El espíritu del agua


Vivimos una fe ciega, contrita. Creamos un intersticio donde haya amnistía. Intentamos olvidar que el mundo es ambivalente, distópico y conspirativo, al tiempo que nos muestra su peor cara. Pero somos creadores, así que cada objeto, cada ser, cada intención tienen su propio sentido, el que creamos para ellos. Porque sino esto, así como está, no admite la menor réplica.

    ¿y qué si fuera nuestra única opción? 

Aún así vivimos falsamente, como en el cinematógrafo de los Lumière. A pesar de todo, profundamente optimistas, nos rige el autoengaño, las soluciones mágicas, el camino más fácil, el placer de arrimamos a quienes hacen las cosas más o menos como queremos, quienes compensen la falta sin exigir demasiado.

Creemos lo que podemos; nos agruparnos para seguir, y de ese modo estar a salvo del mundo. Todo lo inexplicable es karma, lo desfavorable, injusticia. Decimos, decimos, decimos, pero al final el egoísmo solo alcanza a salvar el propio culo.  

Soy el nadador. Señor, 
soy el hombre que nada
Tuyo es mi cuerpo (…)
Mi cuerpo que se hunde
en transparentes ríos
y va soltando en ellos
su aliento, lentamente

(Héctor Viel Temperley)
 
Extraño que la tierra se divida
en agua y pensamiento

(Arnaldo Calveyra)

 
Los nadadores de aguas abiertas
hablan del agua, incansables;
la diferencian, la asocian
como si persiguieran
su rastro infinito.
El agua que describen
no es solo agua,
entre el pedregullo y las arenas
se carga de sólidos
entre las corrientes
toma la fuerza
de un animal prehistórico.
Más densa, más liviana,
amarga, abrazadoramente cálida.
El agua en la que se sumergen
nunca es la misma
pero no repiten,
encarnan precarizada
la frase de Heráclito.
 
Los nadadores testean
cuando respiran tensos
al filo de la hipotermia,
cuando el barro del fondo
enturbia las antiparras,
cuando se dejan ir también,
en un placer amniótico.
Más tersas, más ásperas,
más dulces;
cuando la brazada avanza
descubren. Levantan
esa planicie inestable
buscan cómo sostenerse
o remontar,
igual que en el gran océano
del vivir,
qué objeto servirá
para fijar el rumbo
o qué es el equilibrio
sin apoyo.
En el aliento
la obsesión por el agua.
Los nadadores alzan
oscuras masas de soledad;
emergen entre enormes
intocadas masas líquidas,
siempre al borde
de ser tragados
siempre en el límite
de lo incompatible.
 
En una deriva
picada por vientos
entre algas y desechos
de los tiempos modernos
nadar el mar
como se nada lo real.
Abro la puerta de mi casa,
soy la nadadora
que con los brazos vuelve
a un rudimentario atavismo.
Espíritu del agua,
abrime el paso,
mundo de la carne
y de los intercambios humanos
voluptuoso y denso,
cuál es el resquicio:
agua reticente atravieso
agua herida, agua
primer sí.

Alicia Genovese de Aguas. Ediciones del Dock 2013

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