Y todo es tan lejano y puro
que una nueva inocencia nos consuela.
(Jacobo Fijman. El molino rojo)
Hablar es hablarse.
(Julio Cortázar. Los reyes)
[...]
Míralo irse apremiado por la gloria que lo espera.
Se va ovillando el hilo que fue tendiendo al entrar.
Él no es de los audaces que se echan al camino ignoto
sin la certeza de volver.
No quiso la incertidumbre.
El hilo que lo guía hacia la salida
hace mediocre su brillante aventura.
Se va ovillando el hilo que fue tendiendo al entrar.
Él no es de los audaces que se echan al camino ignoto
sin la certeza de volver.
No quiso la incertidumbre.
El hilo que lo guía hacia la salida
hace mediocre su brillante aventura.
Tú te quedas como un derrumbe de piedras
y una debilidad infinita, casi placentera.
Tu mirada, ya casi transparente, descubre
en el polvo
las huellas inequívocas
de las sandalias atenienses de Teseo.
Entre tantas antiguas pisadas confusas,
ellas van claras y decididas hacia la salida.
De pronto el sol se enciende sobre tu cabeza
y su luz reemplaza a tu sangre en tus venas
y circula
como una gracia postrera.
Anda tras las pisadas de Teseo, Asterión,
y muere mirando el paisaje de los hombres.
¿Puedes ver los campos que se extienden respirando
[cansinamente
como si una conciencia subterránea
aun deseara que el mundo fuese acogedor y eterno?
Mira sobre la superficie, en el camino cercano,
la estatua degollada de un dios olvidado,
un anciano que sube penosamente por un sendero de
[cabras,
un asno que agoniza o duerme bajo un olivo,
un labriego que cosecha el trigo
que comerá mañana caviloso y cansado.
Aunque no esperabas otra cosa, Asterión,
estas desencantado.
Pero ya cae la tarde y bajo el último sol
solo brilla tu cuerpo que ya no existe.
José Watanabe (1945-2007) El otro Asterión (fragmento final)
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