Vivimos en una realidad incómoda y eso, por supuesto, nos afecta a todos porque la violencia está impregnada en el sentido común. Sin embargo, como mujeres, la sociedad además nos obliga cada día a repasar nuestra imagen pública. Es una propuesta constante del resto hacia nosotras. Las mujeres entretejemos el pensamiento con la vida, mucho más que los hombres. Desafiar ese planteo social es partir de la vida cómoda hacia un sitio desconocido y medroso, es transitar un camino oscuro del que no se puede saber en qué va a terminar. Por otro lado, hacerlo o no queda en cada quien, es una elección de vida que no se puede forzar.
Cuando decidimos desafiar la mirada masculina, la mirada social, incluida la de otras mujeres, comenzamos a salir de la normalidad impuesta, de la moral preestablecida, desafiamos la norma patriarcal. Incluso cuando cada mañana decidimos algo tan simple como la ropa que vamos a usar, estamos exponiéndonos a ser castigadas, salimos del espacio de sumisión donde se pretende ubicarnos, y asumimos el riesgo que conlleva, y qué decir sobre el hecho de pensar por nuestra propia cuenta.
En definitiva, ejercer la voluntad apartándose de la norma implica aceptar riesgos.
En torno a estas ideas, la antropóloga argentina Rita Segato expone el feminismo como asunto político que nunca debe ser profesionalizante, aclara. Todos deberíamos ser entendidos en feminismo, o al menos intentarlo, leyendo, preguntando, estudiando. Ella nos invita a consolidarlo alejándonos del feminismo eurocéntrico, porque es un feminismo racista que no trae más que conformismo, comodidad y buen pasar a quienes deciden practicarlo.
Según sus ideas, Europa siempre ha sido vista como el gran civilizador universal, que aporta recursos para sacar de la oscuridad a "pueblos atrasados", pero bajo esa tutela aniquila toda civilización y cultura que no sea la propia.
Varios antropólogos coinciden en que en la historia hubo y habrá catástrofes naturales que no pueden predecirse y que la existencia de la humanidad es una ruleta rusa, con lo cual, deberíamos tener la humildad de aceptar que no se puede saber quién sobrevivirá ni tampoco dónde ocurrirá la próxima catástrofe natural, solo por eso deberíamos defender un mundo plural y policultural. No lo sabemos todo y, aunque ya nos creamos omnipotentes, no podemos predecir dónde radica el futuro de la especie.
También la costumbre y la moral con su poder invisible son estructuras elementales de la violencia.
De hecho, todo acto de abuso vendrá de un ser moral, el abusador es un ser moral que comete abuso porque en forma inconsciente cree que "la mujer se lo merece" y porque "hay que disciplinarla". Por eso existen sociedades tribales donde la violación física es una forma de castigo que depende, para su aplicación, de qué infracción haya cometido previamente una mujer. La violación, como cualquier acto de violencia, es un acto de moralización.
El abusador debe siempre tomar un tributo de esa mujer "indisciplinada", porque es el tributo lo que lo restituye a su posición de macho, lo que reconstruye su potencia. La potencia masculina se alimenta invariablemente de ese tributo. Lo aceptemos o no, en toda relación hombre-mujer habrá una economía simbólica.
El sujeto masculino, tal y como están dados los lineamientos sociales, necesita probarse todo el tiempo, por eso maltrata, desacredita, ignora y reprime a la mujer, a veces hace todo eso al mismo tiempo y con la misma mujer. Esos son los métodos que el mandato de la masculinidad habilita para controlar la posición femenina.
En pocas palabras, podemos decir que por eso los hombres ejercen poder, no sobre una sino sobre todas las mujeres que los rodean. Si miráramos los mitos razonándolos un poco más, despojándolos de su belleza romántica, veríamos que siempre al final hay punición. Solo por citar algunos ejemplos, en los mitos a Eva se la castiga, a Lilith se la castiga, hasta a Medusa se la castiga por ser hermosa y por haber sido violada, e incluso a Eurídice, podría parecer que el castigado es Orfeo, sin embargo, es ella quien debe permanecer en el infierno.
Todo poder se reconoce porque pone opacidad en ciertas cuestiones que le son funcionales a sí mismo. El patriarcado no es la excepción. Si hay una regla de oro es que el poder actúa en la oscuridad, con bajo perfil; cuando se expresa, lo hace produciendo opacidad y confusión; esa es la forma que tiene de proteger sus proyectos, no dejarse ver, no exhibirse.
Cualquiera sea su índole, de improviso, un acto violento y sin sentido aparente atraviesa al sujeto masculino y sale a la superficie de la vida social, eso nos revela una latencia, algo que estaba, escondido pero estaba. Es el impulso agresivo propio característico del sujeto masculino hacia quien muestra los gestos y signos de la femineidad. Este eje de violencia no es necesariamente hombre-mujer, deberíamos aclararlo: es sujeto masculino hacia quien muestra los gestos femeninos, es decir, no importa su sexo biológico.
Segato apoya la tesis de Carole Pateman según la cual no sería el asesinato del padre aquello que funda la ley y el contrato entre iguales sino la apropiación de todas las mujeres de la horda por el macho, patriarca-primitivo: la ley de estatus entre los géneros sería anterior al parricidio como origen de la cultura.
Así, Segato nos asegura que:
...
en rigor de verdad, no se trata de que el hombre puede violar, sino de una inversión de esta hipótesis, debe violar, si no por las vías del hecho, sí al menos de manera alegórica, metafórica o en la fantasía. Este abuso estructuralmente previsto, esta usurpación del ser, acto vampírico perpetrado para ser hombre, rehacerse como hombre en detrimento del otro, a expensas de la mujer, en un horizonte de pares, real o imaginario, tiene lugar dentro de un doble vínculo: el doble vínculo de los mensajes contradictorios del orden del estatus y el orden contractual, y el doble vínculo inherente a la naturaleza del patriarca, que deber ser autoridad moral y poder al mismo tiempo...
De la mano de autoras comprometidas con el género, como es el caso de Rita Segato, la antropología nos propone mirarnos, comprender cómo somos; porque poder ver es empezar a cambiar las estructuras de la violencia. Quizá sería oportuno tratar de aceptar que toda relación, incluso el amor, es una relación de poder y que no comete abuso quien tiene ese poder sino quien no lo tiene y, para obtenerlo, debe tomarlo de otro. Así es como las mujeres nos convertimos, una vez más, en dadoras: de poder, de fuerza, de virilidad.
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