Morir a tiempo




Nietzsche arriesgó que la muerte debería ser siempre consumadora, y la filosofía vinculó ese concepto con el de ser libres para la muerte de Martín Heidegger. La muerte como entidad creadora y consumadora del presente, nos dicen ambos pensadores, porque para los vivos la muerte es aguijón y promesa; solo así se nos presentará a tiempo, así tendrá su momento justo, se integrará realmente a la vida. 

Es la tensión temporal entre pasado, presente y futuro lo que desliga al presente de la huida infinita a la que estamos sometidos. Lo desliga y lo carga de significación. La ausencia de lazos que promueve el hombre moderno, la superficialidad en la que se afana, el espacio donde "se acomoda" como puede y la falta de radicación que esgrime, no lo harán libre. Porque solo pueden hacernos libres los vínculos y la integración. La carencia de relaciones no genera libertad sino miedo e inquietud. 

Hoy, erigida la pantalla frente a sí, haciendo zapping con el control remoto, acompañado de relaciones vacías y superficiales, el hombre moderno no muere, perece a destiempo. 

Han escribió que la raíz indogermánica  fri, de la que derivan las formas "libre", "paz" y "amigo" (frei, Friede, Freund respectivamente) no significa otra cosa que amar (lieben). Así que, en su origen, la palabra libre significaba perteneciente a los amigos o a los amantes. Uno se siente libre en las relaciones de amor y de amistad, no fuera de ellas. Eso es compromiso. Y el compromiso, la unión y no la ausencia, es lo que nos hace libres. La ausencia es un acto de cobardía. 

Es decir, libertad es una palabra relacional por excelencia, pero la Libertad no es posible sin un sostén. 

Tal vez lo que nos falta es permanecer en la experiencia, vivir el presente como lo que es: una etapa de transición entre pasado y futuro. La filosofía contemporánea asegura que la crisis del hombre actual está muy vinculada, demasiado, a la absolutización de la vida activa. Esto conduce en forma directa al imperativo del trabajo. A Han le gusta decir que "la persona deviene en animal laborans"

La realidad es que la hiperkinesia diaria le roba a la vida humana cualquier elemento contemplativo, cualquier intento de demora. Transforma a la sociedad en una entidad eficiente, de transparencia, en ella no habrá espacio para la negatividad y la falta. Contemplar es detener la mirada amorosa en el objeto de amor; es detenerse, reflexionar. 

En definitiva, donde haya transparencia no habrá contemplación. Sin embargo, la crisis temporal del hombre histérico moderno solo podrá ser superada en el momento en que esa "vita activa", en plena crisis, pueda acoger de nuevo la "vita contemplativa" en su seno. 

Así, Nietzsche anticipó que el hombre moderno moriría a destiempo. Esto es: sano, o muy medicado, muy viejo, solo y aburrido; porque el resultado de una vida sana no es otra cosa que el aburrimiento, se diga como se diga. 

Nietzsche también anticipó que será muy difícil morir en nuestro mundo, porque el final y la conclusión "han sido desplazados" por esa carrera interminable y sin rumbo que es la vida moderna. Caminamos hacia adelante, como zombies. 

Es que quien no muere a tiempo, perecerá a destiempo. El Zaratustra de Nietzche invoca, frente a este perecer a destiempo, otra muerte: 

Muchos mueren demasiado tarde, y algunos mueren demasiado pronto. 

Todavía suena extraña esta doctrina: ¡Muere a tiempo!. "Morir a tiempo" eso es lo que el Zaratustra nos enseña. 

Es que hoy el tiempo está atomizado, nos dice Han. Y en un tiempo atomizado todos los momentos son iguales entre sí. La fragmentación del tiempo va acompañada de una masificación y una homogeneidad cada vez mayores. La existencia propia, el individuo en sentido estricto, dificulta el buen funcionamiento de la masa. 

La aceleración de la vida cotidiana impide la divergencia, impide que las cosas se distingan. Pule, allana, alisa, borra las "zonas oscuras", así descarta aquello que "no se entiende bien qué es". Oscuridad es conflicto, es pensamiento crítico. Bajo esa doctrina desaparecen las formas independientes, así nos adocenamos, así deseamos lo mismo que desean todos.

Un yo transitivo, un verdadero sujeto de la experiencia, debe permanecer abierto a lo venidero, a lo sorprendente e indefinido que hay en el futuro. Si no, quedará reducido a un trabajador que solo piensa en acabar con el tiempo. Y un trabajador no cambia, porque los cambios desestabilizan el proceso laboral. 

El sujeto de la experiencia, sin embargo, nunca es el mismo. Habita la transición. Transita entre el pasado y el futuro. Las vivencias, puntuales y pobres en temporalidad, son reemplazadas por la comprensión de la experiencia. Así, él encontrará su fuerza tanto en lo sucedido como en el futuro.

En varios ensayos Han también hace una distinción entre comprensión e información. La información es atemporal, nos dice, está vacía de tiempo y no reside en la experiencia. Es una perspectiva puramente capitalista, se trata de acumular, en este caso datos inconexos e inútiles. Estupideces.

Las promesas, el compromiso, la lealtad, son prácticas temporales genuinas. Lo son porque vinculan el presente con el futuro, y en esa continuidad temporal estabilizan. En definitiva, protegen al futuro del destiempo porque, en verdad, quien no vive nunca a tiempo, ¿cómo hará para morir?

2 comentarios: