Mi vampiro


A esta hora todo empieza a agitarse. Todavía es hora de brujas y vampiros. Hoy llueve. Laten las venas más fuerte que lo previsto. La madera cruje por la casa en estallidos diminutos, y eso te eriza la piel. No dormís. No te acostumbrás al silencio absoluto de la noche, ni siquiera el viento puede con eso. Los ojos casi ven la oscuridad. Un fantasma que habita en los abismos del tiempo te mira desde el techo de tu cuarto. No lo traigas. No te atrevas. Ella no sabe que existe, no sabe dónde está. Pasó su tiempo, no es. Cerrá los ojos y la vas a ver caer. Como nunca antes. Estrellarse contra el piso, como una manzana podrida, como un sol avejentado. Alcanza con sentirlo. 
Tu vampiro en cambio sabe la fecha exacta de su muerte, también la de cada resurrección. Porque los cobardes podemos resucitar muchas veces, pero no nos decidimos a morir para siempre. Volvemos mucho. Él guarda con vos una meticulosidad rigurosa. Sin embargo, en otras cosas no se parecen. Vos, fuego, que sin control destruye violento lo que toca. No te sigue la razón, pero tus propias vértebras no se queman, resisten. Te sostienen como un pilar. Cada pensamiento, cada sensación, cada respuesta emocional grabada ahí, en tu eje de equilibrio. Amar al monstruo como a sí mismo, como si fuera uno mismo. Aceptar su voz interior. La que te dice lo que ya sabés. Las palabras toman dimensión de profecía. Resignifican. Una vez más.

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