Luz que agoniza

             

                                                                                    

A solas con nuestra flor favorita y nuestra locura
vemos que realmente no queda nada sobre qué escribir.
O más bien, es necesario escribir sobre las cosas de siempre,
del mismo modo, repetirlas una y otra vez
para que el amor persista y sea gradualmente diferente.

(John Ashbery)


                                                                             Donde crece el peligro también crece lo que nos salva.



Como una especie de contracultura del éxito y el descarte, con una sabiduría concreta y ácida -que será siempre bienvenida- el italiano Pier Paolo Pasolini escribió que consideraba necesario educar a las generaciones futuras en la cultura del valor de la derrota. Nació en 1922 en Bolonia, una ciudad de políticas de izquierda. Fue asesinado de forma brutal en 1975. 

Director de cine, actor, escritor, periodista y filósofo, su temática fuertemente sexual escandalizó a los italianos durante algún tiempo. Tuvo toda la razón en creer que frente a este mundo de ganadores vulgares y deshonestos, de trepadores sociales implacables que escalan y escalan, algunas veces por el mero hecho de pisar a los demás, frente a esta despreciable antropología pro-ganador que se nos ha metido en el sentido común, es preferible -por mucho- ser un perdedor. 

No quiero imaginar lo que pensaría si viviera hoy. 

La sociedad donde vivimos, el espacio vital donde nos movemos todos los días, da por hecho que el único horizonte posible en el deseo es tener más para vivir mejor, y eso no siempre es de esa manera. No tiene por qué ser así. Quiero decir, tener más no necesariamente implica vivir mejor. Lo más importante tal vez tenga que ver con ser capaces de darnos cuenta, de pensar qué precio vamos a pagar por tener más.

Ahora bien, es cierto que quizá sea esa y no otra la verdadera revolución del arte: la mirada disidente, el pensar desde los márgenes, el detenerse caprichosamente una y otra y otra vez en la contemplación absurda, como un intento, a veces vano, de ralentizar el ritmo salvaje de las ciudades hasta entrever ese latido vivo y reposado que tienen las cosas. 


Luz de gas

Todos pudimos apagar y encender las hogueras
digamos, las luces
los más inconscientes lo hicimos
pero yo pregunto
quién tuvo la valentía de verlas agonizar
y siguió hablando moviéndose
pensando en las celebraciones
sonriendo ante las consecuencias del cambio de estación
la luz que agoniza era una obra que amaba mi madre
en su fantasía del teatro
pero aquí no habrá salvadores
lúcidos detectives jóvenes enamorados
sólo héroes que miran cómo agonizan
y simulan vivir una vida
¿quién la llamó vida?
sin revolución

Juana Bignozzi (1937 - 2015) de Regreso a la patria (1989)

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