Reyes desnudos


Protégeme de lo que quiero.
(Jenny Holzer)

En esta época de consumo ilimitado, entender que no todo se puede es una utopía. El mercado y la ciencia quieren, porque necesitan, que entendamos que Ser es Ser igual a todos. O no ser. Así, se elimina toda particularidad de un sujeto, se universaliza, allana, ordena y alisa el comportamiento humano y en ese pulimiento también se va el deseo propio, la singularidad. Cada vez que hacemos lo que todo el mundo hace, cada vez que decidimos lo que la gran mayoría considera correcto, una parte de nosotros es mutilada y muere para siempre.

La filosofía advierte que hoy, si el sujeto no goza de la misma manera que lo hacen todos queda excluido, porque esta época busca colmar la falta ofreciendo consejos para consumir objetos que permitan gozar, induciendo, mediante sutilezas, las pautas de conducta apropiadas para pertenecer, para permanecer dentro de la gran manada, para consumir más de eso que todos consumen. En la era de la Psicopolítica, el sujeto vive convencido de que su deseo es singular, único.

Ya en 1967 Jacques Lacan avistaba que este para todos titánico y universal al que nos vemos sometidos a diario no hace más que producir temibles efectos segregatorios. Es que ser diferente genera miedo, soledad, angustia, malestar, incomodidad, pero sobre todo genera invisibilidad. Y todos sabemos que un sujeto invisible es muy difícil de controlar. Individualizado y sin adoctrinar, será duro el camino hasta encontrar a otros como él. 

Establecer un orden en la vida, rígido o flexible, no importa, procurar una cierta estabilidad, una serenidad que proporcione la paz, no es más que otro comportamiento adquirido, uno de los tantos discursos implantados en el deseo, desde el status quo, para mantenernos lo suficientemente anestesiados y obedientes, con cuerpos dóciles; es decir, fáciles, trabajadores, eficientes, ordenados. 

Y la única resistencia posible es darse cuenta, a patadas en el culo, de que solo somos marionetas.

Durante sus seminarios, Lacan sostuvo con total convicción que en el individuo moderno la felicidad no puede ser más que una sumatoria de momentos aislados -en el caso que los haya- esporádicos, y además breves:

Porque quien quiera que nos creó, no nos ha pensado para ser felices. 

Un argumento interesante que nos confirma, una vez más, que el universo conspira contra nosotros, que estamos equivocados cuando pensamos que la felicidad está siempre en algún otro lugar, que quienes se proclaman "personas felices" no son más que reyes desnudos, necios nadando placenteramente en la sustancia viscosa de su estupidez, ciegos que niegan todo lo que no pueden ver, ignorantes que ocultan eso que no quieren saber de sí mismos.  

Alejada de toda norma, en la profunda oscuridad, donde la luz puede intuirse pero no alcanza, donde se encuentran el mayor caos y el más genuino desorden, habita la verdadera sustancia de cada uno, la que se filtra en los sueños, la que no se negocia, la que nos da forma. 



Espacios comunes

Los fondos abisales tienen
tres niveles de profundidad bajo el piélago
de 200 a 1000 metros el mesopelage
hasta los 4000 metros la zona bastial
o también llamada medianoche
de los 4000 hasta el fondo se llama abismo
o más bien zona abisal
tú me dices
hay una cuarta zona más bajo el fondo.

La zona de medianoche funciona
como un primer atisbo hacia lo desconocido
abriendo una costra en la casa
rasgando el comedor supura
un pasillo cicatrizado
que termina en una esponja
húmeda en el centro
del centro hacia abajo
de las profundidades.

La pieza del padre
un armario donde se guardan
toallas muertas sábanas que nunca se ocuparon
los cadáveres son llevados por la corriente oceánica
hacia el pasillo.

La zona de medianoche es el purgatorio.
A veces el vacío.
A veces los dos.

Los peces se alimentan
de los restos de otros peces no luminosos
de los peces que habitan el piélago
caen del cielo
lunares sin escamas
con sabor a veces
a lo ajeno de un submarino
a veces a petróleo.

Todos somos necrófilos y carroña
en el pasillo de medianoche alcanzamos una vida
que dobla la de los otros peces
la de las esporas
la transparencia no nos deja molestar
comemos polillas y cueritos o uñas rotas
un pedazo de piel que se escapa de tus yemas
cuando tomas una taza de té
demasiado caliente y queda una impresión
de los labios secos de alguna mujer
encerrada entre dos espejos.

Los peces de la zona badal no tocan el sol
pero sí tienen luz y a veces un cachalote gigante
a cierta hora se llena de nosotros
hijos de la bioluminiscencia
agotando nuestro tacto
y nuestra sangre
como masticar una pulsera luminosa
tragar neón y vidrio de un tubo

No conocemos el abismo
pero la presión está bien para nosotros
aquí en el mar
tira un vaso plástico
o uno de cartón roto
y verás cómo se contrae
las familias se contraen
a los niños se les aprietan
los huesos por la presión
nuestros cuerpos de rémoras
reposan tranquilos en el humedal.

Francisca Pérez.

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