento de estos tiempos, y uno de los males característicos de esta, nuestra Sociedad de la transparencia. Porque todo aquello que se despoje de su singularidad se volverá transparente; por eso la tan anhelada transparencia no hará más que contribuir al infierno de lo igual. 

Todo lo que haga sombra será borrado.

La intelectualización es un concepto psicoanalítico que se refiere al desarrollo y utilización de mecanismos de defensa; allí el sujeto usará su razonamiento para evitar la confrontación con un conflicto inconsciente y va a bloquear de este modo el estrés emocional asociado que podría provocarle dejar fluir la cosa. 

Según las palabras de la analista suiza Marie Louise von Franz, la ilusión delirante de que estamos en paz y que todos los conflictos están afuera de uno mismo se tiene que terminar, las cosas hay que mirarlas desde adentro, aceptar la angustia, la guerra, preguntarse sin mentirse, dejar la comodidad. Todavía no comprendemos muy bien lo que es el inconsciente, pero ya lo sofocamos con estrategias bien pulidas, con psicofármacos de todo tipo. 

Queremos gobernar el «mysterium» a como dé lugar.

Suena hasta lógico intentar evadir la tortura del fuego propio, porque cuando el flujo y la intensidad de los procesos psicológicos aumentan, uno se asa, se asa en lo que uno es. Según Von Franz, podría decirse que uno se cocina en sus propios jugos. Es estar vivo en la tumba. Y quedarse a ver qué pasa en vez de escapar es tan, pero tan incómodo. 

Arde mirarse en el espejo de la reina mala.

Mediante el uso excesivo de ideas, previamente conformadas y enlazadas, este sujeto moderno, el sujeto sujeto (a la norma, al lenguaje, a dios, a la metafísica de dios, al padre, al dinero, a las costumbres y/o mil etcéteras) eludirá los sentimientos difíciles de aceptar, evitará cocinarse en sus propios jugos.​ Eso implicará de algún modo apartarse de sí mismo, apartarse emocionalmente, hacerse el boludo.  

Pero, como siempre, habrá un precio que pagar.

La psicología apuesta sus fichas a que la intelectualización se reconoce porque suele apoyarse en la desmentida: quien habla desde esa verdad propia, autoinfligida, no quiere poner el cuerpo ni dejarse tocar por el conflicto, le alcanza con ese goce moral y repulsivo que es explicar cómo deben ser las cosas, como si fuésemos átomos, como si fuésemos planetas solitarios de una galaxia remota, porque las explicaciones además de ser barreras nos transforman en cosas. Esa es la piedrita en el zapato, ser «cosa».

Y ese es el giro actual de la intelectualización, resolver pensando, decidir qué está bien y qué está mal sin poner mucho el cuerpo o lo que es peor, poniéndolo para defenderse del deseo del otro. Esa intelectualización defensiva, sin embargo, es en realidad un obstáculo para vivir el conflicto, para dejarlo atrás.

Suena muy loco, lo sé, pero desde la psicología arengan diciendo que ser independiente no significa no depender, significa depender del Deseo, dejarnos atravesar por él, permitirle que nos una a-lo-que-sea. En definitiva: nos invitan gentilmente a estar a la altura.

En eso, la poesía, siempre un paso adelante.


El tiro del final

Hay un día en que las cosas son un hondo precipicio
conozco el rostro húmedo y las manos que nunca me abandonan
la noche que se abre
como un pueblo de alondras disperso en la tormenta.

Yo he escuchado a mi amor desde lejos en una lengua extraña
mientras la nostalgia murmuraba sus frases de curiosa hechicera
ella alargaba sus caricias en las ventanas del insomnio
como una huésped cuya mano asolaba el relámpago.
Porque ella no era el día
y tampoco era el ángel sediento de palabras
mi propia voz la nombra como a una desterrada
desabrigada madre, de pechos dulcemente vacíos.

Más allá de la noche donde se enciende la ternura
más allá de la calle donde el viento deshace la forma de los pasos
sé que hay un país nuevo, cansado de las sombras.
Una música fija
un tiempo de colores intensos como dioses desnudos.
Pero mi corazón sigue clavado para siempre en los sitios imposibles.

Elizabeth Azcona Cranwell (1933-2004)

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