Los peligros de la acción

                                                             
                                                                                                
                                                                                             
Dueña de una belleza trágica, de cabello salvaje y serpentino, Medusa es mucho más que un mito, tiene un rostro cambiante. Se disputaron su cabeza y todos, tarde o temprano, fueron piedra. Y a la que le quepa el sayo, ya saben, que se lo ponga. Sin embargo, en realidad no hay una verdad universal sobre su mito. Hay muchas aristas, algún que otro mensaje confuso, temor y superstición. 

Lo cierto es que no es extraño que al atravesar la narrativa masculina, esa narrativa tan propia de nuestros queridos aliados, cualquier ser femenino pensante y de acción se convierta en un monstruo de los poco amistosos. De hecho, las mujeres sabemos manejar bien ese riesgo. El feminismo a través de su legado nos propone deconstruir el sesgo sexista que considera el cuerpo femenino como una amenaza.

Por el gran peligro que se le asigna, tampoco será ilógico concluir que es muy probable que el ser que representaba la figura de Medusa fuera ni más ni menos que una mujer hermosa y seductora, con un carácter difícil. Movimiento es luz y oscuridad. Una luz quizá razonada y fría, una oscuridad que delata variadas emociones.

Seamos sinceros, una mujer poco atractiva, es decir domesticada, una mujer sujeta a la opinión masculina, idealmente portadora de luz, pura y sin sombras, no podría sostener en el tiempo tanta popularidad. El mito tiene matices, no hay dudas, y la multidimensional Medusa, en las antípodas del arquetipo de la Virgen María, se las arregló durante siglos para ser temida como una fuerza primordial, capaz de matar y redimir a los hombres. 

Depende del día, depende del hombre. 

El poeta romano Ovidio la pensó hermosa y describió su transformación. 


The hissing Snakes her Foes more sure ensnare,
 Than they did Lovers once, when shining Hair.

Ovid. (Metamorphoses)


No es casualidad que el mito, y con él toda la feminidad sagrada, encajen a la perfección en el principio fundamental de la naturaleza y también en el de la farmacología clínica; ambos sostienen que aquello capaz de salvar también envenena. 

La serpiente y la copa son símbolos inmemoriales de la naturaleza femenina, cíclica, contenedora, transformadora; una clara alusión a la fecundidad y a la sanación (o la enfermedad) que los extraños menjunjes utilizados por brujas curanderas y chamanes provocaban en el cuerpo. 

Medusa, como muchas otras, es portadora de la simbología mujer-serpiente. Un ser temperamental, ambiguo, creador. Al igual que Higía, la diosa de la salud que, a pesar de ser conductora de bienestarcoronada su cabeza con ramas de laurel, alimenta a una gran serpiente enroscada en torno a su propio cuerpo. 


Tal vez los mitos no son otra cosa que una manera de pensar y repensar nuestras propias vidas, la interior y también la otra, la que exteriorizamos; de otro modo, temo que lo realmente importante en ellas comenzaría a ser el clima, la cena, la temperatura del agua de la bañera y la cotización del dólar.

Madre arquetípica, símbolo de la ira femenina, musa o demonio, irremediablemente pensaremos en Medusa cada vez que la autoridad masculina se vea amenazada por las actitudes de una mujer ingobernable, que día tras día deja fuera de juego los pequeños caprichos masculinos para dar espacio a su propio deseo.




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