Chubascos de lucidez



¿Qué es poesía?, dices mientras clavas
en mi pupila tu pupila ¿azul?
¿Qué es poesía? ¿Y tú me lo preguntas?
Poesía... eres tú.

Gustavo Adolfo Bécquer (Rimas)

En algún lugar en el tiempo, que se cree cercano a 1891, el poeta francés Stéphane Mallarmé expresó sin rodeos:

“Creo que la poesía se hace para el fasto y las pompas supremas de una sociedad donde tiene su sitio la gloria, una noción que la gente común parece haber perdido. La actitud de un poeta en épocas así, en las que está en huelga con la sociedad, consiste en dejar a un lado los medios erróneos que puedan brindársele. Es que todo lo que se le pueda proponer a un poeta resulta inferior a sus concepciones y a su íntimo trabajo secreto. […]No hubiera valido la pena pasar quince años de mi vida componiendo un soneto si un señor (o todos ellos) lograsen captar su sentido pleno en quince minutos. Lo prefiero profano antes que profanador. Detesto las escuelas, las academias, porque la literatura es justamente lo contrario, es pura individualidad.” 

Antes de elaborar cualquier juicio sobre este autor deberíamos ubicarlo en contexto. Lo cierto es que Mallarmé lamentaba profundamente el tiempo que día tras día empleaba en ganarse el sustento; para él, las horas de trabajo no dedicadas al arte eran horas perdidas. En definitiva, lo que el escritor detestaba era la trágica insignificancia de la vida corriente. Más allá de sus ideas elitistas, Mallarmé era, por cierto, muy buen poeta.

Pero de sus palabras también podemos concluir algo más. Estas palabras nos hablan de una poesía poco explícita, sin remates. Inaccesible, si se quiere, o al menos imprecisa. Vaga aunque sugerente. Es que, en palabras de este gran apasionado por Baudelaire y Verlaine, nombrar es suprimir y la creación no reside en ningún otro sitio que no sea el de la insinuación. 

Para Mallarmé el objeto debe evocarse adivinándolo, intuyéndolo, descubriendo poco a poco el misterio en el que habita. Quizás por eso muchas veces los escritores nos empeñamos en cultivar aquello que se aparta del gentío. La poesía vive en su propio espacio. Aunque a veces extienda sus brazos amorosos para establecer alguna conexión con el mundo, no abandonará su morada.

O tal vez todo se trate de que la creación no resiste el más mínimo análisis, en parte porque el lenguaje es una piedra alada, para citar la exquisita metáfora que el escritor peruano José Watanabe nos susurrara antes de morir
...
Su carne todavía agónica
empezó a ser devorada por prolijas alimañas, y sus
huesos
blancos y leves
resbalaron y se dispersaron en la arena.

Extrañamente
en el lomo de la piedra persistió una de sus alas,
sus gelatinosos tendones se secaron
y se adhirieron
a la piedra
como si fuera un cuerpo.

Durante varios días
el viento marino
batió inútilmente el ala, batió sin entender
que podemos imaginar un ave, la más bella,
pero no hacerla volar.

Lo que es definitivo es que hay en nosotros -equivocada o no- una percepción distorsionada, una percepción que se encuentra o se pone al servicio de la creación, y que pocas veces coincide con la del resto del mundo.

De hecho, aquí podemos mencionar una anécdota jugosa que viene muy al caso. Cuando murió Emil Cioran, el escritor Félix de Azúa confesó públicamente que en 1970, durante la gran huelga de barrenderos de París, en días en los que la ciudad se encontraba enteramente cubierta de basura, cuando las ratas cruzaban a toda hora las incómodas calles, mientras la población huía del humo pestilente que brotaba de las montañas de materia descompuesta, cada noche, Samuel Beckett llamaba a Emil Cioran para invitarlo a pasear por las calles. Así que ambos, Beckett y Cioran, dos vagabundos, dos flaneurspaseaban durante horas complacidos. Coincidían plenamente en que París nunca antes había estado tan hermosa. 

Y si hablamos de los puntos de vista de este gran escéptico que fue Ciorán, defensor férreo de la palabra de Borges, del tango y de la Patagonia, tildado por la crítica de pesimista, realista y nihilista, deberíamos decir que para él toda creación lleva, hasta en su más pequeño detalle, la marca de la tristeza inicial de la que ha surgido. Un punto interesante.

“Lo que hay en nosotros por demás anclado, aunque poco perceptible, es el sentimiento de un quiebre esencial. Se trata de todos, dioses incluidos. Y lo que es notable es que la gran mayoría está lejos de adivinar que experimenta ese sentimiento. Estamos por lo demás -favor de la naturaleza- destinados a no darnos cuenta de ello. La fuerza de un ser tal vez reside en su incapacidad de saber hasta qué punto es capaz de aguantar. La consciencia es un puñal en la carne, aunque prefiero que me devore ese fuego interno antes que morir en la resignación de los sabios.”

Por otro lado, para la rumana Herta Müller, la poesía -y toda la literatura- no es más que artificio. Artificio que se nutre de realidad y que intenta captarla, sin excluir por ello los sueños, las leyendas, la superstición o la percepción subjetiva:

“La literatura es algo totalmente artificial. Y justamente para captar realidades, debe ser artificial. […] Yo trabajo con esa artificialidad y naturalmente uso cada truco que puedo y todos los medios para captar lo mejor posible una frase, una persona, una situación. La mitología, la superstición, lo arcaico son también poesía. La superstición es la poesía de la gente sencilla y también tiene algo fascinante. De ahí que encaje con tanta facilidad en la literatura.”

Después de semejante tormenta de lucidez, movámonos ahora sobre una creación de esta autora genial, ganadora del premio Novel de literatura en 2009. El que considero, hasta ahora, su mejor poema.

Los barrenderos 

La ciudad está impregnada de vacío.
Un coche me atropella los ojos con sus faros.
El conductor maldice porque no se me ve en la oscuridad.
Los barrenderos están de servicio.
Barren las bombillas, barren las calles fuera de las ciudades, barren el vivir de las viviendas, me barren las ideas de la cabeza, me barren de una pierna a otra, me barren los pasos al andar.
Los barrenderos me envían luego sus escobas, sus magras escobas saltarinas. Los zapatos se me alejan taconeando.
Y camino detrás de mí, caigo fuera de mí, por sobre el borde de mis pensamientos.
A mi lado ladra el parque. Las lechuzas se comen los besos que han quedado en los bancos. Las lechuzas ni me miran. En la maleza se acurrucan los sueños cansados, hartos de trajinar.
Las escobas me barren la espalda porque me apoyo demasiado contra la noche.
Los barrenderos hacen un montón con las estrellas, las barren en sus palas y las vacían en el canal.
Un barrendero le dice algo a otro barrendero, que se lo dice a otro y éste también a otro.
De pronto los barrenderos de todas las calles hablan a la vez. Yo paso por entre sus gritos, por entre la espuma de sus voces, me quiebro, me precipito al abismo de los significados.
Camino a grandes pasos. Me quedo sin piernas al caminar.
El camino ha sido barrido.
Las escobas me caen encima.
Todo da un vuelco.
La ciudad va por el campo a la deriva, hacia algún punto.

Herta Müller. 

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