La instancia de lo impreciso

El vuelo de Venus (detalle) Omar Ortiz
Si evitáramos toda literalidad, tal vez sería correcto asegurar que Carlos Battilana escribe con el cuerpo; es decir, hace pasar su poesía a través de la experiencia física, más que muchos otros poetas de género masculino. Y es válido, el lenguaje permite esas exquisiteces. Después de todo, dentro de lo impreciso del ser, quizá valdría preguntar qué somos despojados de toda metafísica. 
Dice Battilana:

                                                               Eso
                                                               que tiembla allí,
                                                               asustado 
                                                               en medio de la catástrofe
                                                               y que de repente 
                                                               termina.

Bellesi escribe en un epílogo que este poeta lo que nos enseña es cómo parar el corazón neurótico, cómo ejercer el esfuerzo permanente de la fe; porque la poesía no es huida sino reparación y la reparación se nutre de la persistencia, más que de las obsesiones. La poesía, como el amor, es un acto de fe. 

No hay una iluminación en quien escribe, eso es falso. Doy fe. Por más que el verso baje, abriéndose paso entre la niebla del pensamiento, aparezca y se instale, difuso, hasta tomar forma, el poeta aprende a calibrar con cierta pericia, con cierta precisión, eso que roe adentro —como un gusano lo más valioso del dolor. Hay un trabajo físico y preciso con las palabras, que no deben sobrar nunca. 

En sus poemas, Battilana combina austeridad y ternura; cuando abraza a sus hijos, cuando los ama, cuando habla del bosque, de un diminuto jardín en el patio, de la naturaleza en general. Todas esas escenas salvajes son a la vez mínimas, despojadas de tono elevado. 

Siempre habrá señales que tendrán por toda norma aparecérsenos a medias, sugerirse; y aunque sea válido empezar una búsqueda de comprensión, será en vano. Siempre existirá la certeza de que hay más, de que la mirada y los sentidos fracasan. Entonces la escritura también es un fracaso, no hay iluminación que valga, no se puede decir. Nos movemos por intuición, el resto es ruido.

Aun así, Battilana enuncia lo desconocido vinculado con su aspecto real, aquello despojado de toda metafísica: los cuerpos. Apunta a lo impreciso del universo, lo que no logramos descifrar pero está. Y nos deja ahí, pensando en todo lo que no decimos, suspendidos en el misterio, entre un amor y una fe tan activos, tan presentes, que nos sirven como refugio y sostén.


Alrededores
(Carlos Battilana)

Sabe la maleza algo que yo no

Los árboles conocen un misterio natural
vedado
a todo el lenguaje

Hasta los automóviles 
de la ciudad
advierten el adn del metal. Los materiales
de la casa conocen el origen de la madera
y la raíz del sonido,
el origen de las palabras

...todas las cosas de este mundo,
de estos días
se desentienden, sin embargo, de una cofradía
de seres silenciosos
—aturdida por el tedio
sacudida por el mal—
en busca
de una hora de la tarde
en que muchos trajinan
y dos extraños
despliegan la sensibilidad más honda
y administran sus besos
y deslizan sus cuerpos
rodeados de un misterio módico
que atrae
los tesoros más lujosos
del cuarto
las rosas más pequeñas
así, apenas, susurrándose
cosas imposibles
en una hora de la tarde
en la que casi todos trabajan y trajinan
mientras dos extraños 
allí
en esa hora rara de la tarde
se dan fuerza,
como pueden
se dan amor

Carlos Battilana. De Una mañana boreal, 2018. Ed. Club Hem

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