La única actitud digna
de un hombre superior
es el persistir tenaz
en una actividad
que se reconoce inútil.
(Bernardo Soares)
No debe existir espécimen perteneciente al susanaje que no se escandalice al
enterarse que el escritor francés Albert Camus, brillante pensador, esforzado
escritor, filósofo y ¿por qué no? hombre libre, una vez compuso un personaje que no
derramó ni una sola lágrima en el funeral de su madre.
Para colmo, desde que se casó hasta que se divorció
de su primera compañera, tuvo la cifra para nada despreciable de diez amantes y
después, cientos de mujeres. Hasta yo me vi sorprendida por esa cifra.
¿Con qué necesidad? (se preguntarán las integrantes del famoso
club)
Tal vez por la innegable necesidad de ser libre, tal
vez por el deseo irrefrenable de ser un hombre absurdo, tal vez porque a Camus
le faltaba una pizca de hipocresía social, tal vez porque le pintó. Podemos
intuir la respuesta, no lo sabremos jamás.
Desde la perspectiva de Camus, un hombre absurdo es un hombre libre, aunque lleve
en sus espaldas el peso de ser, al menos durante algunos años de su vida, un
empleado gris. Un hombre absurdo es también un hombre alejado de toda
convención social; incluso la hipocresía se le resiste.
En 1942 publica su primera novela, L´Éxtranger,
traducida algunas veces como El extranjero, pero otras como El extraño. Un
texto donde el escepticismo frente a todos y todo recorre en forma permanente
la piel de su protagonista: Meursault. En 1967 fue adaptada al cine por Luchino Visconti y después al cómic por el argelino Jacques Ferrandez, a quien tuve la suerte de saludar la semana pasada en una conferencia en la Biblioteca Nacional.
Los críticos aseguran que con esto Camus nos advirtió
que un hombre así, profundamente apático, insensible de su existencia y la de
otros, incluso insensible de su propia muerte, estaba siendo creado en el
mundo. También dicen que predijo el comportamiento del hombre occidental, el
individuo posterior a la segunda guerra.
Yo sospecho que Camus simplemente se burlaba
de la máscara de las buenas costumbres.
Hay quienes han criticado fervientemente el
comportamiento del protagonista de El extranjero; su actitud, su desidia, escriben incluso que todo en él les repele. Es que dentro de la ley del padre, una ley que todo
lo abarca y todo lo jerarquiza, que normatiza aquello que toca, o lo condena, se
considera imperdonable no ser capaz de llorar la muerte de una madre.
Otros consideramos a Meursault simplemente
injuzgable, al menos en ese punto.
Camus, por su parte, declaró alguna vez que todo lo
que sabía sobre la moral y las obligaciones
de los hombres se lo debía al fútbol:
Aprendí que la pelota nunca viene hacia uno
por donde uno espera que venga. Eso me ayudó mucho en la vida; sobre todo en
las grandes ciudades, donde la gente no suele ser siempre derecha.
Incuestionable, lúcido, terrenal. Vivo. Perteneció a
una familia de agricultores, colonos franceses, quienes solían ser despectivamente llamados "patas negras". Nacido en la Argelia francesa,
este hombre absurdo fue muy, pero muy pobre. Su padre falleció como
consecuencia de una herida de guerra cuando él cumplía apenas un año de vida, pero
los libros llegaron gracias a una beca que el estado destinara especialmente a
los hijos huérfanos de los héroes.
Alentado por Louis Germain, su maestro del
bachillerato, comienza a leer filosofía. Enfermo de tuberculosis, pobre como
una rata, de la nada absoluta al todo, en 1936 Albert Camus se gradúa en la Universidad
de Filosofía y Letras.
También formó parte de la resistencia francesa durante la
ocupación alemana. En 1957 recibió el Premio Nobel de Literatura. No soy amiga de los datos biográficos, pero estos me parecieron importantes
porque describen la absoluta transformación de un hombre.
El extranjero es la historia de Meursault, decíamos. Muestra
cómo ni el amor, ni la amistad, ni el éxito personal, ni ningún otro psicofármaco
tienen la suficiente importancia cuando la angustia existencial de este
antihéroe inunda su ser; Meursault dejará que la angustia lo atraviese sin
usar los anestésicos típicos que todavía hoy se nos proponen como válidos. Por no
mencionar los antidepresivos químicos, Dios y los hijos.
(...)
Entonces el juez de instrucción puso el crucifijo bajo mis ojos por sobre la mesa y gritó en forma irracional: Yo soy cristiano, pido a Este el perdón de tus pecados ¿cómo puedes no entender que ha sufrido por tí?
Me di perfecta cuenta de que me tuteaba, pero también estaba harto de mi. Cada vez hacía más y más calor. Como siempre que siento deseos de librarme de alguien a quien apenas escucho, puse cara de aprobación. Con gran sorpresa mía exclamó triunfante: ¿Ves? ¿Ves? ¿No es cierto que crees y que vas a confiar en Él?. Evidentemente dije "no" una vez más. Se dejó caer en el sillón.
(...)
(...)
Entonces el juez de instrucción puso el crucifijo bajo mis ojos por sobre la mesa y gritó en forma irracional: Yo soy cristiano, pido a Este el perdón de tus pecados ¿cómo puedes no entender que ha sufrido por tí?
Me di perfecta cuenta de que me tuteaba, pero también estaba harto de mi. Cada vez hacía más y más calor. Como siempre que siento deseos de librarme de alguien a quien apenas escucho, puse cara de aprobación. Con gran sorpresa mía exclamó triunfante: ¿Ves? ¿Ves? ¿No es cierto que crees y que vas a confiar en Él?. Evidentemente dije "no" una vez más. Se dejó caer en el sillón.
(...)
En este tiempo farmacológico, donde nos
venden bienestar como resultado de la conformidad y el consumo, tal vez ser un absurdo
tenga mucho más que ver con pensar demasiado, usando siempre, en esa empresa
empírica, el pensamiento crítico, que con la apatía o el desinterés.
Un extranjero, una extranjera, puede ser muchas
cosas, un individuo extraño, indefinible, callado, apático, o quizás el más amable y
emocional de los seres. Lo que jamás podrá ser es un individuo masificado,
atado a la norma, a la ley del padre, a las convenciones sociales, o a cualquiera
de las “religiones” vacías del hombre moderno. Pongan ahí la palabra que gusten.
Un otro que nos interpela, que nos
atraviesa y transforma desde su diferencia, nunca desde el discurso hegemónico.
La crítica dice que durante la trama Meursault se
transforma en “un extranjero”, un ser odioso, que juzga y remueve los fantasmas
de una sociedad angustiada, cuya moral doble, hipócrita, carente de sentido,
regula la vida de todos. Una moral que no condena la muerte de millones de seres en manos de un pequeño grupo de miserables pero condena de la misma manera a un
hombre que no llora a su madre que a un asesino que mata a sangre fría; una condena que
resultará ser la única opción para consumar la búsqueda de la propia
existencia. Y eso se parece bastante al concepto del absurdo en El proceso de
Franz Kafka.
Cualquier coincidencia, pura realidad.
En el libro, Camus retrata la escena de un asesinato. Lo hace desde el recuerdo de una situación personal, vivida unos años antes con su grupo de amigos en una playa de Argel. En aquel entonces queda impresionado por la dimensión potencial que toman los acontecimientos, una pelea con dos árabes, y la escena del libro decanta, tiempo después, modificada. Meursault finalmente asesina al árabe de cinco disparos en el pecho porque interrumpió su paseo "con el irritante brillo de su cuchillo en los ojos". Esta escena en la realidad no llegó a mayores.
Camus pensaba que el hombre, por su humanidad, se
encuentra siempre en una “condición absurda”, que no está exento de cruzarse
con todo tipo “situaciones absurdas”. Así lo retrata en su libro de 1947, La peste,
donde una epidemia de peste bubónica logra diezmar en unos pocos días gran
parte de la población de la ciudad argelina de Orán.
Así, mientras un grupo de hombres
y mujeres religiosos reza pidiendo piedad y perdón a un dios ciego, sordo y mudo, otro grupo de hombres,
los médicos zonales, pragmáticos y humanitarios, desarrollan la solidaridad, la contención y todo tipo de estrategias para lograr detener
el mal. Sin embargo, la enfermedad, así como viene se va:
Porque el hombre, en última instancia, no
tiene control de nada
Aun así, Albert Camus nos deja un pensamiento sobre
la verdadera condena, la estupidez humana:
En nuestra sociedad, un hombre que no
llora en el funeral de su propia madre corre el peligro de ser sentenciado a
muerte.
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