Crónicas de la peste

 

And the life of the ebony clock 
went out with that of the last of the gay. 
And the flames of the tripods expired. 
And Darkness and Decay and the Red Death 
held illimitable dominion over all.

Edgar Allan Poe. The mask of the red death

Ciudades enteras devastadas, cuerpos apilados y ratas. Muchas ratas. Literalmente, la peste negra diezmó la población de Europa y Asia. Una sola enfermedad que finalmente dejó millones y millones de muertos en el mundo. 

El doctor seguía mirando por la ventana. De un lado del cristal el fresco cielo de la primavera y del otro lado la palabra que todavía resonaba en la habitación: la peste. La palabra no contenía sólo lo que la ciencia quería poner en ella, sino una larga serie de imágenes extraordinarias que no concordaban con esta ciudad amarilla y gris, moderadamente animada a aquella hora, más zumbadora que ruidosa; feliz, en suma, si es posible que algo sea feliz y apagado. Una tranquilidad tan pacífica y tan indiferente negaba casi sin esfuerzo las antiguas imágenes de la peste. Atenas apestada y abandonada por los pájaros, las ciudades chinas cuajadas de agonizantes silenciosos, los presidiarios de Marsella apilando en los hoyos los cuerpos que caían, la construcción en Provenza del gran muro que debía detener el viento furioso de la peste. Jaffa y sus odiosos mendigos, los lechos húmedos y podridos pegados a la tierra removida del hospital de Constantinopla, los enfermos sacados con ganchos, el carnaval de los médicos enmascarados durante la Peste negra, las cópulas de los vivos en los cementerios de Milán, las carretas de muertos en el Londres aterrado, y las noches y días henchidos por todas partes del grito interminable de los hombres. No, todo esto no era todavía suficientemente fuerte para matar la paz de ese día. Del otro lado del cristal el timbre de un tranvía invisible resonaba de pronto y refutaba en un segundo la crueldad del dolor. Sólo el mar, al final del mortecino marco de las casas, atestiguaba todo lo que hay de inquietante y sin posible reposo en el mundo.

                                                                                                                               Albert Camus. La peste.


La peste negra se inició en Asia. Los primeros reportes datan del año 1320, en la zona del Desierto de Gobi, el lugar por donde pasaban las caravanas de La ruta de la seda. En 1331 llega a China, después de una serie de inundaciones que propiciaron la aparición de roedores. En 1338 llegó a Rusia.

Se considera que el inicio de la epidemia propiamente dicha fue a partir del año 1346. Comenzó en la antigua ciudad de Caffa, hoy conocida como Teodosia y étnicamente rusa, situada en las costas del Mar Negro. Ese año la ciudad fue asediada por un ejército de bárbaros tártaros. Carentes de milicia, pacíficos y poco preparados para luchar, los habitantes de Caffa encontraron como única opción resistir el ataque.

Sin embargo, todo cambió cuando una enfermedad misteriosa comenzó a afectar al ejército invasor. Después de algunos días había cada vez más y más soldados muertos. Hábiles observadores, los invasores concibieron una idea tan innovadora como perversa: utilizar las catapultas de ataque bélico para arrojar a sus muertos dentro de las murallas de la ciudad. 

Es el primer ejemplo de utilización de armas biológicas en la historia. 

Así es como la enfermedad se propagó también entre los residentes de Caffa, con gran rapidez aumentó el número de víctimas dentro y fuera de la ciudad. Eso y las ratas. La desesperación era tal que muchos comerciantes genoveses, que tenían allí su colonia comercial, decidieron emigrar del país y zarparon en barcos hacia la Italia natal; sin imaginar que la muerte ya viajaba con ellos. 

La historia considera que la edad media comenzó en el siglo V y terminó en el XV, duró aproximadamente mil años. La peste se desarrolló en el período conocido como baja edad media, que comenzó alrededor del año 1.000. 

Los historiadores gustan comparar esta época con la representación bíblica de los Cuatro jinetes del apocalipsis:

El primer jinete representa el hambre. A principios del siglo XIV, el cambio climático hizo que el invierno fuera más frío y el verano más lluvioso durante algunos años, eso redujo considerablemente la producción de granos en el continente, esto provocó que el alimento se convirtiera en un bien tan preciado como escaso. Los más pobres murieron de hambre. Este período se conoció como La gran hambruna y se estima la muerte de entre el 10 y el 15% de la población total de Europa. 

El segundo jinete es la guerra. En este período ocurrió la famosa Guerra de los Cien Años. Por más de un siglo, miles de soldados de Francia e Inglaterra se mataron, día tras día, porque el vencedor ocuparía el trono francés. 

El tercer Jinete es la enfermedad; es decir, la peste negra, que en ese período mató más de veinte millones de personas. 

Este fue, sin dudas, uno de los períodos más oscuros de la historia de la humanidad; pobreza, guerra, miseria, hambre, intrigas políticas, asesinatos. 

El cuarto Jinete es el que reúne a todos los otros: la muerte.

En retrospectiva, de este mundo alejado de la aventura épica y romántica que nos contaron, de esta pesadilla interminable, los sociólogos dicen que parte del problema fue que era una época donde las nociones de sanidad modernas eran completamente desconocidas. 

La vida era extremadamente difícil. Era habitual que los pobres vivieran en chozas de un solo cuarto, húmedo y oscuro, donde también se cocinaba, se dormía y se almacenaban la comida, los animales y la basura. Toda la familia dormía amontonada junto a los perros, sobre camas hechas con paja, para poder resistir mejor las condiciones adversas del invierno. 

En las grandes ciudades la vida era aún más caótica; no existían los sistemas de drenaje ni de alcantarillado, con lo cual, todo estaba sucio y mojado. La gente se amontonaba en las calles en busca de mercancías; caminaban sobre la basura y en las mismas calles comían y dormían. No había preocupación alguna por la limpieza o la salud, porque todavía no había sido necesario. Era un hábito comer con las manos sucias, e incluso no cambiarse de ropa y no bañarse durante años. 

La peste negra fue también conocida como peste bubónica. Después de la batalla de Caffa se extendió rápidamente por todo el continente. Los científicos afirman que entre 1347 y 1352 mató entre 15 y 23 millones de europeos. Fue el período más violento de la enfermedad que finalmente provocó en el mundo, a lo largo de los años siguientes, entre 75 y 200 millones de muertes. 

Hoy sabemos más. La ciencia ha identificado el bacilo y nos asegura que una sola bacteria es la responsable de tanta muerte. El pequeño responsable es conocido con el nombre de yersinia pestis. Tal es su nomenclatura, hasta hoy definitiva. Fue descubierta en forma independiente y casi simultánea por los especialistas en bacteriólogía Kitasato Shibasaburō y AlexandreYersin, colaborador a su vez de los doctores Louis Pasteur y Robert Coch. 

Es una bacteria evolucionada de otra, la yersinia pseudotuberculosis. Lo que ocurrió entre ambas fue una serie de mutaciones, durante miles de años.

La infección más común por pestis es la peste bubónica, fue llamada así a causa de los bubones, es decir, tumores ganglionares inflamatorios, que se desarrollaban en los infectados alrededor de los ganglios linfáticos principales -comunmente en la zona de la ingle, el cuello y las axilas- esto venía acompañado de fiebre alta, escalosfríos, debilidad muscular y agudos dolores de cabeza. 

A medida que la bacteria logra reproducirse en el organismo, el sufrimiento del paciente aumenta considerablemente. Los bubones pueden llegar a tener el tamaño de una manzana, transformándose en heridas llenas de pus. Son tan característicos y tan impresionantes, que los habitantes de la edad media identificaban la enfermedad a causa de estos. 

Otro síntoma característico de la enfermedad primitiva era el ennegrecimiento de la piel en las extremidades distales, los dedos de manos y pies, y la posterior gangrena.

Gracias a la microbiología, hoy se sabe que también existen otras formas de manifestación de esta misma bacteria, como lo son la peste pulmonar, que afecta al sistema respiratorio, provoca tos y expectoración en el enfermo, lo cual favorece el contagio por flügge (gotas de saliva); o la peste septicémica, que afecta al torrente sanguíneo hemolizando los glóbulos rojos, lo que generaba las zonas negras en la piel. Ahora bien, tanto la forma septícémica como la respiratoria no dejan sobrevivientes.

La bacteria vive dentro de un tipo de pulga, la chenopsylla cheopis, que infecta a los roedores salvajes, y que a su vez inocula el bacilo al ser humano mediante la picadura, aunque hoy se maneja la teoría de que en la Edad Media hubo otro vector simultáneo, el piojo humano. 

Se cree que solo Islandia y Finlandia se salvaron del contagio, debido a las bajas condiciones de humedad y a las extremas temperaturas invernales. En Europa, los brotes posteriores de peste hicieron que la recuperación demográfica fuera imposible hasta un siglo después. 

Los salarios aumentaron notablemente porque era muy difícil conseguir mano de obra, mucha gente emigró del campo a la ciudad para mejorar sus condiciones de vida, a la vez que muchos campesinos pobres tuvieron la posibilidad de apropiarse de tierras cercanas aún cultivables que, sin dueños ni herederos, estaban deshabitadas.

El dato más curioso que encontré en las crónicas de la peste que leí a lo largo de mi vida es el de los médicos. Nostradamus, Paracelso y el famoso anatomista francés Ambroise Paré fueron médicos de la peste. Vivían aislados del resto de la población y solo se les permitía ocuparse de los enfermos de peste.

Algunos, aunque no todos, utilizaban un atuendo especialmente diseñado para la peste. Fue creado en 1630 por el médico francés Charles de Lórme. Así que en principio fue utilizado por los médicos de la ciudad de París, después su uso se extendió por el mundo.

El traje consistía en una túnica de tela que debía ser gruesa y estar encerada para impermeabilizarla. Se acompañaba de guantes, un bastón y una máscara de cuero de animales, con dos agujeros en la zona de los ojos sellados con lentes de vidrio y una prominente nariz, que evocaba el pico de un pájaro y estaba rellena de hierbas aromáticas como el ámbar gris, la menta, el estoraque, la mirra, el láudano, algunos pétalos de rosa, el alcanfor y el clavo de olor. A esto se sumaba la mayor cantidad de paja posible, porque se creía que podía servir como filtro de aire. 

...
La nariz era de medio pie de longitud, con la forma de un pico, rellena de perfume con sólo dos agujeros, uno en cada lado, próximos a los orificios nasales, pero que bastaban para respirar, cargando con el aire que uno inhalaba, la impresión de las drogas contenidas en el extremo del pico. Bajo el abrigo vestimos botas hechas de cuero marroquí (cuero de cabra), pantalones de piel fina que están amarrados desde el frente a dichas botas y una blusa de piel fina y manga corta, cuyo extremo inferior se introduce en los pantalones. El sombrero y los guantes también están hechos de la misma piel. Ibamos con lentes sobre los ojos.

Pierre Vidal. Infectious desease and arts


El bastón posibilitaba el contacto del médico con los pacientes fallecidos o moribundos, aunque también la acción del castigo. Muchos pacientes pedían ser castigados por los médicos de la peste para que sus pecados fuesen lavados siguiendo una ideología extendida ya en todo el continente: la ideología de los flagelantes.

Los flagelantes eran procesiones de hombres y mujeres, tuvieron inicio en Perugia, en 1260. Con velas y estandartes, estas procesiones proclamaban la inminencia de la ira de Dios, predicaban la dura penitencia y el autocastigo como un camino hacia el perdón. El movimiento resurge en 1348, a causa de la brutal expansión de la peste. 

Pero esta muchedumbre de hombres y mujeres devotos, que caminaban descalzos, con las cabezas cubiertas de ceniza, flagelándose a sí mismos sin piedad no tardó en degenerar. Pronto, lo más bajo de la sociedad se unió a esas filas, generando caos, crimen y desorden. Esto despertó inmediatamente la atención de un clero receloso de poder. Fueron perseguidos, declarados herejes por el Papa Clemente VI, y erradicados en 1414 durante el Concilio de Constanza.

El último brote registrado de peste neumónica fue en China, en el año 2019. Se limitó a unos pocos casos.

Cuando le preguntaron a Albert Camus el motivo de su novela de 1947, escribió que la novela intenta llevar al lector hacia una reflexión filosófica inevitable: encontrar el sentido de la existencia cuando se carece de Dios y de moral universal. El escritor hace hincapié en la idea de que, en última instancia, el hombre no tiene control sobre nada, que la irracionalidad de la vida es inevitable. 

La peste representa la figura misma del absurdo. Y para Camus la ausencia de sentido supremo es el absurdo y es algo desconcertante pero positivo. Camus era un pesimista activo. Creía en el movimiento, en vez de apostar a la quietud. Creía que las nuevas razones de la existencia serían aquellas ligadas a valorar la vida humana por sí misma y no por causas superiores religiosas, ideológicas, o lo que fuera. 

La novela muestra el sentido de una existencia libre y atea, manifestado principalmente en el apoyo mutuo y en la libertad individual, en guerra con la indiferencia y la pasividad.

Hedonistas, éticos y ateos



...el olvido prospera
no con fémures secos sino con vidas llenas de savia
y nuestros mejores ayeres, son ahora fétidos montones
de nombres arrugados, números telefónicos y fichas descoloridas.
Estoy dispuesto a convertirme en una florecilla
o en un moscón, pero a olvidar, jamás.
Y rechazaré la eternidad a menos que
la melancolía y la ternura
de la vida mortal; la pasión y el dolor;
la luz de ese avión que desaparece
a la altura de Hesperus; tu gesto consternado
cuando se han acabado los cigarrillos; la manera
en que le sonríes a los perros; la huella de baba plateada
que dejan los caracoles en las piedras; esta buena tinta, esta rima,
este papel, este delgado elástico
que cae siempre en forma de ocho,
estén en el cielo a disposición de los que acaban de morir
almacenados en cajas fuertes a través de los años.


Pale fire (fragmento) Vladimir Nabokov.



Michel Onfray es, a todas luces, un individuo de los márgenes. De los márgenes de la filosofía, quiero decir. Aunque quizás sea mejor decir que es un filósofo distinto. Ocurre que transita a contramano de la escuela filosófica tradicional; y que, de tanto andar en los márgenes, se ha caído del establishment, y desde allí se pelea con todo orden preestablecido.

Me cae bien ese señor, porque las religiones ecuménicas le producen náuseas. Así lo expresa en su Tratado de ateología, publicado en Francia en el año 2005.

Onfray considera que todas las religiones monoteístas son animadas por un mismo impulso:

Las tres religiones monoteístas comparten una serie de aversiones idénticas: odio a la razón y la inteligencia, odio a la libertad, odio a todos los libros en nombre de uno solo, odio a la vida, odio a la sexualidad, a las mujeres y al placer, odio a lo femenino, odio a los cuerpos, los deseos, los impulsos. En lugar de todo esto, el judaísmo, el cristianismo y el islam defienden la fe y la creencia, la obediencia y la sumisión, el gusto por la muerte y la pasión por el más allá, el ángel asexuado y la castidad, la virginidad y la fidelidad monógama, la esposa y la madre, el alma y el espíritu. Es decir, la vida crucificada y la celebración de la anulación personal.

Y como si no fuera suficiente, los idealistas le dan un poco de pena.

Así es que en 2006 dio existencia a su Manifiesto Hedonista, traducido al español en 2008. Allí expresa que la tradición filosófica europea para él no significa más que una sucesión de notas al pie de las ideas de Platón. Según argumenta, occidente ha hecho de la idea una religión, donde Sócrates es considerado el mismísimo mesías y Platón su principal apóstol.

Onfray escribe que es gracias a Sócrates y sus discípulos que el cristianismo se ha convertido en la religión oficial. Afirmados en cosas tales como el dualismo cuerpo-alma, la reencarnación, la existencia del alma inmaterial y el desprecio por el cuerpo, todavía vivimos en un “cristianismo platónico” basado en el ascetismo y la condena postmortem.

Las ideas de Sócrates son el punto de partida de la historia oficial de la filosofía, y en ese camino el cristianismo se convirtió en religión. El idealismo es, de este modo, la filosofía dominante y se ha sostenido a partir de tres momentos principales: el platónico, el cristiano y el idealismo alemán.

Sin embargo, existe otra filosofía, una contrafilosofía, si se quiere, en la cual se afirma Michel Onfray, y con ella viene también toda una lista de marginales que nos han precedido. El doctor Claudio Teran los identifica como aquellos que se han constituido en los despreciados del platonismo, y la historia nos habla de Demócrito, Epicuro, Bentham, Montaingne, Nietzsche, Deleuze y el querido Michael Foucault.

Son los llamados materialistas. En su libro, Onfray intenta adentrarse en lo que él teoriza como el antimaterialismo o el “prejuicio del platonismo”. Porque para Michel Onfray el materialismo desata la furia de los idealistas a causa de un prejuicio infundado, que no es más que un error de interpretación.

Epicuro fue exonerado del panteón de la filosofía por lujurioso, vago, bebedor y pedante. Sin embargo, del mismísimo surge la definición de Ataraxia. Un concepto que define al placer como la ausencia de turbación a través del uso prudente y dosificado de los deseos naturales y necesarios. Esta idea peligrosa y desafiante fue interpretada por los seguidores de Platón, de un modo que se nos escapa, como si se refiriese específicamente a la voluptuosidad trivial de las bestias abandonadas al goce más brutal.

No contento con esto, Michel Onfray va por la pregunta:

¿Qué nos reprochan los idealistas?

Tal vez nos reprochan el anhelo de cierta felicidad aquí en la tierra (de ser posible aquí y ahora). No después, no en el otro mundo. Y de todos los conceptos el de la inmanencia se les presenta como el más escabroso, porque el platonismo parece haberle declarado la guerra a todo lo que celebre pulsiones de vida.

Es cierto que la idea de permanecer en sí, sin ir más allá, sin depender de ninguna trascendencia y sin ahorrar para ganar las credenciales celestiales causa verdadero terror. Es como empezar a aceptar que somos esto y nada más. 

Tampoco es caprichoso que desde tiempos remotos en las religiones, en la historia y también en la literatura la voluptuosidad y la belleza femeninas hayan sido asociadas con la maldad, la posesión demoníaca, y la “falta de alma”, tal vez por eso el hedonismo ha sido designado como la doctrina brujeril por excelencia.

Por otro lado, el materialismo hace el intento de disminuir los dioses y los miedos, trata de mitigar la idea de la muerte, sin olvidar que vamos a morir. Mediante el ejercicio del “aquí y ahora”, busca filosofías pequeñas y viables antes que construcciones inútiles de santidad y heroísmo, tan sublimes como inalcanzables.

El objetivo primero del materialismo es rechazar el dolor como acceso al conocimiento y a la redención, sin apartarlo de la vida, obvio, aunque integrándolo en ella. Es decir, sin provocarlo. Vivir ahora, procurarse el placer y la alegría, acceder a lo que pide el cuerpo sin culpas y sin detestarlo por ello. Dominar las pasiones, los deseos y las emociones, pero nunca con el propósito de extirparlos.

Entonces, todo se trata básicamente del proyecto de Epicuro: el puro placer de existir. Y, como en la filosofía de Diógenes, aquí solo cuenta lo real. El cuerpo pagano, sin Dios, es el único bien concreto del que disponemos. Para los hedonistas la vida debería ser una fiesta. La filosofía de Nietzsche propuso algo similar, para el filósofo el pensamiento brota de la tensión entre esta carne subjetiva que dice yo y el mundo que la contiene, no viene del cielo.

En contrapartida, los platónicos creen en un cielo de las ideas donde flotan los conceptos. Esta vida no vale nada para ellos, porque nada equivale al fantástico universo conceptual. Así es como en la aristocracia de la filosofía todavía reina Platón, el enemigo de la carne.

Toda la tradición filosófica se opone a que la razón brote del cuerpo, rechaza la materialidad y la mecánica del ser. Rinde honores al fantasma de un pensamiento sin cerebro: no hay carne venerable, la carne es el infierno.  

Para avanzar Onfray propone descontaminar los conceptos principales del Hedonismo, aquellos que han sido vaciados de sentido. No podemos seguir aceptando que materialismo se refiere únicamente a la obsesión por la acumulación de bienes y riquezas. El materialismo en realidad es un concepto que considera el mundo reductible a un simple ordenamiento de la materia.

En cuanto al concepto de utilitarismo, otra palabra vaciada de sentido, podemos decir que en la modernidad se lo usa siempre como un concepto asociado a la tendencia a ser egoísta, interesado y carente de toda generosidad. Pero Onfray encuentra que ser utilitarista se refiere estrictamente a buscar la mayor felicidad para el mayor número de personas posible.

Con el concepto de hedonismo ocurre algo similar. Vulgarmente se lo encuentra asociado al placer grosero y trivial del consumismo liberal. Sin embargo, conceptualmente tiene que ver con gozar y hacer gozar. Es cierto que se refiere al goce propio, pero también incluye el goce del prójimo.

Porque no puede haber ética sin prójimo.

El nihilismo postmoderno nos ha llevado a vivir en una época sin brújulas ni cartografía, y el mayor problema quizás sea que cuando una civilización finaliza, antes del inicio de otra, en la transición suele aparecer el pensamiento mágico. Onfray propone transitar la alternativa. Podríamos evitar la polarización judeocristianismo versus islam. Podríamos oponer la inteligencia contra toda doctrina que procure monopolizarnos el espíritu.

Podemos también elaborar una moral más modesta que la que nos proponen las religiones; una moral posible, realizable. Evitar la ética del hombre santo o del héroe, decíamos antes. Esto es, oponer los cuerpos, las pasiones, los deseos, la inteligencia; oponer la vida. Ir tras la ética del sabio.

Porque mientras triunfe Dios la moral será una subdivisión de la teología. Dios ha sido históricamente suficiente respuesta para todo, y cuando no está, el clero atiende las 24 horas.

La ética –dice Onfray- es asunto del cuerpo, no del alma.

Somos cuerpo, no tenemos un cuerpo. Somos un conjunto de órganos en sistemas relacionados entre sí que hacen funcionar esa maquina sublime que es el cuerpo. El bien, el mal, la justicia, la injusticia, incluso la belleza, son conceptos humanos, creados por el hombre, y como tales dependen de decisiones humanas que responden a su vez a convenciones, a contratos históricos. Esas formas no existieron a priori.

No puede haber moral sin conexiones neuronales que lo permitan. La moral no es un asunto teológico entre los hombres y Dios sino una historia inmanente que involucra solo a los hombres. La moral universal, eterna y trascendente debe ceder paso a la ética particular, temporal e inmanente. Sin olvidar que no se trata de ser santos, sino de buscar la sabiduría.

Deberíamos practicar una ética dinámica, siempre en movimiento -escribe Onfray- donde el otro sea responsable de su lugar en el esquema ético. La ética debe ser un espacio donde no exista un lugar definitivo, donde todo fluya en base a las acciones. Así, no existiría la “amistad” sino las demostraciones concretas de amistad; no existiría el “amor” sino las demostraciones del amor. Igual para el odio. Onfray nos habla constantemente de hechos y gestos que formen parte de una aritmética que permita deducir la naturaleza de esas relaciones.

Es así como desde la perspectiva hedonista, el deseo del placer del otro estimulará el movimiento de atracción, mientras el displacer estimulará el movimiento de distancia. Todas las virtudes tienen así el mismo sentido, su presencia une pero su falta desune. En esta ética Dios no juzga y nadie juzga, porque aquí la sanción es inmediata. El resultado consiste en la determinación de una relación, ya sea su descomposición y ruptura o su solidificación.

Epicuro sostenía que era preferible un displacer inmediato si eso nos conduciría a un placer final. El goce sin consciencia para él representaba la ruina del alma; por eso para los epicúreos la sumatoria de los placeres debe ser siempre mayor a la de los displaceres.

Para la ética hedonista, el sufrimiento es el mal absoluto, mientras que el bien absoluto coincidirá con el placer, definido como la ausencia total de perturbación, la serenidad y la tranquilidad del espíritu.

Vivir es moverse entre esos extremos.

Tal vez todo sea un asunto de perspectiva, ya que el hedonismo nunca se posiciona en la indiferencia hacia el sufrimiento, pero los adversarios del hedonismo suelen confundir individualismo con egoísmo. En el egoísmo solo existe el yo, indiferente al sufrimiento del otro. El hedonismo defiende lo contrario y nunca justificaría el placer propio a costa del placer de otro.

A la inversa de la moral cristiana, que es estática, absoluta e ignorante de la historia, la ética hedonista es dinámica y se alimenta de los hechos concretos. Para el hedonismo la ética es la vía de acceso a las realizaciones morales.

El hedonismo entiende que la cortesía le afirma al otro que lo hemos visto, que él es.

Así, el hedonismo contiene toda una ética de los buenos modales, practica el ritual de saber agradecer, y la clave consiste en saber DAR. En esto se basa esta ética; crear la moral y encarnar en el propio cuerpo los valores. Saber vivir, como saber ser. Y cuanto más se practica, cuanto más nos entregamos al ritual hedonista, más eficiente se vuelve. Aquí el hábito implica su adiestramiento.

Las civilizaciones más pobres, más humildes y modestas –nos dice Onfray- cuentan con reglas de cortesía que las sociedades fragmentadas y sometidas ni soñarían, porque en ellas suele practicarse la descortesía cíclica.

El hedonismo sostiene que el erotismo es el antídoto perfecto para combatir una sexualidad bestial. Sin embargo, no debemos ignorar que la erótica cristiana es una erótica de odio al cuerpo, a la carne, al deseo, al placer de las mujeres y al goce; porque la erótica cristiana es una máquina de producir eunucos, santos, vírgenes, madres devotas y esposas en grandes cantidades, siempre a costa de lo femenino. La mujer es la primera víctima de este antierotismo.

Recordemos también que occidente inventó el mito del deseo como falta. El viejo mito platónico sostiene que en realidad venimos de una unidad primitiva, dividida por los dioses en señal de protesta; así que cada uno de nosotros es solo un fragmento que arrastra por el mundo su miseria mientras busca su otra mitad para sentir completitud.  

Es por este motivo que la pareja fusional representa la culminación de la erótica judeo-cristiana. Esto es, en términos prácticos, la absurda idea del “alma gemela”, que en realidad no termina en otra cosa que en una fagocitosis, un asunto de poder entre dos, en el que uno se traga al otro, convirtiéndolo en un ente, en un no-otro, en una extensión de su yo.

Históricamente se ha considerado que el deseo produce una formidable fuerza antisocial. Por eso se lo domestica y captura, porque representa una energía peligrosa para todo orden establecido. Bajo el imperio del deseo entran en riesgo el tiempo ordenado, la iglesia, la familia, el estado, la obediencia e incluso el ahorro. Y si hay algo peor que un hombre deseante –creanmé- es una mujer deseante, una mujer que no depende de una familia, ni de un hogar para ser. Se le teme a la fuerza del deseo porque el deseo es subversivo y su potencia salvaje debe ser sometida para que la sociedad funcione y exista como tal.

Sin embargo, reducir el deseo es también reducir la enorme potencia de lo femenino. El placer femenino ha sido encerrado en el enorme artificio cultural. Onfray sostiene por ello que para eliminar la miseria sexual debe eliminarse el concepto del deseo como falta, porque la sexualidad no aspira a producir efectos en un futuro cercano sino a gozar en plenitud el puro instante.

Pero mucho cuidado detractores del deseo, porque la idea del puro instante no excluye su duplicación. La reiteración de estos instantes genera justamente una durabilidad en las relaciones. Tal vez, en vez de apostar a consumar y a consumir una historia, como consumimos todo, deberíamos creer en la duplicación del instante porque es allí donde se fabrica la historia pieza por pieza. El instante nunca funcionará como un fin en sí mismo, será el momento arquitectónico de un movimiento posible.

Michel Onfray, tributario de la filosofía de Nietzsche, postula superar lo humano. Lo que no significa el fin del hombre sino que el objetivo es su perfeccionamiento. La humanidad no surge de la forma humana sino de su relación con el mundo. No alcanza con estar en el mundo, en el mundo también están las cucarachas, hace falta una conexión, una relación interactiva y móvil, porque la humanidad de todo individuo se define mediante una triple posibilidad: la consciencia de sí, la consciencia de los otros y una consciencia del mundo, con todas las combinaciones resultantes de cada unión de pares.

Nos dice el Doctor Teran: Quien ignora quién es, quién es el otro y cómo es el mundo estará fuera de la humanidad aunque esté vivo.

El capitalismo y su manera de transformarlo todo nos ha hecho creer que la existencia gana valor mediante la acumulación, es decir, por la cantidad de años vividos; pero la existencia no vale por la cantidad de vida, vale por su calidad. 

Morir bien es preferible a vivir mal.

La muerte nos concierne, aunque no tengamos poder alguno sobre ella. Aspirar a una sociedad pacífica, a un mundo feliz es un deseo por demás infantil. Así que lo único que nos queda es la pequeña utopía concreta: resistir la muerte con toda la fuerza de la vida.

Vivir en plenitud, para no morir en vida.

Sobre la ética del soldado (y del amante)


Nadie con paso más firme
habrá pisado la tierra.
Nadie habrá habido como él
en el amor y en la guerra.

(Jorge Luis Borges)

 

Tal vez la fuerza primitiva más pura (y la más indescifrable que nos habita) sea el deseo. Saber el deseo, encaminarse hacia él, quizá echarle una mirada, desviarla siquiera hacia ese sendero velado y fangoso que nos impulsa y nos nombra, y que nos abre los brazos, ya es parte de reconocerlo. Es un inicio.

Después viene la ética. Ser ético con el deseo es ser capaz de seguirlo, aunque más no sea tímidamente, despacio. Pero sin asustarse. Aún en la incertidumbre. Y eso que la incertidumbre asusta, y vaya que lo hace, pero hay que resistir. Resistir sin borronear. Porque el deseo es de hecho, igual que el amor, una experiencia con la incertidumbre. 


El amor es algo insoportable. Quien ama enseguida empieza a tener miedo de perder al otro y, si éste está en otra parte, puede que el amante tenga celos o, para ser más simple, que no se pueda poner contento por aquel a quien ama. 

El amor, entonces, lleva a cierta hostilidad, a querer que al amado le vaya eventualmente mal, para que nos necesite, para que vuelva. El amor hunde sus raíces en el odio. Se ama con un poco de odio, y eso no significa ser una persona cruel. 

Los amantes no son generosos de forma espontánea, tienen que hacer un esfuerzo enorme para serlo. A veces hacen escenas: de abandono, de indiferencia, de orgullo. Pero el punto es otro, no cuan patéticos y ridículos podamos ser cuando tenemos vergüenza de esa hostilidad, sino cómo responde el amado a ese juego, a ese escándalo. 

Hoy me llama la atención ver que prima una respuesta: "Eso es mambo tuyo, manejalo vos" Ese es el individualismo menos amoroso del mundo, porque es un individualismo culpabilizante. Es como decirle: "vos te enganchaste conmigo, ahora jodete" Y ser amado es en realidad una gran responsabilidad, es incluso estar ofrecido a la venganza; pero aún así, si el amado puede devenir amante ¿qué otra cosa podría hacer sino soportar ese amor transido de hostilidad? Quien te ama te hace alguna, es inevitable. 

En vez de rechazar podríamos hacer un poco de empatía con eso de que el otro no nos desea siempre el bien. Tampoco es tan grave. Que no te deseen el bien es la forma más básica del deseo. Quienes son solamente amados son traicionados. Quienes son solamente deseados son destruidos. Entonces no puede estar tan mal un poco de hostilidad para curarse de la traición con pequeñas venganzas, y de la destrucción con enojos y reproches eventuales. 

¿Qué es esta moda individualista de decirle al otro "jodete", "eso es mambo tuyo", "no te enganches conmigo"? ¿Estamos pidiéndole al otro que se olvide que nos ama? Esto no tiene que ver con la violencia, aclaro. Son los amores que buscan evitar el conflicto los que tienen retornos violentos, así como los deseos que intentan ser puros conducen a las peores maldades. Banquemos la tensión, la incertidumbre, porque hacerlo sin paranoia, sin ser expulsivos con el otro, es el verdadero desafío.

Luciano Lutereau