Escribir



He conservado esa soledad de los primeros libros. La he llevado conmigo. Siempre he llevado mi escritura conmigo, dondequiera que haya ido.

La soledad de la escritura es una soledad sin la que el acto de escribir no se produce, o se fragmenta exangüe de buscar qué seguir escribiendo. Se desangra, el autor deja de reconocerlo. Y, ante todo, nunca debe dictarse a secretaria alguna, por hábil que sea, y, en esta fase, nunca hay que dar a leer lo escrito a un editor.

Alrededor de la persona que escribe libros siempre debe haber una separación de los demás. Es una soledad. Es la soledad del autor, la del escribir. Para empezar, uno se pregunta qué es ese silencio que lo rodea. Y prácticamente a cada paso que se da en una casa y a todas horas del día, bajo todas las luces, ya sean del exterior o de las lámparas encendidas durante el día. 

Esta soledad real del cuerpo se convierte en la soledad inviolable de escribir. Nunca hablo de eso a nadie. En aquel periodo de mi primera soledad ya había descubierto que lo que yo tenía que hacer era escribir. Raymond Queneau me lo había confirmado. El único principio de Raymond Queneau era «Escribe, no hagas nada más».
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Lacan me dejó estupefacta. Su frase: «No debe de saber que ha escrito lo que ha escrito. Porque se perdería. Y significaría la catástrofe». Para mí, esa frase se convirtió en una especie de identidad esencial, de un «derecho a decir» absolutamente ignorado por las mujeres.

Hallarse en un agujero, en el fondo de un agujero, en una soledad casi total y descubrir que sólo la escritura te salvará. No tener ningún argumento para un libro, ninguna idea de libro, es encontrarse, volver a encontrarse, delante de un libro. Una inmensidad vacía, un libro posible. Delante de nada. Delante de algo así como una escritura viva y desnuda, como terrible, terrible de superar. Creo que la persona que escribe no tiene una idea respecto a libro, que tiene las manos vacías, la cabeza vacía, y que, de esa aventura del libro, sólo conoce la escritura seca y desnuda, sin futuro, sin eco, lejana, con sus reglas de oro, elementales: la ortografía, el sentido.
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La liberación se produce cuando la noche empieza a aposentarse. Cuando afuera cesa el ruido. Queda ese lujo nuestro, que nos pertenece, de poder escribir por las noches. Podemos escribir a cualquier hora. No sufrimos de sanciones, de reglas, horarios, jefes, armas, multas, insultos, policías, jefes y más jefes. Ni las gallinas cluecas de fascismos futuros.
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No llorar nunca es no vivir. Llorar, es necesario que eso también suceda.

Aunque llorar sea inútil, creo que, con todo, es necesario llorar. Porque la desesperación es tangible. Permanece. El recuerdo de la desesperación, permanece. A veces mata.

Escribir. No puedo.

Nadie puede.

Hay que decirlo: no se puede. Y se escribe.

Lo desconocido que uno lleva en sí mismo: escribir, eso es lo que se consigue. Eso o nada.

Se puede hablar de un mal del escribir.

No es sencillo lo que intento decir, pero creo que es algo en lo que podemos coincidir, camaradas de todo el mundo.

Hay una locura de escribir que existe en sí misma, una locura de escribir furiosa, pero no se está loco debido a esa locura de escribir. Al contrario.

La escritura es lo desconocido. Antes de escribir no sabemos nada de lo que vamos a escribir. Y con total lucidez.

Es lo desconocido de sí, de su cabeza, de su cuerpo. Escribir no es ni siquiera una reflexión, es una especie de facultad que se posee junto a su persona, paralelamente a ella, de otra persona que aparece y avanza, invisible, dotada de pensamiento, de cólera, y que a veces, por propio quehacer, está en peligro de perder la vida.

Si se supiera algo de lo que se va a escribir, antes de hacerlo, antes de escribir, nunca se escribiría. No valdría la pena.

Escribir es intentar saber qué escribiríamos si escribiésemos -sólo lo sabemos después- antes, es la cuestión más peligrosa que podemos plantearnos. Pero también es la más habitual.

La escritura: la escritura llega como el viento, está desnuda, es la tinta, es lo escrito, y pasa como nada pasa en la vida, nada, excepto eso, la vida.

Marguerite Duras. Sobre escribir. Fragmentos.

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