Mediana edad



No es novedad que el neurólogo austriaco Sigmund Freud escribió un libro llamado Tótem y tabú. Tampoco es novedad que para René Pommier fue el impostor más grande del siglo XX. El libro fue publicado originalmente por el sello Beacon Press en 1913 con el subtitulo tan atractivo como poco alentador de Concordancias entre la vida anímica de los salvajes y los neuróticos.

Aquí sería necesario reconocer que la psicología no se detuvo en Sigmund Freud y que no suele generalizar el análisis, salvo el caso de los psicólogos metidos hasta el tuétano en la Sociedad de la Transparencia, que gustan escribir libros de autoayuda, pero sí deja entrever que en mayor o menor medida todos somos portadores de rasgos neuróticos, lo que realmente poco importa, si no lo negáramos.

Lo que importa es darse cuenta que quizá no sea tan malo hacer carne con nuestros síntomas, reconocerlos, aceptarlos, escuchar para adentro, darnos menos la razón, pensar un poco en eso, sobre todo cuando miramos alrededor y descubrimos que también existe la posibilidad de ir en camino directo y sin notarlo hacia el estrecho túnel de los obsesivos. Lo cual sería, créanme, muchísimo peor de digerir.

Diagnósticos aparte y ya que hablamos de digerir, el libro tiene algunas ideas, no sé si originales, aunque sí interesantes. Freud buscaba dar explicación al origen de la exogamia que rige todavía en nuestros días y para hacerlo partió de un supuesto parricidio en la orda primitiva como desencadenante de los hechos. Del mismo modo, durante todo el entramado del libro, intenta una explicación a la ambivalencia emocional, puntualmente la que existe en el individuo con respecto a la figura del padre y todas sus representaciones a lo largo de la historia, incluido por supuesto el tótem; lo que hace Freud es aplicar a la antropología el conocimiento médico y el método clínico del psicoanálisis. Con toda la información de campo disponible ensambló su hipótesis más o menos así:

Al comienzo de los tiempos existió un padre dominante y celoso, hizo suyas a todas las hembras de la tribu y expulsó a sus hijos, los que por esa razón quedaron con sentimientos bastante contradictorios de odio y admiración hacia él. Unidos mataron a golpes a su padre, con lo que dieron satisfacción a su odio, y después se lo comieron, consumando canibalísticamente la identificación de cada uno ellos con su padre, eso trajo consigo el fin de las rivalidades entre ellos. Tras ese logro sobrevino el arrepentimiento y los sentimientos de cariño, por lo que renegaron del acto. Declararon inaceptable dar muerte al reemplazo del padre, esto es, el tótem, lo que condujo a la prohibición de matar. También se abstuvieron de tomar los frutos del acto, renunciando a las mujeres que habían quedado sin machos, eso condujo directamente a la prohibición del incesto y al precepto de la exogamia actual. 

Pero quizá todo el libro se reduce a un núcleo que chorrea una viscosidad lacerante, que se desprende sutilmente de las ideas principales: que la psiquis humana no es transparente y que todo aquello que se venera en forma natural, incluso enfática, como el padre, la madre y otras yerbas religiosas, es en realidad un mecanismo de defensa para esconder sentimientos de odio y temor que son inaceptables para las buenas costumbres sociales.

En este punto creo que lo único que Freud quería era explicarse el comportamiento humano. En sus propias (aunque amplias) palabras:


El Yo no hace más que negar lo que el inconsciente sabe.

Sin cuestionar la prohibición del asesinato y la exogamia, y más allá del cariño y la devoción que pudiéramos tener hacia nuestro padre humano, deberíamos intentar ver al Padre como símbolo y, al igual que sus infinitas representaciones, examinarlo, desafiarlo, odiarlo y asesinarlo si fuera necesario, justamente porque está prohibido cuestionar su autoridad, pase lo que pase. Aquí no puedo dejar de mencionar al maestro Stephen King, quien supo capturar todo esto a la perfección en libros como It, Carrie o Gerald´s game. No me digan que pensaron que escribía sobre fantasmas.

Quizá todo se trate, en definitiva, de ser capaces de hacer una huella propia. Ese y no otro es el camino hacia la madurez emocional.

Tal vez a partir de cierta edad no nos quede otra que aceptar los odios, eso implica una gran cantidad de energía, es cierto, y un adicional de honestidad que en condiciones habituales no estaríamos dispuestos a entregar, porque la verdad es que en nuestra  Sociedad de la Transparencia es el amor eso por lo que todos estaríamos dispuestos a matar; la mala noticia es que no alcanza con odiar a los cazadores de delfines del Japón, es un odio válido, es cierto, aunque fugaz, carente de construcción, ficticio o, más bien, figurativo.

Hoy sabemos que Freud cometió errores, sin dudas, pero haciéndose preguntas simples logró allanar el camino para los que vinieron después, y sobre todo dejó entrever algo que, tarde o temprano, todos seremos capaces de descubrir: que la cotidianidad es una máquina que funciona a la perfección, mientras no nos hagamos ninguna pregunta.


Mediana edad (Robert Lowell)

Ahora siento sobre mí el agobio

del pleno invierno, Nueva York
taladra mis nervios
mientras camino
las calles mordisqueadas.

A los cuarenta y cinco,
¿qué me espera? ¿qué me espera?
En cada esquina
me encuentro a mi Padre,
a mi edad, todavía vive.

Padre, ¡perdóname
mis ofensas,
como yo perdono
a quienes
he ofendido!

Aunque nunca subiste
al Monte Sion, dejaste tus
huellas mortales
de dinosaurio en su corteza
por donde yo debo caminar.

Robert Lowell (1917-1977)


Middle Age (Robert Lowell)  

Now the midwinter grind
is on me, New York
drills through my nerves,
as I walk
the chewed-up streets.

At forty-five,
what next, what next?
At every corner,
I meet my Father,
my age, still alive.

Father, forgive me
my injuries,
as I forgive
those I
have injured!

You never climbed
Mount Sion, yet left
dinosaur
death-steps on the crust,
where I must walk.

Robert Lowell

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