El origen de la violencia


Si lográramos vencer el terror,
si nos quedáramos, podríamos recuperar algo
perdido hace tiempo. La dicha más plena es una dicha física
y debería producirse sólo una vez,
antes de que conozcamos las palabras. Su regreso es siempre
un instante de gracia que nos devuelve el amor con el que un día
la materialidad del mundo nos ha tocado.

Claudia Masin. La plenitud


Cada uno se cuenta a sí mismo la historia que quiere. Sin embargo, nadie que tenga los pies bien puestos sobre esta tierra occidental debería negar lo que el capitalismo nos ha hecho, al ser humano en general, pero sobre todo a las mujeres como género. Aunque si seguimos el criterio filosófico de la pregunta constante, ese que se emplea para modificar las respuestas aceptadas por el sentido común, para escarbar en aquello que no se toca porque es obvio, intuiremos también que no podemos quedarnos en eso nada más. 

Parece que para buscar culpables habrá que ir mucho mas atrás todavía, meter las manos en la mierda hasta el fondo, preguntarse qué pasa con el fundamento histórico religioso, el verdadero productor de cultura. Sabemos que el cristianismo tiene casi como una meta histórica la negación de la carne, el desprecio hacia las cualidades sensibles y sexuadas. Es más, si lo pensamos seriamente descubriremos que para occidente no existe la carne. Hay cuerpo, que en la moral religiosa es el infierno mismo, y hay alma. Nada más. 

La culpa, desglose de la moral cristiana inscripta en la psiquis desde tiempos inmemoriales, no solo reniega del cuerpo sino que lo castiga, lo ataca de formas variadas, poniendo por delante la razón, sólo para mencionar un ejemplo concreto. 

León Rozitchner fue un pensador argentino, escritor, filósofo y psicoanalista contemporáneo, falleció en 2011, pero antes escribió un libro llamado La cosa y la cruz donde denuncia sin prudencia alguna que el hecho de que la virgen María aparezca como único arquetipo religioso femenino, es decir, como modelo de veneración, y que lo haga nada menos que gestando un niño sin sexualidad y sin placer es el atentado más insidioso, la aberración más profunda y la afrenta más horrenda que pueda imaginarse contra el género femenino. Y forma parte del imaginario cristiano. Algo en lo que se detendría también el mitólogo estadounidense Joseph Campbell. 

Lo aceptemos o no, la construcción cultural religiosa estuvo siempre ahí, desde la infancia, horadando la consciencia pero también el inconsciente de cada uno de nosotros, manejando la moral, la vida diaria. Porque la costumbre muchas veces opera en el individuo con mayor eficacia que la norma o las leyes. 

Creo que estas fueron las primeras ideas que me atraparon de su pensamiento. Conocí a León Rozitchner a través de la voz de su amigo Horacio González, allá por el año 2014, cuando todavía era director de la Biblioteca Nacional. Su entorno cultural replicaba sus ideas con pasión, me mostraba un pensador contemporáneo ineludible, honesto, malhadado y cabrón; un crítico severo, eternamente enemistado con el canon filosófico académico. Según Rozitchner, le debemos al capitalismo y al desarrollo ampliado del capital financiero final, al cual hemos llegado, el hecho de que absolutamente todas las cualidades humanas se hayan convertido en mercancías y eso a su vez es el resultado de esa descualificación increíble del cuerpo que está en el origen del cristianismo y que ha permitido que toda esta materialidad del cuerpo sea cuantificada. Así, la riqueza aparece como mera acumulación simbólica, abstracta, y en su límite extremo puramente cuantificada y matematizada. 

Occidente es cristiano y no es casualidad que todo el desarrollo del capitalismo se haya dado sobre el fondo de este desprecio de lo sensual y lo sensible, por lo tanto de lo materno-femenino. El resultado inevitable de esta teoría es que, inmersos en el patriarcado como vivimos todavía, la operación cultural anti mater es una constante. Rozitchner lo observaba, lo veía en todas partes. 

En alguna de sus conferencias manifestó que el origen del problema también radicaría en que la única forma de pasar al predominio de la razón es excluir lo materno, de otra manera sería imposible. La posición masculina racional excluye este aspecto cuando debería integrarlo; así, todo lo que feminiza al sujeto es rechazado de plano. 

En relación con este desarrollo teórico que vincula capitalismo y cristianismo, Rozitchner determinó con argumentos sólidos la importancia de las teorías de Sigmund Freud en la cultura. Para él, la teoría de La Ley del Padre de Freud encontró el origen de la violencia en el sujeto, porque puso en claro que el complejo de Edipo que inicialmente se desarrolla en el niño no es una cuestión imaginaria sino una lucha dramática y profunda en la psiquis del sujeto, mediante la cual deberá, en lo posible, asesinar al padre e incorporarlo a sí mismo no sin una cuota de violencia pura. En definitiva, hacerle al padre lo que padre, en esa lucha por el amor de la madre, intenta hacerle a él: castrarlo. 

Para Freud el complejo de Edipo constituye un acontecimiento básico sobre el cual se apoyará posteriormente y se reorganizará el fundamento del sujeto. Allí se asentará el esquema sobre el cual después el individuo dará sentido a toda su vida. Edipo es el primero de los ritos, es a partir del cual el hombre entrará a ser un sujeto social. 

Ahora, Rozitchner asegura que en el judaísmo, como el dios es externo y nadie puede ocupar su lugar ni hablar en su nombre, el lugar de lo materno en el esquematismo edípico freudiano permanece aunque esté reprimido. Así, las diosas maternas femeninas tienen grandes posibilidades de despertar para oponerse a la ley, al poder patriarcal. En el cristianismo occidental, sin embargo, la historia es otra: 

Cuando pasamos al cristianismo la corporeidad de la madre es sustituida por la imagen de la madre virgen, impoluta, que no conoció hombre, madre asexuada, doliente y fría en su maternalismo piadoso y triste, sin padre inseminador. 

El cristianismo trata de establecer un corte radical entre lo materno infantil arcaico y lo imaginario materno que la religión le proporciona con esa figura modelo de la virgen. Y eso va unido al hecho de que el padre engendrador desaparece para dejar su lugar al Dios-Padre.

En el cristianismo el padre real no corta ni pincha. Ese Dios que podría hacerlo es, desde la teología, un Dios abstracto del cual sólo el Hijo da testimonio. Pero para demostrar que es hijo de Dios, y está situado en lo eterno, puede ir al muere purgando todos nuestros pecados. Y por uno nos salvamos todos. 

Freud dice que hay un progreso religioso en este tránsito del Padre judío al Hijo cristiano: por fin el hijo asumiría la culpa histórica de haber asesinado al padre. Frente a esta asunción al fin alcanzada la religión judía se convierte en un fósil y Freud vería aquí aparecer la ratificación de su propio mito teórico sobre el asesinato primordial. Pero no lo dice muy en serio, porque también señala un retorno a la idolatría pagana en el catolicismo. Hay que leer sus dos introducciones a "El hombre Moisés y la religión monoteista" para saber qué pensaba del cristianismo católico durante el nazismo.

Para el judaísmo y para Freud, en cambio, aún en la religión, el padre está presente siempre, transformado en divinidad. Su estela terrenal está soberanamente ampliada en la figura de Yehová. Es una concepción antropomórfica la que allí se revela. Yehová se paseaba tomando fresco, por la tarde, en el Eden. Yehová tenía amantes, aunque fueran dos ciudades, ya que las condena en términos amorosos. Jehova reconoce que lo han hecho cornudo: sus dos ciudades amantes le han sido infieles y se han convertido en prostitutas. Entonces siempre hay una figura que gira alrededor de lo femenino. Y la mujer está siempre presente, como algo temido pero al mismo tiempo muy deseado. 

La sombra femenina ha caído sobre la religión patriarcal. La figura que se les adosa a los pueblos o a las sectas judías que se manifiestan en contra de la ley de Yehová, es la de la prostituta, la degradación a la que fueron reducidas las diosas madres judías, las Diosas del Cielo, por ejemplo, que fueron vencidas en el comienzo mismo de la narración del Génesis. Pero la mujer extiende sus alas concupiscentes sobre toda la Biblia. 

Rozitchner defiende así la posición privilegiada que la mujer ocupa en el judaísmo frente a la que ocupa en el cristianismo. Asegura que Freud construye para sus teorías una madre judía, en cambio Lacan construye una cristiana, porque la estructura y la subjetividad acompañan al individuo en todos los aspectos de su vida, es inevitable. En el judaísmo la madre es temida, sí, pero también es querida, como lo son las diosas arcaicas en los mitos antiguos. Hay un tránsito de una modalidad de relación con la madre a la mujer. Y de ahí viene el poder que tienen las madres y las mujeres en la cultura judía: la mujer tenía derecho al divorcio, a separar su herencia y también a otras cosas mas divertidas. 

En cambio para Lacan, y por tanto para todo el lacanismo, la madre es devoradora, es el cocodrilo que acecha con su deseo y hay que ponerle una piedra en la boca para impedir que la cierre y se trague al niño. Esto está presente en todos los lacanianos, y viene a su vez del cristianismo: hay una disminución del valor de lo materno, de la madre en sí misma, se intenta negar esa sensibilidad y lo aterrador de lo materno: la necesidad de la castración que lo separa al hijo. Los lacanianos no describen algo dramático y temido cuando hablan de castración: imploran por su advenimiento para salvarse de la locura. Pero el vacío es un lleno que queda inscripto en el cuerpo. 

Para comprender todo este razonamiento, Rozitchner menciona como un hecho capital que Lacan perteneció largo tiempo a un ámbito religioso muy estrecho, su hermano era sacerdote, él mismo formaba parte de la comunidad católica como laico. Para el filósofo argentino, esto tuvo que haber influido en la base de su teoría, porque esas vivencias religiosas dejan huellas muy profundas. 

En el judaísmo hay un reconocimiento del goce femenino, que no existe en el cristianismo occidental, porque la madre fue desplazada por la figura de la santa virgen. Así, el capitalismo y el cristianismo conforman entre los dos un aparato formidable de dominación social, de normativización, de sujeción del individuo. 

Para Rozitchner además Freud solo nominó los complejos, nos inscribió en ellos; mediante la observación empírica fue a poner en evidencia algo que ya ocurría, estableciendo un marco teórico a ese empirismo, pero la verdadera dominación es previa y fue determinada por la religión: 

Cuando el cristianismo llega y dice que hemos pecado por haber deseado la mujer del prójimo la represión está ubicada en el lugar mismo donde surge el deseo. En tu propia interioridad ya aparece la prohibición de poder imaginar lo deseado. Porque el sólo imaginar desde tus ganas ya es cometer el pecado. Al hecho imaginario se lo hace equivalente al hecho real. Esa ley está marcada en el corazón. 

Para Rozitchner la producción económica no puede ser motivo suficiente para explicar el surgimiento del capitalismo, porque para que ese surgimiento fuera posible antes debió haber existido algún dispositivo que operarse directamente sobre la subjetividad del individuo, una preparación previa subjetiva, como condición necesaria, sobre el desprecio radical por el cuerpo, así es como, finalmente, toda violencia patriarcal tiene su origen en el dispositivo mítico cristiano. 

En el mito cristiano fundante, María -aunque abnegada, obediente, sumisa, buena- quedará relegada a la función de madre del dios, permanecerá fuera de la triada sagrada, lo femenino realmente no contará en este mito, será subsidiario de la masculinidad sagrada. Padre, hijo y espíritu santo no son más que un triángulo psicótico, delirante, que pone en relieve la ausencia de lo carnal, porque sus tres componentes estarán eternamente elevados a la infinitud sin cuerpo.

Todo cobra sentido, filosofía contemporánea mediante, después de mucho andar, de mucho pensar, después de mucho leer, tal vez podamos aproximarnos lentamente a la respuesta de por qué todo arquetipo femenino de mujer deseante, de mujer sexuada, pensante, contradictoria, crítica, en definitiva, de mujer viva, ha sido históricamente concebido como un ser malvado. 




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