Las poetas visitan a Elizabeth Barrett

@ph Aleksander Rodchenko


A algunos les han quitado las ganas de hablar,
pasan mudos por el amor, aman perros vagabundos
y tienen una piel tan sensible
que nuestros pequeños saludos cotidianos
pueden producirles heridas de muerte.
Nosotros, seres amables e inofensivos,
miramos los gatos enfermos, las mujeres con collares
que pasan por la calle
y sentimos un desamor agradable,
casi suficiente.

(Juana Bignozzi de Mujer de cierto orden)

 

La escritora argentina Juana Bignozzi nació en Buenos Aires en el año 1937, en el seno de una familia anarquista. Fue traductora y poeta. Un año antes de su muerte escribió el libro Las poetas visitan a Andrea del Sarto. En seguida la prensa quiso saber el por qué de ese título tan extraño. 

Desde muy joven, Juana Bignozzi se dedicó a estudiar la pintura. Es ella misma quien atribuye esta afición artística a la falta de vida social durante su adolescencia. Recuerda pasar los domingos dentro del Museo de Bellas Artes de Buenos Aires. 

La prensa se encontró entonces con una muy dispuesta Juana, que les explicó que un día estaba en Florencia, haciendo cola para comprar comida en la única rotisería disponible de la ciudad cuando se anotició -recorrido de sus ojos mediante- que estaba parada justo enfrente a La Casa Guidi, hoy convertida en museo. 

Casa Guidi fue la casa donde Elizabeth Barrett escribió su libro de 1851 Casa Guidi windows, inspirada en la lucha toscana por la libertad, e intentando reflejar en un largo poema la situación política de la que estaba siendo testigo. Fue la casa donde vivió junto a Robert Browning entre 1847, después de que decidieran huir juntos de Inglaterra, y el día de su muerte, en 1861;  la casa donde nació su único hijo, Pen.

Miro y digo "Dios, la Casa Guidi, son los balcones de la Casa Guidi. La casa del poema de Elizabeth". Y cruzo. Ella vive en Florencia, está enterrada ahí; su perro en la Casa Guidi y ella y el hijo en el Cementerio de Florencia. Robert Browning está enterrado en Westminster, en el panteón de los poetas, pero la gran poeta era ella. Entonces pienso y me emociono pensando que seguramente también ella, como yo, iba a ver a Andrea del Sarto, iba a visitarlo a la cercana iglesia de La Anunciata, donde se encuentra la clave de la obra del pintor. 
Y pienso en el poema, el poema de Elizabeth, donde ella menciona que escucha a un chiquito cantar, un niño italiano que pasa junto al paredón de la iglesia; y pienso entonces que ella tendría allí su escritorio, cerca de esas ventanas, que escucha al niño sentada en su lugar de escritura, porque sus balcones dan a la iglesia de la Santa Felicitá. Y compro unas cuantas postales, para mandarle a mis amigas que están en Buenos Aires, pero descubro a tiempo que el escritorio es de Robert Browning así que me pregunto por ella, "¿ella dónde escribía?", me digo. Y le digo a Mirta Rosemberg "no te mandé la postal porque el escritorio no era de ella sino de él. No sé entonces dónde escribía ella". 
Y Mirta, lúcida, me responde "en la cocina, Juana".


Juliet of nations

I herd last night a little child so singing
  ’Neath Casa Guidi windows, by the church,
O bella libertà, O bella!—stringing
  The same words still on notes he went in search
So high for, you concluded the upspringing        
  Of such a nimble bird to sky from perch
Must leave the whole bush in a tremble green,
  And that the heart of Italy must beat,
While such a voice had leave to rise serene
  ’Twixt church and palace of a Florence street:        
A little child, too, who not long had been
  By mother’s finger steadied on his feet,
And still O bella libertà he sang.
Then I thought, musing, of the innumerous
  Sweet songs which still for Italy outrang        
From older singers’ lips who sang not thus
  Exultingly and purely, yet, with pang
Fast sheath’d in music, touch’d the heart of us
  So finely that the pity scarcely pain’d.
I thought how Filicaja led on others,    
  Bewailers for their Italy enchain’d,
And how they call’d her childless among mothers,
  Widow of empires, ay, and scarce refrain’d
Cursing her beauty to her face, as brothers
  Might a sham’d sister’s,—“Had she been less fair        
She were less wretched;”—how, evoking so
  From congregated wrong and heap’d despair
Of men and women writhing under blow,
  Harrow’d and hideous in a filthy lair,
Some personating Image wherein woe        
  Was wrapp’d in beauty from offending much,
They call’d it Cybele, or Niobe,
  Or laid it corpse-like on a bier for such,
Where all the world might drop for Italy
  Those cadenced tears which burn not where they touch,—       
“Juliet of nations, canst thou die as we?
  And was the violet that crown’d thy head
So over-large, though new buds made it rough,
It slipp’d down and across thine eyelids dead,
O sweet, fair Juliet?” Of such songs enough,        
  Too many of such complaints! behold, instead,
Void at Verona, Juliet’s marble trough:
  As void as that is, are all images
Men set between themselves and actual wrong,
  To catch the weight of pity, meet the stress         
Of conscience,—since ’t is easier to gaze long
  On mournful masks and sad effigies
Than on real, live, weak creatures cruch’d by strong.

Elizabeth Barrett (1806-1861) de Ventanas de la Casa Guidi (1851)
 

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