Habitar el fuego

Venus durmiente


Acerco ramas a este fuego que
va a morir, ramas felices de
llegar a ser fuego, como este
fuego –lo sé, lo entiendo– es feliz
de llegar a ser yo –no importa
cuánto ni cómo ni por qué– y yo de
llegar a ser este fuego que me ha
  nombrado y me ha hecho su amigo

(Raúl Gustavo Aguirre)

En El antiedipo se lee que los revolucionarios, los artistas y los videntes saben que el deseo abrasa la vida con una potencia productiva tan intensa que casi no queda lugar para ninguna necesidad. Gilles Deleuze y Félix Guattari han considerado que el psicoanálisis pretende circunscribir el deseo a los estrechos límites del triángulo familiar, para que no se difunda por el mundo circundante, para que no desborde del ámbito doméstico, cuando en realidad estas relaciones se inscriben en una sociedad que las determina.

Foucault habló de la sociedad, de las religiones y de la familia como "panópticos", de igual modo habló de la cárcel. Dentro de estos tres primeros dispositivos nos movemos con cierta ilusión de libertad, aunque son entidades creadas para "vigilar". Un panóptico articula dentro de otro, como cajas chinas.

En definitiva, el deseo se produce socialmente. Hay un deseo normatizado, es claro. El moralismo actual es que vivamos una vida tranquila, en armonía, sin pathos; dentro de los límites. Desde allí el deseo es manipulado; para ejercer dominio se lo rotula, se etiqueta, se le pone nombre. El sujeto, entonces, cree que "sabe lo que quiere”, aunque siga sin saber que ese deseo le fue impuesto. 

Foucault también habló del arte como la suma de "espacios concretos de libertad, espacios de "transformación posible". En su razonamiento nos muestra cómo lo que es podría dejar de ser lo que es. Para el filósofo, el arte es un instrumento de la razón que expresa y construye fuerzas que exceden los límites de la dominación racional y producen formas de racionalidad que nos abren a lo que seremos, a lo que todavía no somos.

Así, la primera frase, como el primer acorde o la primera palabra de un niño, son gestos de valor. La acción golpea los objetos, los dota de vida orgánica, de fuerza, de energía. Allí comienza todo: antes de ser lenguaje, el arte debe hacerse acto. Antes de hablar, un hombre debe afirmarse en el suelo. 

La acción irrumpe en el orden anterior. Interrumpiéndolo, lo reconstruye. Romper el orden nos hace libres. Desear otra cosa nos hace libres. La acción surge en la nada y genera, en la nada, ese espacio nuevo. Un fuego aparece, una voz interna grita, quizá contaminada, es real, pero en el grito habitan mil voces más. 

Entonces no es cierto que la potencia del arte sea fundamentalmente negativa. No es cierto, como quieren algunos, que el arte sea debilidad pura. 


Por último

Haber dejado una moneda de fuego en la mano de otro,
haber atado cientos de hilos de amor y resplandor,
haber perdido algo
al salir de la casa vacía.
Haber estado, haber acompañado,
haber estado complicado con el viento que siempre tiene razón,
con la tierra y el agua y con la hierba que siempre tienen razón.
No haber cumplido años lejos de sí mismo,
no importa si de rodillas o en medio del pantano pero cerca de sí,
o entre asuntos pendientes o torcidos desde el comienzo,
pero masticados con tus dientes.
No importa ser un objeto más o menos clasificable despreciable por los que deciden,
no importa ser superado, masacrado, tergiversado, desmentido,
con todo eso se hace la verdad.
No importa ser interrumpido
si estás al pie del árbol gigante en el día sin fin,
al pie del árbol de piedras preciosas del sueño que sólo pertenece a los hombres,
y si has podido hablar con esas piedras
y acompañar hasta su casa a alguien
en un momento duro de la noche, y vivía tan lejos...
No importa que no haya solución para nadie ni perdón para nadie,
si al fin estás solo en las salinas de la madrugada
haciendo todo lo posible para que salga el sol,
para que esos rostros queridos no se hundan en los rápidos de la nada
que acecha a tanta maravilla.

Raúl Gustavo Aguirre (1927-1983)

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