La muerte según Borges



La vida es una senda lenta hacia la muerte y el poeta no pierde de vista esa transformación. La mira con un ojo, y con el otro se hace el boludo y mira para otro lado. Por eso con bastante frecuencia los escritores pensamos en una muerte cargada de romanticismo. El romanticismo quizá otorgue algo de belleza a la atrocidad más pura. Cualquier rasgo de la Parca nos remite al poema, nos lleva hacia una cita, hacia algún verso imposible de igualar; pero la muerte fuera del poema es fáctica y nada romántica, por cierto. Es un hecho. 
Cuando le preguntaron a Borges qué pensaba sobre la muerte dijo:

Cuando me siento desdichado pienso en la muerte. Es el consuelo que tengo: saber que no voy a seguir siendo, pensar que voy a dejar de ser. Es decir, yo tengo la certidumbre más allá de algunos temores de índole religiosa, más allá del cristianismo, que desde luego lo llevo en la sangre también, más allá de la Church of England y de la de la Iglesia Católica Romana, más allá de los puritanos, más allá de todo eso, yo tengo la certidumbre de que voy a morir enteramente. Y es un gran consuelo. Es algo que le da mucha fuerza a un hombre, el saber que es efímero. En cambio la idea de ser duradero, me parece que es una idea horrible realmente. La inmortalidad sería el peor castigo. Cualquier forma de inmortalidad sería el infierno. El cielo si durara mucho sería el infierno también.  Cualquier estado perdurable es la desdicha. Quizás una de las mayores virtudes de la vida es que todo es efímero, incluso lo físico es efímero, el placer es efímero también, y está bien que sea así porque si no sería muy tedioso todo.

Imagino que vivió amasando la idea que un día le trajeron con delicadeza las manos de Quevedo: la de pensar la muerte como un hecho físico; y por sobre toda otra cosa enfocarla en eso. Así concluye con una sencillez demoledora que la muerte de un hombre es la muerte de su cara, una cara que es única, que no se repetirá jamás. Ni sus manos, ni sus ojos, ni su mirada, ni la curva de su espalda lo harán, porque todo en él es distintivo. Entonces, con él morirán también miles de pequeños rasgos humanos, miles de circunstancias atadas a ese cuerpo y sólo a él. Podrán permanecer las ideas, pero todos los recuerdos que le son propios y que están en su mente física desaparecerán para siempre. Porque, en definitiva, somos una sucesión de situaciones irrepetibles y lo que nos aterroriza es dejar de pensar.

Lo que Borges no supo es que todos nosotros, cómplices monstruosos, lo íbamos a castigar con la inmortalidad más abyecta, pero por las dudas nos dejó indicaciones:


Yo acepto la inmortalidad personal siempre que me aseguren el olvido de esta vida, yo no quiero seguir pensando en Borges, estoy harto de él.

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