(Leda Valladares)
Te amo
porque aprendimos
a mirar el árbol
de la misma manera,
con las mismas palabras.
(Cristina Domenech)
A veces el amor es una pesadilla, es cierto. No obstante, las historias suelen tener un revés y los mitos no son precisamente la excepción a esta regla. Si hay algo que estas historias sugieren, algo que podemos elegir, es leer más allá de su acción moralizadora. Esto es, tratar de ver la belleza contenida, la metáfora, los acontecimientos desprovistos de juicio.
Al igual que ocurre con la poesía, los mitos suelen ser interpretables. Se admiten tantas interpretaciones como lectores existan.
Así es como la historia del Gran Dios Pan no debería estar exenta de matices.
Entre los escritores, el mito de Pan ha quedado rezagado. Circunscripto al lector erudito, ya no es motivo de discusiones, quizá porque el feminismo avanza, quizá porque está un tanto desactualizado, quizá porque esta vez el protagonismo no le pertenece a una diosa bella y temperamental, sino a una Ninfa. No importa.
Una Ninfa es una criatura de los bosques, una deidad menor, más propia de lugares concretos, manantiales, arroyos, montes, el mar o una arboleda, que del Monte Olimpo. También es cierto que cualquier criatura puede pensarse como uno de los rostros alternativos de La Diosa. Porque los modelos son metáforas y no son excluyentes. Los dioses son polifacéticos, transformistas, juguetones, aunque nos guste pensarlos tan rígidos como son los humanos.
Las Ninfas solían considerarse espíritus divinos que animaban la naturaleza. En las obras de arte las encontraremos representadas como hermosas mujeres, desnudas o semidesnudas, que aman, cantan, bailan y tributan la naturaleza donde habitan. Se cree que moran en los árboles, en las cimas de las montañas, en los ríos, arroyos, cañadas y grutas. Según el lugar donde habitan se las llamó Nereidas, Oréades o Náyades. No envejecen ni mueren.
Por otra parte, en base a su genealogía, hay quienes nominan a Pan como un semidios; en cambio, otros lo mencionan como un dios completo. Lo cierto es que para la mitología su reino estaba entre pastores y rebaños, no en el Olimpo. En la región Arcadia, territorio central del Peloponeso en la Antigua Grecia, no tuvo grandes santuarios de veneración; sin embargo, este fue el sitio principal del culto.
En la mitología romana Pan es conocido simplemente como Fauno. Entre mitologías, su representación física suele coincidir en algunos detalles: un par de piernas musculosas, habituadas al salto y la velocidad, un cuerpo mitad hombre mitad animal, pies con pezuñas hendidas y dos cuernos muy simpáticos en la cabeza.
Fue considerado el dios de la fertilidad y la sexualidad masculinas, probablemente como producto de la fuerte presencia del instinto animal en su actitud, integrándose así este aspecto al de su personalidad iracunda. Según el mito, Pan estaba dotado de una potencia sexual mayor a la de otros dioses y, en un intento de normalización, su actitud y su apetito sexual fueron motivo de atención, tanto entre los dioses como en su propio reino. Por propia decisión o por castigo se convirtió en un completo extranjero del Olimpo, un ser marginal.
Formaba parte del cortejo del dios Dionisio, con quien se cree tiene cierta similitud de carácter. Vivía en los bosques y las selvas, correteando ovejas (y ninfas, por supuesto). Se lo consideró un dios territorial. Supo ver con malos ojos la presencia de forasteros dentro de sus tierras; hay cierto halo de protección y orden en su actitud severa. Se lo considera responsable de las brisas del amanecer y el atardecer.
Se dice que vivía en compañía de las ninfas del bosque, en una gruta del Monte Parnaso. Asociado a Dionisio, se le atribuyen dotes de cazador, curandero y músico. Es claro que Pan representa la naturaleza en estado salvaje, le gustaban las fuentes de agua natural y se dice que tenía por costumbre espiar a las mismas mujeres que protegía mientras estas se bañaban en ellas.
En cuanto a la naturaleza de su carácter mucho se ha dicho, se le considera un ser irascible. En la zona actual de la antigua Arcadia, los lugareños todavía piensan inoportuno molestar al dios a la hora de la siesta, por lo cual evitan a toda costa hacer ruido en esas horas. Todavía le temen.
Se le considera una personalidad capaz de presumir sus pequeñas crueldades y su falta de tacto, se dice que encontraba un sabor placentero en la mentira; aunque quizá fuera esa y no otra su manera de estar en el mundo, de ser reconocido. Tal vez por eso en su mirada se adivina cierta melancolía.
En los mosaicos romanos, y luego en la pintura renacentista, se lo muestra astuto y misterioso. Rígido, poco dado a la improvisación y la entrega; de sonrisa sardónica. Haciendo honor al mito, sus ojos se revelan libidinosos, su boca esquiva.
Los comentadores sostienen que Pan era capaz de desatar en las bestias un temor primordial, capaz de mover a las manadas; dicen que el pánico le debe su nombre. Algunos dicen que es en realidad un demonio, llamado también El Señor de los Mediodías; que es mencionado por Borges en El libro de los seres imaginarios. Un demonio primigenio de la tradición hebraica, conocido en el desierto de Judea como Keteh Merirí, cuyo nombre proviene del término mryry, lo que significa amargo, acebo, venenoso. En Judea se cree que Keteh Merirí ataca al mediodía, cuando el sol cae a plomo, y que recorre las mismas regiones que la hermosísima Lilith recorre por las noches.
Entre bambalinas también se comenta que tuvo amores correspondidos con la bella ninfa Pitis, pero que no funcionó; que la Ninfa Siringa se convirtió en viento cuando intentaba huir de sus brazos. Los dueños de las soluciones fáciles gustan creer que Siringa decidió huir simplemente porque Pan le causaba repulsión, que nunca podría amarlo, que pidió ayuda a gritos a sus hermanas, las Náyades, para librarse de él; que fueron ellas, dueñas de cierta magia, quienes la hicieron desaparecer.
Eso ubica a Siringa en una posición de extrema inocencia. Eso expone la inocencia en algunas mujeres como una cualidad. Es como enaltecer la estupidez. También se dice que, al igual que Lilith, ella eligió usar su propia magia, decidió, se convirtió en viento, y escapó en un momento en que Pan la tenía acorralada. En definitiva, se esfumó de entre sus brazos.
Lo cierto es que, como en todo amor difícil, se cuentan de él muchas cosas: hay quiénes aseguran que ese día la brisa sopló con un rumor singular a través de los bosques, que ejecutaba una música triste; que un instante antes de esfumarse, Siringa, desasida ya de los imposibles brazos de Pan, lloraba; pero que su llanto no era el canto de una niña inocente o caprichosa sino el de una mujer que comprende. Dicen que, ya transformada en viento, en un último susurro de amor, Siringa dijo a Pan:
pude ver con claridad:
tu deseo me excluía y ya
tu deseo me excluía y ya
no quise acercarme.
De Pan se dice que ha muerto, que una voz nacida del mar le pidió a un marinero de Egipto que informara a los hombres de su muerte; que durante su vida en los bosques fabricó una corona en homenaje a Pitis y un instrumento de viento, hoy conocido como La flauta de Pan para recordar a Siringa. Lo que es incuestionable es que hay una historia que lo recuerda vivo, salvaje y seductor, pero con el corazón roto.
Sin duda los dioses nos habitan, aunque la mayoría prefiera desoír su mandato.