Homeostasis

Ph Facundo Floria en El Negril de San Telmo

 Ni tus mejores besos en la nuca (ahí 
donde recojo mis cabellos)
           ni este dolor de muelas pueden 
por el momento 
siquiera postergar la certeza
de una vida agotada, inútil
como un violín sin cuerdas.

(Antonio Cisneros de Drácula de Bram Stoker y otros poemas)

La herida es un fracaso que se manifiesta mientras el otro, el verdadero, permanece oculto detrás de un escenario. Se tapa con el peso del tiempo, queda impune; pero los dos se arrastran juntos a través de los días como las cadenas de un fantasma; no hay optimismo en esto, no habrá ilusión o responsabilidad que lo hagan desaparecer. Es un gusano que roe cimientos interminables, el águila que se nos come el hígado solo para que vuelva a crecer. El tiempo nos conforma.

Nos sabemos movidos por la cobardía, lo único tangible, lo que dio sus frutos. Ahora tendremos que trabajar con los restos. Como el residuo amargo queda en la botella al final del vino, materia inservible, resultado de la descomposición, sin embargo capaz de cambiar el sabor en la boca. 

Eso estará ahí, como la gota que horada la piedra, la certeza de vivir hasta el final con un pensamiento: lo que no hicimos.

... Hubo que inventar un paisaje, aunque quedó la costumbre de pensar que todo puede ser inventado, a contrapelo de los hechos, y no en el arte sino ahí donde el arte se destruye. Se inventa felicidad donde solo hay amargura, un sol donde solo hay derrumbe, una foto dichosa donde solo hay casas bajo el agua. Lo que ocurre nunca sucede. 

Hasta que nos sucede, con solo levantar la vista.

Solo hay un paisaje, y es el horizonte. Vivamos con eso.


(Horacio Fiebelkorn)




La historia podría haber sido distinta, lo que se suponía que iba a suceder
en vez de lo que sucedió. Vivir así,

con la esperanza de poder revisar lo que resultó falso o se volvió ilegible,
no era lo que queríamos. Creer que la historia que buscábamos

habría sido como un día en el oeste, en el que todo 
está incansablemente presente –las montañas que proyectan su larga sombra

sobre el valle donde el viento canta su canción circular
y responden los árboles con un seco batir de hojas–  fue demasiado

ingenuo, es indudable, y poco previsor. Porque pronto las hojas,
luego de ennegrecerse, se caerían, y la nieve que anula

posaría su almohada encima del camino, y nosotros, con palas en las manos,
habríamos de encontrarnos, inclinarnos y limpiar la vereda. ¿Qué más

nos quedaría a esta altura del día sino el deseo de reparar el daño
y comenzar de nuevo, la compasión del sol mientras desaparece?


Mark Strand. De Un viejo se va de la fiesta.





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