Un intercambio de escondites



Acaso ser amada de una manera tan absoluta no fuera un destino tan malo
(Carlos Chernov. Eugenia convertida en obra de arte)


Y si hablamos de Belleza, John Berger escribió que el deseo sexual, cuando es recíproco, lo que origina es un complot entre dos personas que hacen frente al resto de los complots que hay en el mundo. Una conspiración de dos.
El plan es ofrecer al otro un respiro ante el dolor del mundo. Eso es exactamente lo que es. No la felicidad, solamente un descanso físico ante la enorme responsabilidad de los cuerpos hacia el dolor.  
Por eso el deseo anhela proteger al cuerpo amado, protegerlo de la tragedia que encarna, protegerlo de la muerte, conservarlo, eternizarlo en el acto. Y se cree capaz, de hecho.
La conspiración -profundiza Berger- consiste en crear juntos un espacio, un lugar de exención, necesariamente temporal, de la herida incurable de la que es depositaria la carne. Ese lugar es el interior del otro cuerpo. La conspiración consiste en deslizarse al interior del otro, allí donde no se les pueda encontrar. 
El deseo es un intercambio de escondites, hablar de volver al útero es una simplificación vulgar.
Tocar una pierna con una mano de amante, que sea para excitar o para relajar no supone diferencia alguna. El tacto aspira a alcanzar, más allá del fémur, de la tibia o el peroné, el propio corazón de la pierna, y el amante completo espera acompañar ese gesto y habitar en él. 
No hay altruismo en el deseo, es claro. Al principio están implicados dos cuerpos y la exención, siempre y cuando se logre, los protege a ambos. La exención es inevitablemente breve y, sin embargo, lo promete todo. La exención suprime la brevedad y con ella las penas asociadas a la angustia de lo efímero.

Tanto verbo difícil, tanta belleza. Somos definitivamente necios. Tanto es lo que no entendimos, tanto lo que perdimos, tanto lo que duele.


En este 

tiempo
escaso con que cuento
alejado del origen
miro la lluvia
el sauce
sus ramas eléctricas
y remojo con agua
con sangre
aquello
que se ha vuelto
pulida narración
pero que aún
cuenta
con algunos huecos
de donde
extraer
el segundo, los minutos,
estas horas que aquí
están
me rodean.


Si pudiera
Carlos Battilana

acostar
el cuerpo
bajo el agua
haría
que las estrías y los borbotones
arrasaran el barro
el polvo acumulado por años
y disolvieran
el lenguaje
antiguo
las viejas palabras
hasta volverme burbuja
charquito
un poco de agua
en el agua.

Carlos Battilana. De Velocidad Crucero, 2014. Ed: Conejos.

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