Negar, como respuesta a todo

                                                                                                   
                                                                                               Vivo de lo que los otros no saben de mí
                                                                                                                                    (Peter Handke)
                                                                             
Somos negadores.  Para colmo vivimos en una época donde está prohibido el sentimiento genuino. No así la expresión pública del sentimiento, por supuesto. Constantemente lo experimentamos. A diario, incluso varias veces al día, candorosos usuarios de las redes sociales de todo el mundo publican cuánto aman a sus perros, a sus jefes, a sus gatos, aman comer, dormir y beber; aman el amor, a sus hermanos, a las maestras del jardín de sus hijos, al verdulero; aman viajar ¡y hasta aman a sus suegras...! 

En definitiva, todos aman a todos. Y como se aman entre sí son fieles, felices, abiertos, emprendedores, solidarios y tolerantes, en pantalla. El amor, e incluso la violencia, en las redes, ¿no parecen un montaje? Lo digo desde la vergüenza de alguien que creyó en lo que leía. Creía sin dudar.

Por supuesto, a estas alturas nadie ignora que lo que se dice allí va dirigido al mundo y no precisamente a los destinatarios, porque lo que se le dice al destinatario se le dice al oído, o con el cuerpo, o mirándolo a los ojos, incluso dándole la espalda, en una discusión. Aunque para esto no haya reglas, públicamente todos consumen lo mismo, todos repudian lo mismo, todos muestran lo mismo, todos "dicen" lo mismo. El infierno de lo igual.

Dentro de esta masificación de lo positivo, las redes también nos permiten disfrutar a diario de la autoayuda, tal vez sea posible intuir que todo aquel que se jacte de "ser un luchador incansable de esos que jamás se rinden" lo único que hace es darse fuerzas, porque no las tiene. Parafraseando al dramaturgo argentino Mauricio Kartun, sería algo así como: muéstrame lo que dices de ti mismo y te diré de qué careces.  La transparencia no tiene una relación directa con la verdad.

No muy lejos de esta afirmación está la declaración que hace la actriz Emma Watson, en la piel de su personaje Mae Holland en la película  El círculo.  Allí, frente a una gigantesca audiencia de nuevos emprendedores, la protagonista expresa con total convicción:

Cuando estoy sola tengo pensamientos malos, hago cosas tontas, no soy yo misma. En cambio, cuando me observan soy una persona de bien, equilibrada, comunicativa y correcta, esa es la mejor versión de mí misma.

Después de eso, Mae Holland permite que le adhieran a la solapa del vestido una cámara ultratecnológica que la convertirá en una "persona transparente" durante todo el día. Lo aterrador en esto es que las acciones se vuelven transparentes cuando se hacen operacionales; hay transparencia cuando se alisa y se allana la negatividad, cuando todo lo que hacemos se somete a un proceso de dirección y control. 

Pero más allá de cualquier sociedad distópica, Luciano Sáliche dice que por ahora lo que existen son tamices, que vendrían a ser como los filtros de instagram, y que sirven para adaptar aquello que nos pasa a las formas preestablecidas del amor. Las aceptadas socialmente, obvio; así que tranquilos, en una sociedad con tal nivel de hipocresía la oscuridad debe seguir negada. 

Así es como nos emocionamos todos con las mismas cosas, como ovejitas sin cerebro; y el pumpararribismo berreta nos consume y, si no es así, construimos en nuestras cabezas la ficción adecuada para sentir lo que decimos que sentimos. Es cuando entran en el juego la esfera pública y las redes, por eso publicamos lo que publicamos (ficción),  así como en un chat decimos “jajaja” cuando en la cara no se nos dibuja ni la mueca de una sonrisa. También la transgresión recibe un tratamiento extraño, somos capaces de aplaudir situaciones que en nuestros propios cuerpos no permitiríamos.

Creer que somos transparentes, aún para nosotros mismos, no habla más que de una inocencia superlativa. Entonces, quizá sea este el motivo por el cual cada vez hay más gente a nuestro alrededor que decide usar la expresión Soy así, tal cual me muestro para definirse a sí misma; como símbolo de transparencia, como signo de virtud suprema, como garantía de calidad.

Por otro lado, en La muerte del Eros, el filósofo Byung Chul Han concluye que si hay algo de lo que carece nuestra sociedad actual es de un otro. No hay otro. En términos del amor, nos dice, "hoy el otro aparece sexualizado, como un objeto excitante, y se le consume, pero no se le ama. Estamos padeciendo los síntomas de una erosión porque en todos hay un excesivo narcisismo de la propia mismidad y la erosión mata al Eros, porque el individuo narcisista no puede encontrar nada fuera de sí, nada que sea distinto del sí mismo, por lo tanto, afuera no hay nada que pueda amar."

"Incluso la enfermedad actual contribuye a esta situación. La enfermedad actual es la depresión, y también es considerada una enfermedad del individuo narcisista, porque conduce a ella una relación exagerada y patológicamente recargada con uno mismo. El sujeto narcisista no está abierto a la experiencia, sino que lo que quiere es experimentarse a sí mismo en todo lo que se le presenta enfrente. El sujeto narcisista y depresivo carece de mundo y está abandonado por el otro. Lo opuesto a esta descripción es el Amor, porque nos arranca de nosotros mismos y nos conduce hacia afuera y hacia afuera es hacia el otro."

Para ver más claro: Eros palidece y muere cuando convertimos a todo aquel que nos rodea en el uno mismo. Aquí Z diría que uno, al otro, lo des-otra siempre.

Parece que hoy el amor, esa fuerza turbia y compleja, se positiva para convertirse en una fórmula muy cómoda: sólo disfrute. Ahí es donde fallamos, en creer que debe engendrar solamente sentimientos agradables y placenteros. En definitiva, parece que caer se ha vuelto demasiado arriesgado para el hombre moderno. Con esta lógica pisamos la intuición, esa mujer caprichosa que nos guía, y que va más allá de toda la información disponible porque sigue una lógica que le es propia. Prestar atención a toda la información disponible nos anula la intuición.

Aplanamos tanto todo lo que nos pasa que también el amor se aplana para convertirse en un arreglo de sentimientos agradables, la vida se encamina hacia una sucesión de pequeñas excitaciones sin complejidad. Según Badiou, hay una analogía clara entre la "guerra cero muertos" publicitada por el gobierno de los Estados unidos y el "amor cero riesgos" que consumimos, de la misma manera que la hay entre el “yo no te comprometo” que dice el agente del capitalismo a su trabajador precarizado y el “yo no me comprometo” que pronuncia a su compañero o compañera el “amante” indiferente, esto pasa en un mundo en el que los vínculos se hacen y se deshacen en beneficio de un libertinaje protegido y consumista. Tanta eliminación de la negatividad, tanta negación, terminará por reformular el alma humana, la psiquis, o como quiera llamarse.

Se entiende que aquí lo más saludable sería ponerse en la posición del décimo hombre, esto es: cuestionar todo aquello que el resto insista en exponer como verdadero. Los antropólogos dicen que la mayoría de los seres humanos tenemos un sesgo de confirmación muy fuerte. Es decir, cuando tenemos una idea y empezamos a razonar sobre ella, a pensarla, a digerirla, encontramos primero los argumentos a favor de esa idea, sobre todo encontramos buenas explicaciones que justifiquen una decisión, para no tener que desafiarnos. En palabras sencillas: siempre nos damos la razón. Tal vez esto sea una cuestión evolutiva de supervivencia en grupo, es cierto, pero en el uno mismo raya la comodidad burguesa. El problema de este sesgo confirmatorio es que nos puede llevar a tomar muy malas decisiones. 

Para ejemplificar que en el amor ya no cabe la negatividad, Han usa el personaje femenino creado para el libro Cincuenta sombras de Grey. Es una mujer, nos dice, que se describe a sí misma como una "persona sana", porque no fuma, no bebe alcohol, no usa drogas y come como se debe. En ese discurso no hay transgresión posible y, si la hubiere, sin dudas eso debería "ajustarse".

Las transgresiones reales, en el capitalismo, se ocultan y, si es posible, se neutralizan. Una "voluntad de hierro" se ocupa de "arreglar" todo aquello que "no debe ser". Porque un presente y un futuro óptimos y seguros deben excluir toda amenaza, toda posibilidad de desastre. Desde uno mismo y hacia los demás, control y más control.

Sin embargo, no sé cómo, pero la vida tiene sus propios métodos para mantenernos humildes.

Mientras en la sociedad los términos del amor normalizado se han vuelto pornográficos de tanta exposición, donde hay que ser perfectos, autosuficientes, exitosos, transparentes, y hay que publicarlo, un auténtico seductor juega a las máscaras, a las ilusiones y a las formas aparentes. Esto es, el hecho de mentir para impresionar a una persona que nos interesa se vuelve incuestionable, hasta lógico: una estrategia de arrime necesaria, sin perder de vista la certeza de que si la relación perdura en el tiempo, el otro descubrirá una a una, aunque sin rencor, cada mentira que le dijimos, e incluso las que diremos en el futuro, pero entonces ya será tarde, aún así no podrá dejar de amarnos.

Madres y abuelas vivieron equivocadas, el verdadero otro no nos duele cuando miente, duele porque (en el mejor de los casos) seguirá su propio deseo; duele porque siempre será un misterio. Hay cierta validez en todo lo que se ha escrito al respecto, en lo que escribieron Han y los filósofos anteriores: estamos a tiempo todavía de ser lo otro, de encontrarnos con el otro cara a cara, sin tratar de domesticar sus actitudes ni su pensamiento, sin borrar su singularidad; es una estrategia difícil, por demás interesante y digna de ponerse en práctica.

Aún así, siempre existirá la posibilidad de encontrar en el camino un otro incapaz de darnos nada, la peor noticia es que es un otro válido y que la reciprocidad es una ilusión capitalista. Cuando alguien se autoproclame diferente a todos los demás deberíamos desconfiar. Antes de izar la bandera enorme, pesada y compleja de la tolerancia conviene primero analizar nuestras propias actitudes con la mayor objetividad posible, tener un amigo vegano no nos convierte en personas tolerantes. 

Tal vez cabe preguntarnos también cuántas veces hemos romantizado algo que nada tiene que ver con el amor o la belleza. El amor se siente en el cuerpo, contra el otro y no en la pantalla. Porque lo que es físico y real nos exige prudencia: desestabiliza, desequilibra y desarma lo estructural que hay en cada uno de nosotros; vale decir, nos abre y nos transforma sin despojarnos de la alteridad.  Lo ideal, lo igual, aquello que compatibiliza a la perfección, lo que "encaja", huele a caca, y no hace más que arrancarnos las diferencias.

Sin embargo, a estas alturas tenemos que reconocer que el amor social de nuestra época se ha vuelto un paraguas muy eficaz contra las lluvias torrenciales de la angustia, la soledad y el miedo que experimentamos cuando nadie nos ve; están ahí, en el lugar donde las luces no iluminan, día a día, en la intimidad de la vida real que, por supuesto, insistimos en negar. 


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