La vida intensa es contraria al Tao
Que el hombre no ame nada y será invulnerable
Decía Chuang-tzé, máxima tan profunda como inoperante. ¿Cómo alcanzar el apogeo de la indiferencia, cuando nuestra misma apatía es tensión, conflicto, agresividad? No hay ningún sabio entre nuestros antecesores, sino insatisfechos, veleidosos, frenéticos, cuyas decepciones y desbordamientos nos será preciso prolongar. Siempre según nuestros chinos, solo el espíritu desapegado penetra en la esencia del Tao; el apasionado no percibe más que los efectos: el descenso a las profundidades exige el silencio, la suspensión de nuestras vibraciones, léase de nuestras facultades. Pero ¿no es ya revelador que nuestra aspiración a lo absoluto se exprese en términos de actividad, de combate, que un Kierkegaard se titule "caballero de la fe", y que Pascal no sea nada más que un panfletario? Atacamos y nos debatimos; no conocemos, pues, más que los efectos del Tao. Por lo demás, la quiebra del quietismo, equivalente europeo del taoísmo, dice mucho sobre nuestras posibilidades y nuestras perspectivas. No veo nada más contrario a nuestras costumbres que el aprendizaje de la pasividad.
La época moderna comienza con dos histéricos: Don Quijote y Lutero. Si elaboramos tiempo, si lo producimos, es por repugnancia a la hegemonía de la esencia y a la sumisión contemplativa que supone. El taoísmo me parece la primera y última palabra de la sabiduría: soy; sin embargo, refractario a él, mis instintos lo rechazan, como rechazan doblegarse a lo que sea, hasta tal punto pesa sobre nosotros la herencia de la rebelión. ¿Nuestro mal? Siglos de atención al tiempo, de idolatría del futuro. ¿Nos libraremos de él por algún recurso de la China o de la india?
Hay formas de sabiduría y liberación que no podemos ni aprehender desde dentro, ni transformarlas en nuestra sustancia cotidiana, ni siquiera encerrarlas en una teoría. La liberación, si efectivamente uno se empeña en ella, debe proceder de nosotros: no hay que buscarla en otra parte, en un sistema completamente acabado o en alguna doctrina oriental. Empero esto es lo que ocurre en numerosos espíritus ávidos, como suele decirse, de absoluto. Pero su sabiduría es un plagio, su liberación un engaño.
No incrimino aquí solamente a la Teosofía y sus adeptos, sino a todos los que se equipan con verdades incompatibles con su naturaleza. Más de uno tiene la India fácil, se imaginan haber desenmarañado sus secretos, cuando nada les dispone a ello, ni carácter, ni formación, ni inquietudes.
¡Qué pulular de falsos liberados que nos miran desde lo alto de su salvación! Tienen buena conciencia; ¿acaso no pretenden situarse por encima de sus actos? Superchería intolerable. Apuntan, además, tan alto que toda religión convencional les parece un prejuicio de familia, con la que su "espíritu metafísico" no sabría contentarse. Reclamarse de la India suena indudablemente mejor. Pero olvidan, o no saben, que ésta postula acuerdo entre la idea y el acto, identidad de la salvación y de la renuncia. Cuando se posee "el espíritu metafísico" esas son bagatelas por las que uno ni se preocupa...
Emil Ciorán. La tentación de existir (fragmento)
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