Solo lo muerto es transparente
(Byung Chul Han)
Buscamos la voz, y es un camino escarpado y pedregoso. No es cierto que busquemos la belleza, no, o la verdad; si ellas deciden venir, lo hacen por añadidura. Las encontramos, podremos reconocerlas, pero no sabemos cómo crearlas. Más bien surgen. En cambio la voz, la voz se busca y es casi siempre prestada, la nuestra anda por ahí entre el gentío, diseminada en las voces de miles de otros, ninguna es puramente nuestra. Aparece, se esconde, aparece, se esconde. Escribir es gritar en silencio contra el olvido. Buscar esa voz es preguntarse una y otra y otra vez frente al espejo quiénes somos.
Rafael Oteriño escribió que la poesía está fundamentalmente sostenida por la emoción, irrumpe una imagen que busca asiento en las palabras y, antes que un significado, va a portar otras cosas más interesantes: una temperatura, un sentimiento, un recuerdo, un color. Sin embargo, no debe haber en el mundo dos personas que leyendo una misma palabra evoquen la misma cosa, mucho menos cuando esté inserta en la estructura del poema, allí se abren infinitas posibilidades. Una vez le preguntaron a Dylan Thomas por qué escribía poesía y respondió que simplemente le gustaban las palabras como signo, como sentido, como sonido, pero también porque de ellas surge el amor, el horror, la piedad, el dolor y la admiración. Y esas son las cosas que hacen grande y verdadera nuestra existencia. Es un llamado, entonces, a regresarle al cuerpo el movimiento.
En las palabras y junto a ellas podemos recorrer la distancia que separa una ausencia de una presencia, a través de ellas nos movemos desde la falta hacia la compensación y desde aquello imposible de decir a lo expresado. Para quien esté abierto a recibir una revelación, la poesía traduce algo que flota denso, incisivo y hermético, y que se vuelve manifiesto solamente cuando encuentra las palabras que lo atrapan. Esta será una revelación parcial, que nos llevará de la mano, pero que no puede ser un canal unidireccional.
Yo tenía un profesor que en un intento de atrapar lo inasible intentaba metáforas y me decía que el poema debería ser siempre algo así como una torsión que en su tensión fuera capaz de moverse alrededor de un eje imaginario, que la escritura fuera y viniera en una danza, de lado a lado, como en un vaivén; una sombra reflejada en el agua, cuyo juego fundamental consiste en pintar la oscuridad y reservar la luz.
La hoja de un árbol es inconmensurable,
la sombra es inconmensurable;
quien las tiene en sus manos no las posee:
mudan, se deslizan, copian el viento
y no dejan señal alguna.
Sólo en la lejanía es posible alcanzarlas;
en la ira de los espejos,
en la semilla del jardín quemado,
en el paesaggio que se cuela por la ventana.
De Mosaico bizantino (Rafael Oteriño)
Así, hay consenso en decir que el poema será una máquina enigmática con engranajes de un encastre perfecto, como un mecanismo de reloj, en busca de su lector. O no será.
Si hay transparencia no habrá vitalidad, si hay transparencia no habrá amor, si hay transparencia no habrá poesía; así que en su falta se irá recreado tantas veces como se le pida y, cada vez que alguien decida hacerlo suyo, el poema nacerá de nuevo. Suena muy romántico y a la vez muy poco técnico, lo se. Es que del poema se desprenderá una belleza. ¿Y qué, si no lo bello, es justo romantizar? La poesía es un espacio de resistencia y negatividad, en palabras del poeta Robert Frost:
La poesía llega para clarificar un poco el escenario de la vida, si hay algo que con ella logramos es un sostén momentáneo contra tanta confusión.
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