El espejo de nuestros dioses



La antropóloga argentina Rita Segato hizo un estudio de campo en el corazón de la tradición religiosa afrobrasileña. Para ser más precisos, vivió durante años entre los miembros de los cultos Xangô del Brasil, y plasmó esa experiencia en un capítulo de su libro Las estructuras elementales de la violencia.

Allí nos cuenta que uno de los motivos recurrentes en las representaciones y la organización social de los miembros de este culto es el esfuerzo sistemático por liberar las categorías de parentesco, personalidad, género y sexualidad de las determinaciones biológicas y biogenéticas con las cuales están ligadas en la ideología dominante de la sociedad brasileña, así como desplazar a la institución del matrimonio de la posición central que ocupa en la estructura social, de acuerdo con esa ideología. 

Es interesante analizar el hecho de que uno de los aspectos fundamentales del culto sea la relación de equivalencia que se establece entre sus miembros humanos y el panteón de santos Orixás. Esto es posible sobre la base de las similitudes de comportamiento entre unos y otros. Así, los Orixás hacen las veces de una tipología para clasificar a los individuos según su personalidad. No es descabellado pensar que podamos tener personalidades similares a las de los dioses de cualquier mitología. 

En la ciudad de Recife los Orixás son seis. Entre estos suele escogerse al santo que será adscripto mediante el proceso de iniciación que vincula, de manera ritual y definitiva, a cada nuevo miembro de la comunidad con su "dueño de la cabeza". En la mayoría de los casos también se designa, entre esos mismos seis, a un segundo Orixá (adyuntó) una especie de santo adjunto, como para completar el cuadro de las afinidades espirituales del nuevo hijo de santo. Ahora bien, de los seis santos del culto, tres son masculinos y tres femeninos; y aquí viene lo interesante: la clasificación remite a la psicología, con prescindencia del sexo. 

Los santos hombres —y, por lo tanto, sus hijos e hijas—  se caracterizan por ser más autónomos en la manera de actuar, mientras que los santos mujeres son "dependientes". La "autonomía" (tomemos todo entre prudentes comillas) se señala como una característica de los santos masculinos, aun en el caso de Orixáolufa, el viejo Orixálá, que es sumamente paciente y calmo; su opuesto, la "dependencia", caracteriza a los santos femeninos, incluida Iansã, que tiene un temperamento "caliente" y es voluntariosa, luchadora y agresiva. Aunque la autonomía, entendida como la capacidad de tomar decisiones y resolver problemas sin necesidad de orientación o estimulo externo, sea vista como un rasgo ventajoso, se dice que convierte a las personalidades masculinas en seres a la vez inflexibles y refractarios a las críticas. 

Por otro lado, los hijos e hijas de santos femeninos tienen la debilidad de depender de la aprobación o la dirección de los otros, y en muchos casos esa aprobación constituye el objetivo mismo de sus actos, pero se dice que esto no sólo les permite conseguir ayuda y consejo sino también cooperar y participar en iniciativas conducidas por otros. Esa falta de seguridad desemboca, finalmente, en trabajo comunitario. En el culto, como podemos concluir, hay una intención clara de buscar lo bueno y lo malo de cada rasgo.

Debido a estas ventajas y desventajas de cada uno de los grupos de santos, el pueblo siempre considera mejor tener una combinación de un santo masculino y un santo femenino como dueño de la cabeza y adjunto, respectivamente, o a la inversa. Sea como fuere, se estima que todo miembro tiene siempre una personalidad predominantemente masculina o femenina; la fisonomía de la primera es "áspera", en tanto la segunda muestra rasgos faciales más delicados. Es decir que el carácter estaría expresándose fenotípicamente.

Dentro de cada categoría se habla asimismo de grados relativos de femineidad y masculinidad. Entre los Orixás mujeres, Oxum, la última hija, es considerada como el epítome de lo femenino: un ser sensual, ingenuo, dócil e infantil, deseosa de curar, ayudar y cuidar a los débiles; lemanjá, en cambio, parece un poco menos femenina porque es la Madre. A pesar de sus gestos cariñosos, se muestra menos interesada en darse a los otros o prestarles atención. En general, es más distante y su afabilidad se interpreta simplemente como "buenos modales" o "cortesía" en el trato. A claras luces una mujer de mayor edad que la primera.

En el otro extremo, se describe a Iansã como una mujer masculina, con una personalidad casi andrógina. No ahorra esfuerzos para alcanzar sus objetivos y, en el papel de esposa de Xangô, es su compañera y colaboradora en la guerra, pero no acepta cohabitar con él. Tal vez, si fuera válido establecer un paralelo, podríamos pensar en la Lilith del Génesis. Aun así, si bien Iansã difiere de los otros Orixás femeninos por su temperamento agresivo y la voluntad de vencer, comparte con ellos la disposición de acompañar a Xangô y cooperar con él en la empresa de conquistar la tierra de los males, este detalle pertenece a un célebre mito de Xangô, así como un sentido de identidad definido como femenino.

Por la otra parte, entre los santos hombres, Ogum es considerado como el epítome de la masculinidad, el señor del trabajo y la guerra, un hombre solitario que pertenece a la naturaleza y no se relaciona humanamente con nadie; es tenso, sesudo, serio y objetivo. Cualquier similitud con nuestros contemporáneos es pura construcción patriarcal. Entre estos santos, a Xangô se lo ve como algo menos masculino que Ogum, por su carácter más emocional y afectivo. También tuvo que apelar algunas veces a la protección de su padre, Orixálá, y su madre, lemanjá. Por último, Orixálá, el padre de todos, a pesar de describírselo como muy masculino por su grado de autonomía y la inflexibilidad de sus opiniones, muestra igualmente algunos rasgos comunes a lemanjá y Oxum, entre ellos la suavidad y la ternura; es más paciente y tolerante que Ogum Xangô.

En este contexto, es interesante pensar en los roles. Segato nos cuenta que la familia mítica posee algunos atributos típicos de la familia patriarcal característica de la clase dominante brasileña, mezclados con concepciones claramente no patriarcales; allí todo encuentra una especie de equilibrio. Entre los miembros del culto, la determinación biológica de los roles familiares presupuesta por la ideología patriarcal es sistemáticamente transgredida por el aspecto andrógino de la mujer y la pasividad y la ternura del hombre. 

Hay sabiduría en sostener que el género prescinde del sexo biológico. Somos contradicción y mistura, a pesar de la norma y el orden social.

De todo esto, tal vez lo revolucionario sea que en el culto se estima que los hombres que presentan facetas femeninas y las mujeres que tienen facetas masculinas acumulan una gama más amplia de experiencia y conocimientos, y que son capaces de comprender mucho mejor las necesidades espirituales de sus integrantes. De allí la preferencia por la combinación de un santo masculino y uno femenino en la cabeza de los miembros. 

Dentro del culto, un gran porcentaje de hombres experimenta lo que ellos mismos describen como "dificultad en la identidad sexual", además la homosexualidad entre mujeres no es infrecuente. Se considera a tal punto un hecho cierto que, cuando dos mujeres viven juntas y se ayudan una a la otra, se presume automáticamente que son compañeras sexuales. No obstante esto, a veces ocurre que los mismos integrantes del culto declaran que la homosexualidad es una costumbre indecente y acusan a otras personas de practicarla.

Así es como Segato nos refiere que dos nociones vitales aprendió de su estudio de campo: primero, a no limitarse nunca al nivel del discurso enunciado ni suponer que éste representa de manera lineal la ideología del grupo y segundo, la gran importancia que tiene poder diferenciar la conciencia discursiva de la conciencia práctica. Después de todo, el hombre es un animal que dice una cosa y hace otra.

De alguna manera somos el espejo de nuestros dioses. Las personas de este culto reconocen y aceptan los méritos y las ventajas de seguir y fomentar las normas y los valores imperantes, pero no se consideran alcanzadas por ellos.  Es claramente una posición menos hipócrita que la de la sociedad capitalista. Desde esta perspectiva, no surge culpa, aflicción  ni resentimiento por tener la certeza de "estar errado". 

Contrariamente a lo que se cree, a veces hay en estos grupos humanos un libre pensar, una sabiduría que deberíamos poner todos en práctica; existe para ellos la precaución, la prudencia,
de aclarar que se conocen las reglas, aunque no se juegue con ellas.


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