Seconal


En 1932, Louis Ferdinand Céline escribió que la gente de París, tan atareada en apariencia, en realidad no era más que una acumulación de vagabundos sin rumbo que, sostenidos en el absurdo del deber, se paseaban por la ciudad de la mañana a la noche fingiendo ocupaciones. Algo así como una simulación urbana para poder sostener con cierta eficacia la mentira de que la vida tiene que tener un sentido; una conspiración, cuya prueba irrefutable son los días de climas extremos, cuando todos esos transeúntes, antes cargados de compromisos impostergables, desaparecen de las calles y, si se recorre la ciudad a pie, puede vérselos tomando café, charlando animadamente en los bares repletos, o incluso encerrados en sus casas. 
Tal vez como una forma de defenderse contra un sistema que genera belleza sólo para quienes están adentro, para Celine, como antes lo fue para Baudelaire, el siglo de la velocidad, con su pulso interminable y fatuo, no es más que una apariencia, una simulación, donde lo único que hacemos todos es andar a la deriva.

Así, en El viaje al fin de la noche nos dice:
...
Lo peor es que te preguntas de dónde vas a sacar fuerzas para seguir haciendo lo que has hecho la víspera y desde hace ya tanto tiempo, de dónde vas a sacar fuerzas para ese trajinar absurdo, para esos miles de proyectos que nunca te salen bien, esos intentos para salir de la necesidad, intentos siempre abortados; y todo eso para terminar convenciéndote, una vez más, de que el destino es invencible, de que hay que volver a caer al pie de la muralla cada noche, con la amenaza del día siguiente, y cada vez más precario, más sórdido. 
Ya no nos queda demasiada música adentro para hacer bailar la vida. Ahí está, toda la juventud ha ido a morir al fin del mundo, en el silencio de la verdad ¿y dónde ir a morir afuera, decidme, cuando no llevas contigo la suma suficiente de delirio?
La verdad es una agonía que nunca acaba, la verdad de este mundo es la muerte. Hay que escoger: morir o mentir.
...

Si hay algo que la poesía tiene es una forma de romper el silencio. Con un torbellino de voces nos envuelve. Si nos prestamos a escuchar con intención sentiremos su manera cautivante y seductora de tocarnos: primero el goce, después el sentido, por último la inquietud. 

Seconal
(Jorge Rivelli)

le tengo terror a los demonios,
                   quiero decir a los domingos.
                                  (osvaldo lamborghini)

mañana o un domingo
somos piedra
fría y perdida a ciertos metros
sobre el nivel del mar
o una mancha gelatinosa
reptando por la vereda para
mirar por el ojo de buey
las perfectas piernas blancas
de la dama de trébol
hasta la llegada del brujo
que arrastra la extensa capa
por las alcantarillas de las diagonales
o cuerpo pendular
al pie de las góndolas gárgolas
con visibles marcas de erosión
moños de prócer en cada aniversario
retrete de perros y cristianos

volviendo a la misa

cabezas vencidas
en busca de una bala o
escapando de un viejo amor
devoran pastillas alcohol
vidrios veneno vapor
liberan sangre de lágrimas negras
se lanzan al vacío de la gloria
dime como mueres
y te diré como vives

largas vigilias

para cruzar el puente
que la bestia no absorba
el aliento vulnerable
hasta que arroje el vértigo
las sombras el minuto fatal

muerte o fracaso quien sabe

los demonios siempre están
los domingos también

Jorge Rivelli de Venus, viagra & violetas, Ed: La Carta de Oliver, Buenos Aires, 2017

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