Los poetas mas experimentados afirman que la vida no exteriorizada es una vida pequeña, que está llamada a perderse y solo puede ser recuperada por la palabra, porque esta le proporcionará una existencia alternativa; esa palabra intenta recuperar los hechos de la vida vivida pero también de la vida presentida. Tal vez, al hacerlo, en realidad lo que estamos intentando es mantenerla indemne, como una manera de protegerla del tiempo. Rafael Oteriño dice que al escribir intentamos la captación de una imagen; encontrar un rastro, aunque sea fugaz, de eso que hemos vivido.
Quizá debido a estas extravagancias los escritores somos un poco chamanes; inspirados por las musas, pero aislados del mundo; y es cierto que ninguna tía coherente, sobre todo si se considera "buena ciudadana", se nos acercará a menos de un metro de distancia. Aunque luchemos intensamente por integrarnos a la ciudadanía, hagamos lo que hagamos, tarde o temprano, fallará. Siempre nos delatará un jirón de idealismo. No sé si será esta una regla general, pero muchas veces me sentí así.
Tal vez sea cierto que vivimos a pesar a nosotros mismos, que existimos porque con ese empecinado idealismo rescatamos obsesivamente del olvido palabras, gestos y voces queridas. Instancias que otros, los que no escriben, dejarán ir sin remordimiento alguno.
Sin embargo, a pesar de cualquier esfuerzo, más allá de cualquier idealismo, lo vivido permanecerá siempre en el terreno de lo inalcanzable, como si fuera alejándose a medida que nos acercamos. Quizá simplemente se trate de que sólo en la lejanía será posible alcanzarlo.
Aún así, la creación artística importa una realidad más definitiva que la constituida por la cotidianidad, y la cotidianidad actuará siempre a manera de anestesia. El arte puede crear una realidad alternativa capaz de vencer al tiempo, porque todo aquello que toca vivirá para siempre.
Hambre de sal
(Richard Gwyn)
¿Te recordaré en la luz insulsa y amarilla,
como a un pez que me entra en la boca, como un virus
que me entra en la sangre, como un miedo que me entra en la panza?
¿Te recordaré como una catástrofe
desgarrándome entre las piernas, dientes minúsculos que me hienden el labio,
lengua tocada con sal por la que mi lengua estaba loca?
Nunca reconociste esos pequeños robos:
el anillo de mi madre, la estatua de Knosos,
el medallón que yo guardaba para el cabello de los chicos
que nunca tuvimos. Te veo, ven a robar mis huesos,
dientecillos tan blancos, un collar de piedras coloridas,
valvas de almejas y mejillones alrededor de tu talle,
una cadena de esmeraldas en el tobillo. Pero ahora te has ido
de vuelta al mar. Puedo perdonar tu crueldad,
tus humores violentos, tus tramas de venganza,
recordando en lugar de eso el roce de tu piel
sobre la mía, el modo en que me viste aquella tarde
en la cueva marina, las gaviotas chillando afuera,
una multitud de airados acreedores en un mundo distinto,
vuelto terriblemente silencioso. Y tú, anidando
en la arena blanca, atrapada en las redes que tejí
con devota sobriedad, por completo convertida en sal.
Richard Gwyn (Gales, 1956)
Traducción de Jorge Fondebrider
Hunger for Salt
Professor Richard Gwyn |
Will I remember you in the dull yellow light,
as a fish that enters my mouth, as a virus
that enters my blood, as a fear that enters my belly?
Will I remember you as a catastrophe
tearing between my legs, fine teeth slitting my lip,
tongue touched with salt my tongue was crazy for?
You never confessed to those little thefts:
my mother’s ring, the statue from Knossos
the locket I kept for the hair of children
we never had. I see you, come to steal my bones,
small teeth so white, a necklace of coloured stones,
clams and mussel shells around your waist,
an ankle chain of emeralds. But now you have gone
back to the sea, I can forgive your cruelty,
your violent moods, your plots of revenge,
remembering instead the brush of your skin
on mine, the way you looked at me that afternoon
in the sea cave, gulls clamouring outside,
a crowd of angry creditors in a world otherwise
gone terribly quiet. And you, nestling in
the white sand, caught in the nets I wove
with a devout sobriety, turned utterly to salt.
Richard Gwyn Gales 1956
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