La agonía de Eros



Soy el que pasó saltando sobre las cosas. El fugante, el doliente.

(Pablo Neruda)

La agonía del Eros es, además de un título capcioso, un libro del filósofo sur-coreano Byung Chul Han. En él nuestro amigo plantea, sin el más mínimo sentimiento de culpa, que Eros se encuentra hoy literalmente amenazado de muerte por el bello, aunque nunca bien ponderado, Narciso. 

Han es un filósofo bastante simple, es cierto y, aunque sus observaciones son buenas, abre su libro con una hipótesis bastante tribunera: 

Es imposible que haya amor en el siglo XXI

En principio recordemos lo que había anticipado Nietzsche sobre el último hombre: será hedonista, individualista, mediocre y conformista. A partir de aquí, Han enhebra algunas ideas, y empieza por decir que el narcisismo hace desaparecer al otro, porque hace desaparecer la fantasía. 

La realidad es que todo esto tal vez tenga que ver con que hoy las posibilidades de entablar relaciones son ilimitadas, quizá porque el menú de opciones es, como mínimo, amplio. Además, se ha instalado entre nosotros la idea del amor ideal, y cuesta mucho sacarla. Parece estar metida en el sentido común. 

Esta idea del amor ideal viene del amor romántico y se refiere a un amor transparente, de alta exigencia y consecuente rendimiento. Perfecto, sublime, tierno y compasivo. Este sería, según Han, nada más y nada menos que el Imperativo del Amor moderno. Para Han, además, el hombre moderno sufre de un desgaste profundo en la idea del otro, lo que genera que todo tienda a resumirse en la noción de uno mismo, que todas las cosas se centren en lo propio. 

Podemos decir que hay, en definitiva, un corrimiento hacia el extremo narcisismo, a raíz de lo cual el otro, como otro, desaparece. Es que en este infierno de lo igual no hay, ni habrá, lugar para otredades. Sin embargo, la idea misma del otro se nutre de las diferencias, de la negatividad, de la ausencia de transparencia. Sin embargo, recapitulemos: a nadie le gusta pensar que su pareja esconde cosas. La idea misma de opacidad nos genera terror. 

El Eros -escribe Han- necesita asimetría. Erige de este modo al otro, para ponerlo en el centro de atención y de acción. Tanto, que uno se olvida de sí mismo. Algo que nunca puede alcanzarse bajo el solitario régimen del Yo. El eros necesita de la asimetría y de la exterioridad. Es decir, necesita la diferencia, pero también necesita la existencia de un adentro y un afuera. El Eros rescata al otro, porque es el vaciamiento de lo propio en un otro.

El extremo narcisismo reinante hace de este modo que la libido termine asentándose en la propia subjetividad, hace que aumente la dimensión cada vez mayor de uno mismo. El mundo entero, entonces, empieza a parecerse sospechosamente a uno, el mundo se va igualando a los propios límites que establecerá el yo.

Como todo buen foucaultiano, otra derivación que encara Han, y que ya habíamos mencionado en otros posts, es la presencia del Imperativo del Poder y su consecuencia inmediata, es decir, el miedo a no poder poder. Recordemos que en tiempos de la sociedad disciplinaria y sus panópticos, lo que prevalecía era el principio del deber, pero que ese principio ha sido lentamente reemplazado, ya en el siglo XX, por el principio del poder. Aparece entonces la sociedad del rendimiento, donde cada individuo va a reunir en sí mismo al amo y al esclavo. Aquí cada uno será su propio amo. 

Así, el yo debo será reemplazado por el yo puedo.

Parece que ya no hacemos las cosas porque nos sean indicadas desde afuera, ahora las cargamos en la espalda como metas. Motivación y compromiso han sido reemplazados por coacción y látigo, por autoflagelación. 

El hombre neoliberal no es un ser obediente, es dueño de sí mismo, de su cuerpo, de su mente, de su propia explotación. Así se autoexplota hasta el agotamiento, con una idea de libertad basada simplemente en esta supuesta capacidad de decidir sobre sí mismo. 

Como si los deseos fueran propios en vez de implantados...

Ya no es novedad que la astucia neoliberal consiste en sostener la bandera de que somos los dueños de nuestro destino. Idea positiva si las hay. Como si los fracasos dependieran únicamente de la capacidad individual y no del contexto social y económico. Esto se parece bastante a la noción de meritocracia ¿cierto?. 

De esta manera, el fracaso será culpa de cada uno. Esta lógica del rendimiento, sin embargo, no se limita al área productiva. Inunda cada uno de los aspectos del individuo, trasladándose de este modo a toda su vida, incluso al amor. 

Es así que en nuestros tiempos la idea del amor ha ido igualándose a la idea del placer y el sexo. El cuerpo se ha transformado en un mero objeto de exposición, ha tomado la forma de la mercancía. Bueno, pues, ese cuerpo "vuelto mercancía" derivará en el otro como objeto. Y esta exposición desmedida del cuerpo como mercancía nos acercará finalmente a la idea del porno.

Hoy lo que amenaza la sexualidad ya no es la moralidad, hoy lo que amenaza la sexualidad es el porno, la extrema sexualidad, una sexualidad que en su presencia constante aniquila al Eros. Pero cuidado, el porno no es hipersexualidad sino todo lo contrario. El porno es ausencia de negatividad, es exposición, es una sexualidad normalizada, normatizada y sin contradicciones, absoluta. En definitiva: una sexualidad como dios manda, transparente. 

Así, el porno se transforma en placer garantizado. 

El objeto del porno es un otro ausente y su ausencia deriva de la ausencia del Eros. El Eros se alimenta de la posibilidad de la ausencia del otro, es cierto, pero no de la efectiva desaparición. Porque sin otro no hay Eros. 

Otro concepto que aborda Han es la persistencia de lo que él llama la mera vida. Han nos recuerda que en las sociedades antiguas conceptos como la tensión, el dolor y la transgresión tenían un gran protagonismo dentro de las relaciones humanas, pero actualmente esas relaciones han sido simplemente vaciadas de esos contenidos, de estas negatividades y están signadas por conceptos positivos tales como la calma, la ternura y la suavidad, aspectos relacionales que si bien nos tranquilizan (es cierto) también nos hermanan al otro. 

Para explicarse en este punto, Han recurre a un concepto de la filósofa marroquí Eva Ilouz, que plantea que el problema del amor actual es que es un amor que se ha ido feminizando, quizás demasiado. Un amor en el que toda tensión pasional simplemente se escurre, para dar espacio a la tranquilidad, a la homogeneidad, al allanamiento. 

En esta época de tersuras y pulimientos, lo liso, lo terso, lo plano y lo pulido están en boga, así que el amor no podía pretender ser de otra manera.

Quizá para no entrar en conflicto con alguna facción del feminismo recalcitrante, Han ha elegido decir que el problema real del amor actual no es la feminización sino la domesticación. El amor hoy es un amor que prefiere no correr ningún riesgo, dice Han, un amor que se parece bastante a un bien de consumo, a una mercancía elegible en una góndola, garantizada, sin imprevistos ni roturas. En definitiva, sin lugar para el dolor, el sufrimiento o la locura. 

La realidad es que, sin esa cuota de negatividad, el amor pierde su capacidad de trascender y transgredir. Entonces se trata de un amor que se siente cómodo. Cómodo y satisfecho, conforme en lo igual. Porque cuando aparece el otro, lo primero que hace es interpelar, poner en duda cada concepto previo, cada seguridad. El otro interpela desde las bases el modo de pensar, la manera de vivir, las acciones, todo. El otro interpela lo que somos. De otro modo, desgraciadamente, no sería otro. 

Pero este complejo esquema del amor está muy lejos de terminar aquí. El circuito vicioso también contempla una relación directa con la salud en el siglo XX. Hoy lo importante es estar SANO, y cualquier cosa que ponga en tela de juicio ese concepto nos pone a todos, como mínimo, a temblar. Para Han el hombre de hoy morirá a destiempo: sano y aburrido, porque ya estamos viviendo en un mundo sin final y sin sentido, donde ni siquiera la guerra tiene fin. 

Tendremos así una vida larga, sana y aburrida, como el amor, sin mayores sobresaltos. Una vida transparente, una mera vida, que no alcanzará el escalón superior de la buena vida. Una vida donde Eros, agonizante en su esencia, perderá presencia hasta convertirse en un ser transparente, imperceptible. Fantasmagórico vestigio en una vida en la que nos agotaremos mucho antes de morir. 



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