Que no se note que no tenés


El arte es un cristal de una perfecta claridad
tan impenetrable como la locura
(Luis Harss)

Si hay algo que la psicología intentó a lo largo de su propia historia es tener consenso. Siempre que le fue posible hizo encajar con forceps el relato, quiero decir. Ya para nadie es un misterio que lo femenino causa horror del bueno; y es difícil negarlo, es cierto. Desde la mítica Medusa, pasando por Salambó, uno de los semblantes de la Astarté fenicia, o por Eva, dueña de la culpa, o María, ejemplo de la virtud católica, hasta la indómita Lilith, caminante de los desiertos y madre de la transformación (lo que es decir de los vampiros) todos son, en mayor o menor grado, creaciones, motivos de tormento masculino. 

Asesinas seductoras o santas devotas, la literatura no deja de recordarnos el asunto. Repasemos dos fragmentos brillantes de un cuento contemporáneo perteneciente al escritor argentino Bernabé de Vinsenci, dos fragmentos que sacan a la madre del lugar tradicional, gracias a los cuales se ganó muchos odios y cuyo título nos remite al seminario de Jacques Lacan, quien se ganó otros tantos: Madre cocodrilo:
...
Allí estaba nuestra madre, desfigurada. Sosteniéndose de un tirante. Observándonos inquisitivamente. Era mitad humano mitad araña. Sus brazos eran dos patas que le posibilitaban trepar las paredes sin obstáculo. Mi cara fue de ternura. La observé con detenimiento. De ternura a espanto.
...
Nos miraba. Cuando dije “podemos conversar” —mi tono fue diplomático, condescendiente— se aferró más al tirante astillándolo y se movió apenas unos centímetros, con agilidad, con una destreza inusitada. De su boca caía una baba espesa. Entornó la mirada y vio una mosca, extendió una de sus patas —aproximadamente de seis metros— y se la introdujo en la boca.

Según la psicología, entonces, edeseo de la madre es como estar dentro de la boca de un cocodrilo. Esto es estar en peligro constante de ser devorado. Ser insaciable tiene que ver, por supuesto, con el goce femenino. Ese goce infinito, por fuera de la función fálica. Por supuesto que hay madres que abandonan, otras que asesinan, otras que maltratan, abusan o cambian a sus hijos por dinero, pero la mujer que se hace madre, con su deseo materno, también produce estrago; así por ejemplo, la madre “santa”, la madre buena, la abnegada que se entrega a sus hijos, esa que no les pone límites porque los adora, hace de ellos prolijos perversos.

Es ley: a madre santa, hijo perverso.

El horror frente a lo femenino tiene que ver con el temor a la castración, sin dudas. O así entendemos las cosas a partir de Sigmund Freud, y las teorías de Jacques Lacan continúan en esa misma línea. Quizá por eso la psicología afirma también que el deseo masculino es "fetichista", es decir, tiene que agregarle algo a la mujer que lo interpela: belleza, maldad, -belleza y maldad- bondad, ternura, devoción. Algo, para que le resulte posible como objeto de deseo. Es comprensible. Tal vez, de otro modo la feminidad se les volvería inalcanzable. 

Es que eso que se agrega es siempre un rasgo que funciona como condición erótica. Como si fuera poco, los rasgos están polarizados, confusos normalmente, y tienen que ver con la introyección que ha sufrido la madre en cada individuo. O bien se les representa buena, maternal, casta, conciliadora, tierna, o bien en las antípodas de madre: bella, sexual, despiadada, salvaje, maliciosa. 

Aquí sería más que conveniente citar a la ya célebre Natacha Haitt: 

Prefiero que me recuerden por puta y no por boluda


Parece una tontería, esconde un pensamiento general.

Sin embargo, muchachos, tenemos que decir que esto no significa que esas características no existan en todos nosotros, la mayoría de las veces están, son caras de una misma moneda; y no son dos, sino muchas. Para sumar más horror al cuadro familiar, debemos decir que todo ocurre como en la naturaleza: cada uno de nosotros lleva en sí mismo todos los aspectos imaginables, porque lo femenino no está en el cuerpo. Eso creímos alguna vez, pero no es así.

Citando a Rita Segato diré que no alcanza con tener un cuerpo. Lo femenino es una posición. Hay mujeres patriarcales y hay hombres que pueden ser maternales. Hay mujeres que son pésimas cuidadoras, madres perversas. En definitiva, no se puede biologizar la tarea de ser madre. No más.

Oportunamente lo escribió el filósofo Luciano Lutereau: la bondad, la ternura, incluso la belleza, no son más que un velo que, a modo de vestido, envuelve aquello que nos causa horror. Esto no quiere decir que un objeto de amor esté exento de esas características, sino que el mandato de ser madres, el mandato de ser bellas o, en su defecto, el mandato de ser buenas, nos ha ido estigmatizando. 

Y la psicología nos advierte: todo esto es, en definitiva, otro modo de susurrarnos al oído ¡Querida, por favor, que no se note que no tenés!

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