Algo acerca de la reina mariposa



La devorábamos y estaba como viva

(Marosa di Giorgio)

Le mot juste es quizá el concepto que mayor cantidad de tiempo persiguió a algunos de los escritores más notables. Nombres como el de Jorge Luis Borges, Charles Baudelaire o Gustave Flaubert salen a la luz cuando hablamos de la obsesión por buscar la palabra exacta. Se dice que la escritura de estos hombres se veía profundamente afectada por esa búsqueda, por la idea de que para cada verso creado existe una y solo una "palabra correcta". 

Las malas lenguas de la literatura argentina también dicen que Gustave Flaubert lloraba a gritos por esa palabra, que se tiraba de los pelos, hacía berrinches, sufría más de lo aceptable, pasaba horas, días, y hasta meses encerrado buscándola. Dicen además que leía varias veces en voz alta cada una de las frases que escribía.

Ahora bien, acerca de Marosa Di Giorgio, La Reina Mariposa -como gustaba llamarle su sobrina-  también se dicen algunas cosas; se dice que pensaba mucho en la escritura, que se pasaba el día entero sentada en un bar del centro de Montevideo, fumando y repasando sus cuadernos, sola. 

No es novedad que a Marosa le gustaba declamar su poesía, los pocos videos que quedaron de ella dejan claro que recitaba de memoria, y son pocas las veces en que se la ve leyendo. Quiso ser actriz, dicen. Lo cual era imposible para la mayoría de las mujeres uruguayas nacidas en los años 30. Pero su poesía no es pose ni actuación.

También dicen que era una mujer oscura, que tomaba sol desnuda en los cementerios, que su excentricidad era tal que lograba que todo el mundo la tratara con cierta condescendencia. Coqueta, amante de los animales, avasallante aunque retraída, tímida pero centro de atención permanente; nació y vivió toda su infancia en el campo, entre los árboles frutales que plantaban su padre y su tío, ambos exiliados de La Toscana italiana. 

La crítica calificó su obra de "Panteísta" porque en sus textos la vida, el sexo y la muerte son observados con fascinación, con la curiosidad y la inocencia propias de una niña, sin atisbo de filtro moral; también porque la naturaleza y el paraíso perdido de la inocencia fueron sus motivos, y se conjugan y se entrelazan para dar lugar a una poesía que vibra y se resuelve en la vitalidad y en el lado salvaje de todo lo viviente. 

Una poética disidente y por lo tanto difícil de clasificar. Lo cual es, sin dudas, el lugar donde reside la riqueza. Hay en ella cierta audacia expresiva. Su estilo es experimental y caótico. Crea una mitología propia, se permite usar un lenguaje sensual. Es tal su erotismo, que sus imágenes son experimentadas como vivencias. 

La poeta argentina Juana Bignozzi declaró sin tapujos que sin mito no puede haber poesía. Con esto se refería, por supuesto, al mito propio de cada escritor, esa construcción laberíntica y osada que el poeta esgrime, pero que también se dice a sí mismo, y que de un modo u otro lo constituye. 

Abunda en Marosa el sustrato mitológico propio, para citar correctamente el ensayo Raras criaturas de María José Bragado. Una prosa muy cuidada, con algunas joyas engarzadas en verso, que encajan a la perfección, a la manera de un orfebre. Hay en ella algo onírico, codificado, desafiante, que nos invita a entrar. Su rareza es atractiva, grandilocuente y también es misteriosa, porque Marosa di Giorgio escribe pero cuando lo hace compromete el cuerpo y el lenguaje. 

XXXII

Decían que iba a venir de visita el dios. Desde el alba empezó el trajín. Pusimos el mantel mejor,
los exquisitos huevos en almíbar, los platitos bien cargados de olivas bien maduras y de perlas. Toda la mañana espiamos al aire y al cielo, los árboles, las nubes solitarias. Alguien tocó a la puerta; no pudimos atenderle, queríamos estar a solas y rezar.

Pero, al mediodía, él llegó sin que viésemos por dónde. Allí estaba con sus largas trenzas, su mantón de lana, sus larguísimas astas de madera; nos arrodillamos, rezábamos, llorábamos; le servimos el manjar mejor, el gallo de fantasía, todo lleno de grandes grageas; almorzó, bebió; recorría la casa; dijo que quería llevarse algo, ya que no iba a volver jamás. Revisó el aparador, las telarañas, las tacitas de porcelana, el gran reloj al pie de la cama de la abuela, olfateó el roble, la albahaca, registró la cómoda, cajón por cajón, miró en el álbum; preguntó quién era Celia. Le mostramos la hermana pequeña.

La eligió.

Marosa di Giorgio (1934-2004) de Historial de las violetas (1965)

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