Qué quiere una mujer



La psicóloga brasileña Lêda Guimarães intentó poner en palabras lo que muchas de nosotras sentimos en el cuerpo, y que a veces logramos decodificar intuitivamente: el goce femenino;  lo hace sin internarse necesariamente en el lenguaje técnico-psicológico específico, intentando acercar a nosotros las ideas que desarrollaran los grandes pensadores de la psicología, como Lacan, Freud, Miller y Bossols, entre otros; tal vez para lograr un eco en esa voz humana, tanta veces postergada con respecto a lo femenino y al goce, una voz que puede dar testimonio desde el cuerpo mismo, tal vez para echar por tierra lo que la mayoría de los psicólogos asegura: que cuando se trata de hablar del goce propio, normalmente, las mujeres hacemos silencio.

En nuestra época -nos dice Guimarães- tal y como lo ha establecido el psicólogo Jacques-Alain Miller, se verifica una suerte de inexistencia del Otro, también una caída de los semblantes del padre y de los semblantes masculinos, que nos permite hablar de la "feminización del mundo". Pero esto no se acompaña de una liberación de la mujer respecto a la voz superyoica, por el contrario, la caída de los ideales, de los semblantes con los que se revestía antes la figura del padre, va dejando cada vez más al desnudo la ferocidad de su cara superyoica y su empuje a un goce sin regulación, mortífero, asociado a una culpa igualmente desmesurada.

Porque el superyo es muchas veces otra de las caras del padre ¿Y qué nos dice su voz?  Nos dice putas.

No hay que caer en la ingenuidad de pensar que esa voz solo habla a las mujeres hermosas, mucho menos creer que sólo habla a las mujeres. El varón, confrontado al ejercicio de la función fálica, no puede evitar encontrarse tomado por esa voz injuriante respecto a quien es su pareja, como verificamos en cantidad de varones obsesivos que se ven impedidos de asumir una relación afectiva con la mujer con la que han compartido la cama.

Pero ¿qué quiere una mujer?

Por Lêda Guimarães

La pregunta “¿qué quiere una mujer?” fue mantenida por Sigmund Freud como un enigma indescifrable hasta el final de su obra. Pregunta que se apoya en una creencia en la mujer, en una creencia en las palabras de la mujer, y más aún, en una creencia en los lapsus insondables de entredichos incapturables de las palabras de una mujer. Por lo tanto, es una pregunta que se direcciona hacia una satisfacción extraña, enigmática, no descifrable, no nombrable, ¡impronunciable! Satisfacción que la norma macho, que es la norma fálica, norma universal, norma de la normalidad, desconoce.


Formular esta satisfacción enigmática como goce femenino consiste en adoptar un término propuesto por Lacan, exactamente para  ubicar esta satisfacción como radicalmente distinta del goce de la normalidad macho. A partir de esta nominación, el goce femenino podrá ser formulado como ilimitado, continuo, expansivo e inclinado a la infinitización, exactamente en contraposición al goce fálico, que es limitado, restricto, localizado, evanescente.

Ya que la limitación del goce fálico adviene de un entrecruzamiento de la palabra con el real, es decir de un entrecruzamiento del registro simbólico con el registro real, así como formula Lacan, el goce femenino exactamente por no ser nombrable equivale a una experimentación de una satisfacción real incomparable. De tal modo, Lacan formuló en el Seminario de la Angustia, varias expresiones sobre las mujeres, exactamente para diferenciarlas de este límite del goce al que los hombres están condenados: “a la mujer no le falta nada”, la mujer se revela como “superior en el campo del goce”, “el goce de la mujer es mayor que el del hombre”, “la mujer es mucho más real y mucho más verdadera que el hombre”.

Pero, para un hombre es casi insoportable preguntarse cómo goza una mujer, porque le resulta especialmente difícil que sus defensas estructurales no vengan a su socorro, produciendo las respuestas que más agradan a su propio goce de macho. De este modo Lacan vino a formular en 1967, en el Seminario 14: La lógica del fantasma, que “sostener la pregunta sobre el goce femenino” abre “la puerta para todos los actos perversos”.  Lacan lo confirma siete años después en  Televisión: “si un hombre quiere a una mujer, solo la alcanza cayendo en el campo de la perversión”. Formulación que generaliza la respuesta perversa del sujeto masculino que se debate con el Otro goce.

Por otro lado, las mujeres en su neurosis cuentan con otro instrumento para buscar localizarse en lo que no es nombrable. Tal instrumento es el deseo del Otro, más especialmente el deseo de la pareja amorosa que gana el privilegio de constituirse como el eje enigmático, para experimentarse, a partir de este deseo del Otro, como amada y deseada. Pero, sabemos que tal sueño de erotomanía solo es alcanzable en la psicosis, pues en la neurosis este sueño desemboca habitualmente en la devastación, que conviene ser denominada como goce superyoico, ya que se efectiviza en su carácter de imposición y mortificación. Esto resulta muchas veces en un sufrimiento insoportable que moviliza defensas que impiden el usufructo y la emergencia del goce femenino.

En tal fijación de goce de los humanos impera el gusto por la mortificación, sea en la degradación de objeto presente en los sueños masculinos de perversión,  o en la degradación femenina resultante de la demanda de amor. Esta fijación de goce presente en el mecanismo de compulsión a la repetición, se distancia radicalmente de la experimentación vivificante del goce femenino, como también de su aceptación y usufructo, ya que para tanto es fundamental que ocurra el quiebre de la ferocidad del superyó, para que desaparezca la angustia, el temor y lo insoportable frente a la oscuridad luminosa del goce femenino.

Para alcanzar tal transformación, hay un recurso inhabitual que fue muy bien formulado por Miller en el final del prólogo del libro de Bernardino Horne -Fragmentos de una vida psicoanalítica- [1] cuando Miller nos dice que “la repetición que acarrea toda una existencia en un movimiento inexorable no es un síntoma: se confunde con el propio ser. No se puede esperar esclarecerla y modificarla sino en función de un compromiso de Deseo que no sea mezquino, ni económico de  sí mismo”


[1] Horne, B. Fragmentos de una vida psicoanalítica. Editorial Zahar, Río de Janeiro 1999.

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